El Mediterráneo de Marte
Ante las gracietas que suelen decir ahora los cantantes entre canción y canción, Sisa opta por soltar palabras. Luna, sombrilla, prismáticos, pirámide, azúcar, reloj o antifaz van saliendo de su boca para sugerir imágenes o sensaciones que alguna vez tienen que ver con la pieza que canta. Eso le convierte en un marciano. Resuelto el problema de la santísima trinidad (Ricardo Solfa, El Viajante, Armando Llamado, tres personajes distintos y un solo Sisa verdadero), el cantautor galáctico retornó a su personalidad primigenia, que comenzó en los sesenta y que le hizo crear canciones tan excelsas como Qualsevol nit pot surtir el sol. Tratamiento nuevo en la mayoría de esas canciones, como refleja su reciente disco Bola voladora, que ocupó dos tercios de su refrescante recital: contundencia rockera, reggae y pachanga en un recorrido sin nostalgias por un pasado glorioso. La sonrisa de medio lado, la mirada miope y esa voz a veces engolada (Limbo rock), estridente o grave, contribuyen a situar a Sisa y su magnífica orquesta en una encantadora plazuela situada entre Las Ramblas, Malasaña y las calles napolitanas, todo bañado por un Mediterráneo sólo posible en Marte.
Babelia
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