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Columna
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Los chollos más envidiables

Vivir de rentas, como sinónimo de confort y huelga vitalicia de brazos caídos, ha sido secularmente una aspiración general que hoy se ha convertido en una bicoca restringida a unos pocos beneficiarios. En realidad, ni siquiera se conserva en el imaginario de la inmensa mayoría del personal, bastante más preocupada por la fragilidad del empleo, los deprimentes pronósticos que se formulan en torno a la volatilidad del mismo y las evidencias acerca del carácter crónico del paro para un porcentaje estanco e irreductible de la población activa. Claro está que siguen habiendo islotes laborales asentados en la opulencia y la seguridad, pero suelen ser restrictivos y a menudo corporativos. Esto es: inalcanzables para la tropa innumerable que, desarmada de utopías, busca su lugar de subsistencia bajo el sol.

Uno de esos islotes, si bien de características subalternas con respecto a los más encopetados, pero muy envidiable, es el que nutre la fauna afortunada de los asesores políticos y de toda índole que satura las nóminas de la Administración Pública. De estos personajes se sabe que son de libre -y en ocasiones chocante- designación, no se les requiere frecuentemente una cualificación profesional, es raro que se atengan a horarios y pautas de trabajo y, sin embargo, perciben unos buenos emolumentos a cambio de no se sabe qué, pero hemos de suponer que útil para alguien, empezando por los beneficiados. La única contrapartida a tan descansada y ambigua función es que su fecha de caducidad va ligada a la de quien fue su valedor.

Estos días, el DOGV, ha publicado las mejoras salariales que se les otorgan a dos asesoras, especificando con precisión los distintos sumandos que componen la retribución anual de las agraciadas, que viene a ser, respectivamente, 34.053 y 4l.373 euros. Lo que no se anota son las contrapartidas que se espera de estas damas, al margen de las supuestas comparecencias en actos públicos del PP, promoción del voto gubernamental y fidelidad a la causa. Poca cosa como para deslomar a nadie. Ya comprendemos que sería una indelicadeza consignar tales obviedades. Se tiene por sobreentendido que el ciudadano está al cabo de la calle en punto a lo que son prebendas, clientelismo y demás corruptelas.

Me pregunto si estas regalías no podrían democratizarse, de manera que fuesen rotativas o se adjudicasen por sorteo entre los aspirantes y desempleados. Siendo así que tales chollos son ya una malformación calcificada de la función pública, al menos podría distribuirse más equitativamente y alentar de este modo entre el vecindario el extinto ensueño de sobrevivir un tiempo indeterminado al amparo de los contribuyentes, exhibir el pomposo título de asesor y pisar moqueta un rato a la semana para emitir un consejo fútil que, por otra parte, nadie nos pediría. Los futuros programas electorales deberían contemplar esta opción socializante y distributiva. O su contraria, que consiste en cancelar tamaña sangría presupuestaria y agravio a cuantos penan por el pan llevar. Me temo incluso que no falte quien rompa una lanza por estos trabajadores sin causa ni tajo conocido, entre los cuales quizá pueda señalarse a uno o varios que se ganan lo que cobran. Son la excepción inevitable.

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