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Columna
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Local

Participé ayer como ponente en unas jornadas que la Diputació de Valencia ha organizado para que politólogos, administrativistas y, en fin, juristas protagonicemos un deshabillé intelectual ante un elenco de técnicos de la Administración Local convocados al efecto, y deduzco del tono medio de las intervenciones de los concurrentes, de sus silencios y sonrisas, que cuantos esfuerzos se hagan para propiciar el cambio en la Administración Local se van a encontrar con un muro de indiferencia cuando no de incredulidad tanto de políticos cuanto de técnicos.

Expuse muy escuetamente que para mejorar el sistema de gobierno de nuestros municipios convendría depurar el modelo básico vigente y llevarlo a algún tipo reconocible de parlamentarismo, de semi-presidencialismo o de semi-parlamentarismo, al tiempo que se adopta un sistema electoral que destierre la cláusula de barrera actualmente existente y entronice, o bien la elección directa del alcalde, o su elección parlamentaria, de manera que los institutos propios de cada una de estas formas de gobierno puedan prestar a la solución la debida coherencia.

Defendí un sistema de voto doble para la elección directa del alcalde y de la corporación, de manera que el conjunto de los concejales se continúe eligiendo mediante un sistema de listas cerradas y un escrutinio de verdad proporcional, y el alcalde lo sea mediante un sistema calcado del presidencial francés, y me atreví a sugerir que incluso la elección del conjunto de concejales se realice mediante un sistema similar al de la elección del bundestag alemán, de modo que cada municipio elegiría una parte de los concejales mediante circunscripción municipal plurinominal y la otra en distritos uninominales, aumentando sustancialmente el número de representantes en las Corporaciones, al menos en las mayores, como, por ejemplo, las grandes ciudades, o las mayores de 30.000 habitantes; y, en fin, como colofón, propuse que cuando se aborde la futura Ley Municipal Valenciana se adopten nombres autóctonos para designar las instituciones y órganos municipales...

Después de advertir a los presentes repetidamente que la ingeniería política, la teórica, al menos, debe preceder al reparto de la túnica que las fuerzas políticas cometen cuando ya no tienen más remedio que asumir las reformas que alegremente prometen en la primavera de los ciclos que consumen, y declarar sin remilgos que todas mis propuestas iban dirigidas a dignificar la vida municipal, a dotar de mejor prestigio a las instituciones de las que se dice que son las más próximas al ciudadano y palpar el escaso entusiasmo de los técnicos presentes, celebré secretamente que no fuera una tenida con políticos y me enroqué en la defensa de una terminología propia para la causa, consciente de que como en otros ámbitos de nuestra recuperación nacionalitaria lo mejor ha sido que hemos asumido retazos del léxico foral sin hurgar en los contenidos.

Así, propuse sustituir alcalde por batlle, concejal por síndic, cuerpo electoral municipal por universitat, ayuntamiento por casa de la universitat, de la vila o de la ciutat, comisión de gobierno por consell de govern, pleno municipal por cort de la vila o de la ciutat, y distrito por raval, entre otros muchos.

Todo el mundo coincidió en que esta propuesta és lo único que de verdad puede prosperar. Veterano usufructuario de pequeños triunfos léxicos en los instrumentos del autogobierno, me plegué a la enmienda y dejo constancia pública por aquello del copyright.

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