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Columna
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Empieza la reyerta

Con independencia de los avatares de las encuestas, los tres tenores -Rajoy, Rato y Mayor-, en su condición de candidatos a encabezar la lista del PP a las elecciones generales del 2004, se diría que viven en el idilio de la incertidumbre y que permanecen concordes en sumarse unánimes a la designación cuando toque el momento decisorio. Pero por debajo la lucha está abierta. Cuentan los últimos viajeros llegados de Génova que el delfinario se ha enriquecido con otros aspirantes más o menos declarados donde se incluyen el titular de Interior, Ángel Acebes (véase EL PAÍS del 24 de septiembre), el presidente de la Comunidad de Madrid y candidato a la alcaldía de la Villa, Alberto Ruiz Gallardón, y el secretario general del PP y ministro de Administraciones Públicas, Javier Arenas Bocanegra. Así lo viene a probar que sus nombres hayan sido incluidos en los sondeos, sin ir más lejos en el pulsómetro de ayer del Instituto Opina para la Cadena SER. Hay noticia de maniobras de diversa procedencia para potenciar a unos y desprestigiar a otros y hasta el presidente de la patronal CEOE, José María Cuevas, ha tomado vela en esa procesión, deseoso como está de que se ponga fin a una indefinición considerada perniciosa.

Todavía las apuestas abiertas pueden ser contraindicadas, pero quienes se creen con derecho al pronunciamiento trabajan en dos direcciones. Por un lado, quieren reservarse la posibilidad de eliminar poniendo bola negra al que consideren inadecuado, y, por otro, se muestran dispuestos a aceptar la designación del altísimo siempre que quede suficiente constancia al recipiendario de la contribución prestada a su exaltación como cabeza de lista. Es decir, que quien llegue lo haga consciente de la deuda contraída con sus anteriores pares. Ese mismo juego, el de acreedores, es el que están dispuestos a jugar otros personajes relevantes, por ejemplo del mundo económico, en especial el de las privatizaciones consumadas, para evitar ser ninguneados por un recién tanto más peligroso e incontrolable cuanto llegado a la cúspide política del PP exento de deudas exigibles por ellos.

Así llegamos a los prohombres del circuito de los medios de información. Son el equivalente aquí de Les nouveaux chiens de garde descritos por Serge Halimi en su libro editado por Raisons D'agir donde acusa a los 30 periodistas más conocidos de Francia de amplificar la voz del poder económico y político, erigirse en profesores de moral y censurar el pensamiento crítico valiéndose de la 'utopía ultraliberal'. Claro que en España la situación tiene perfiles propios porque los nuestros hablan con su propia voz, dado que se han integrado con toda brillantez en ese poder económico. Podrá aducirse que estábamos advertidos por Indro Montanelli de la necesidad de sospechar de los periodistas enriquecidos, pero esa advertencia ha sido en vano y el éxito ha operado como el mejor disolvente convalidador de cualquiera de sus excesos. De modo que nuestros líderes mediáticos se llaman a la parte y reclaman su derecho a intervenir en la sucesión valiéndose de los espacios públicos que debieran administrar con escrupuloso respeto a las audiencias disponibles.

Aquellos que viajaron en el autobús de Felipe González en octubre de 1982, hace 20 años, pensaron haber sido los artífices de la victoria socialista y lo mismo sucedió con los periodistas de cámara de José María Aznar en la campaña de 1996. Otra cosa es que a la hora del reparto no hubiera prebendas para todos y empezaran los despechos en cuanto advirtieron la imposibilidad de colmar sus ambiciones. Por eso ahora cunde la técnica periodística que insinúa de modo insidioso el paso de la contigüidad a la causalidad y en los medios adictos al PP se lanzan diatribas hacia los hombres del presidente. De Pedro Arriola a César Alierta, que en absoluto serán absueltos en estas líneas, cualquiera que haya emprendido el ejercicio de sus funciones atendiendo a sus deberes profesionales o empresariales sin plegarse a los intereses de los campeones mediáticos puede prepararse para todos los padecimientos de una abierta campaña sin posible réplica, que sólo serviría de agravante. Permanezcan atentos a la letra impresa, al transistor y a la pantalla. Asistiremos desde este momento a un luminoso conflicto. Empieza la reyerta.

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