Moderno, moderno
Borderline se estrenó en junio de 2002 en Berlín. No le sentó bien a Blanca Li su paso por la capital alemana. Tal vez no fuese el momento más apropiado para un desembarco en la Ópera Cómica, no lo sé. Lo que es innegable es que en Berlín, la coreógrafa granadina podía haber tenido una franja de público incondicional. Sencillamente, por su concepto estético. La primera escena de Borderline se desarrolla en una especie de sanatorio psiquiátrico, con los bailarines envueltos en camisas de fuerza. Los trastornos mentales no se van a limitar a ese arranque. Todo el espectáculo tiene un punto de locura, pero una locura divertida, desenfadada, irreverente. Hay un aire discotequero y guimnástico en el movimiento y en la música. No supone una limitación. Blanca Li envuelve las escenas de baile con fondos pictóricos, de cierto corte naïf. El colorido es explosivo, la sensación de frescura se impone.
Borderline
De Blanca Li, Lucy Orta y Jorge Orta. Compañía de Danza Blanca Li. Coreografía y puesta en escena: Blanca Li. Música: Matthew Herbert, Tao ºGutiérrez. Coproducción con la Ópera Cómica de Berlín y Le Moulin du Roc de Niort. Festival de Otoño 2002. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 18 de octubre.
La capacidad de invención es constante. Las escenas de las tiendas de campaña o las de los bañistas son un prodigio de fantasía delirante. El ritmo es arrollador. Es difícil resistirse a esta oleada de vitalidad.
La primera sensación que transmite Borderline es la de espontaneidad. Es una espontaneidad, en cierto modo surrealista, rozando el absurdo. Refleja un estado de ánimo ante los disparates de todos los días en la sociedad actual: las guerras, los comportamientos irracionales asumidos como normales. La defensa, e incluso la supervivencia, ante este entorno tan chirriante viene desde el sentido del humor. No es un humor sutil sino, si me apuran, sanamente excesivo. Y siempre imaginativo.
La locura colectiva tiene su respuesta desde la invención irónica. El baile se convierte así en un reducto de salvación. Los vídeos, el vestuario, los gritos y susurros, conforman una galería de estímulos a partir de la autonomía de la danza. La hora y media que dura el espectáculo pasa como un suspiro. Tal vez no sea excesivamente profundo, ni mucho menos intelectual, pero tiene una energía extraña en su apariencia intrascendente. Es, en cualquier caso, divertido, muy divertido, de un entretenimiento contagioso.
Blanca Li dejó en Madrid buenas sensaciones. Su espectáculo posee además una factura muy profesional. Si se conecta con sus postulados es hechizante. Prevalece en el recuerdo la reivindicación de la libertad expresiva, la integración de diversas técnicas escénicas. Y, sobre todo, la insolencia juvenil, el desparpajo.
Babelia
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