_
_
_
_
Tribuna:LA PROTECCIÓN DE EDIFICIOS
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿La Vaguada es nuestra?

La autora recuerda que, en la etapa predemocrática, la gestación de La Vaguada fue un ejemplo de negociación que habría que haber retomado en su polémica reforma.

Qué paradojas tiene la vida. De nuevo, reivindicando que La Vaguada es nuestra. Entonces, allá por el año 1976, los vecinos y vecinas del barrio del Pilar nos movilizamos en defensa del uso como dotación pública del único espacio libre que tenía este barrio: La Vaguada. Ese lema fue capaz de sintetizar el sentimiento, la reivindicación, la voluntad y, finalmente, la conquista de uno de los movimientos vecinales madrileños más importantes del final del franquismo y los inicios de la transición democrática.

Aquella movilización frenó un proyecto urbanístico agresivo y especulador y concluyó en un acuerdo que permitió una mayor armonía de los intereses empresariales con los vecinales: se ampliaron zonas verdes y dotaciones públicas no previstas inicialmente, se limitó el espacio dedicado al comercio y se construyó el nuevo centro comercial con unas características arquitectónicas respetuosas y amigables con el entorno en el que se ubica.

El Ayuntamiento les ha concedido cinco licencias de obras entre febrero y julio de 2002

En este contexto no fue una casualidad que se responsabilizara a César Manrique del concepto y diseño de este edificio. Este escultor del paisaje, este configurador de espacios, reconocido internacionalmente por sus especiales cualidades para armonizar e integrar ámbitos, para ofrecer equilibrios -no sólo entre los elementos físicos, sino de éstos con las necesidades sociales a las que atienden-, fue el encargado de materializar un acuerdo social entre el movimiento ciudadano, el propietario de un suelo y las autoridades públicas, creando un hito arquitectónico que fue la expresión plástica del sentir ciudadano, la plasmación artística del consenso, del pacto de convivencia entre intereses contrapuestos que hoy se pretende dinamitar con unas agresivas y estridentes obras de reforma, autorizadas irresponsablemente por el Partido Popular.

Si se tiene en cuenta que además ese peculiar edificio serviría como centro comercial en un momento en que comienza en Madrid el desarrollo de las grandes superficies, se resalta su valor arquitectónico frente a la banalidad espacial de los hipermercados, convirtiéndose en una pieza única, singular, que conjuga belleza y funcionalidad y que hoy está ya incorporada visualmente al perfil de la zona. Pues bien, ha llegado el momento de su transformación: alega el propietario motivos de modernización y acomodación a los 'nuevos gustos' de sus clientes para plantear cambios tanto en el exterior como en el interior del centro.

El Ayuntamiento, por su parte, dice que, cumpliendo la legalidad vigente, no puede oponerse, porque, en primer lugar, no es un edificio catalogable como bien protegido; en segundo lugar, es muy dudoso que puedan protegerse elementos interiores de un edificio moderno que además son cuestionables como elementos decorativos, y, en tercer lugar, que el edificio tiene un dueño, el cual puede hacer lo que quiera siempre que respete las normas legales existentes.

En este sentido, el Ayuntamiento ha concedido cinco licencias de obras y una de tala de árboles entre los meses de febrero y julio de 2002. Seguramente esta parcelación de actuaciones (por supuesto, legal) ha impedido que las autoridades competentes apreciasen el alcance que tenían en su conjunto, y quizá la valoración hubiera sido otra si las solicitudes de obras se hubieran tramitado en una licencia única (igualmente legal) o el propietario hubiese solicitado en un único acto todas las obras de modificación del centro. ¿Pillería? ¿Coartada? ¿Azar?

Conocedora accidental de las reformas emprendidas en el centro La Vaguada, la Fundación César Manrique, primero, preguntó en qué consistían a Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento y, tras la ambigua e inconcreta contestación, se personó para conocerlas in situ. Envió a los medios de comunicación un lamento y una queja, exponiendo claramente que la reforma destruía parcialmente el conjunto y suponía 'una regresión en el valor social de la obra' que acabaría con el carácter artesanal y humano del centro. Pero Manrique realizó un todo coherente, una construcción que responde a una filosofía urbana definida y que se cuidó hasta su menor detalle; por eso, una destrucción parcial implica una ruptura de la unidad.

De los elementos artísticos de La Vaguada sólo se mantendrán las velas como cartel de reclamo publicitario reconocible a gran distancia, pero se habrá roto su valor arquitectónico. Las cosas podrían haberse hecho de otra manera: la propiedad podría haberse dirigido a la Fundación César Manrique para darle a conocer sus necesidades y cómo se propone atenderlas; o, en la siguiente instancia, las propias autoridades municipales podrían haber alentado la negociación entre las partes, recuperando así el espíritu que anidó en el proyecto original: integrar intereses y valores, cohesionar barrios distintos, obtener la aceptación ciudadana.

Pero quizá hoy en Madrid no funciona el sentido común, el amor por lo singular que caracteriza una ciudad, el respeto por la participación y cooperación ciudadana, la protección de edificios ligados a la historia de la ciudad, antigua o reciente, sino el mercantilismo, la estandarización, incluso la usura.

Hay que pararlos. En plena etapa predemocrática, la gestación y ejecución de La Vaguada constituyó el primer ejemplo de negociación y acuerdo con la ciudadanía. Ahora, de un plumazo, el Partido Popular, con su desprecio olímpico por la participación ciudadana, nos pretende desplazar, en esto también, a los peores momentos de aquellos tiempos, cuando la gestión de los bienes públicos estaba dominada por los intereses económicos privados y por el ordeno y mando de una Administración a su servicio. Un cuarto de siglo después, aquí tenemos que estar de nuevo para reivindicar colectivamente que La Vaguada es nuestra.

Marta Rodríguez-Tarduchy es concejal socialista del Ayuntamiento de Madrid. rtarduchy@munimadrid.es

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_