_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Manuscrito salmantino

Una prosa soberbia, una exuberante riqueza lingüística, un dominio magistral de la tensión narrativa, una imaginación tan sutil como incontaminada de banalidades al uso, convierten las novelas de Luciano G. Egido (Salamanca, 1928) en una fiesta para el lector. Una fiesta verbal de la que no hay convidado que no salga siempre exultante y euforizado debido a los efectos de la celebración del lenguaje. Así sucedió con los cuatro títulos anteriores de este autor, que empezó a publicar narrativa a los 65 años (El cuarzo de Salamanca 1993; El corazón inmóvil, Premio de la Crítica 1995; La fatiga del sol , 1996, y El amor, la inocencia y otros excesos, 1999) y así sucede en La piel del tiempo, su quinta y última novela. Si hay lectores que aún no han frecuentando ninguna de las fiestas de Luciano G. Egido, les recomiendo que no dejen de asistir a la de La piel del tiempo: en sus páginas, la fiesta se ha convertido en auténtica orgía literaria, una orgía que, a buen seguro, les creará adicción.

LA PIEL DEL TIEMPO

Luciano G. Egido Tusquets. Barcelona, 2002 368 páginas. 17 euros

'Naturalmente, un manuscri-

to': con esta cita de Umberto Eco se abre el primer capítulo de una novela que, de acuerdo con la cita -y con la gran tradición de la novela gótica, de la novela fantástica y de la novela de terror, géneros que Egido funde en su relato- se trata de un manuscrito encontrado por casualidad, en un baúl del desván de una casona familiar. Un manuscrito en el que se narra la extraordinaria historia de un hombre llamado Martín, que llega a Salamanca con sus padres, tras atravesar el páramo castellano, a finales de la Edad Media, y se instala en la ciudad, donde vive ochocientos años, creando una bizarra dinastía, 'una tropa', como escribe el último descendiente de la estirpe que descubre el manuscrito, 'de asesinos, matones, mujeriegos, parricidas, locos y vengativos, imprudentes hasta el peligro y mezquinos hasta la mentira'. Ese don de la inmortalidad recibido en la infancia, casi a las puertas de Salamanca, concedido por un ángel a quien, transfigurado en leproso, el niño socorre (con gran espanto de sus progenitores, una madre 'remilgona, viril y asilvestrada' y un padre 'apocado, soñador y pijotero'), permite al protagonista vivir ocho siglos de la historia de la ciudad, desde los tiempos en que era una plaza devastada por las luchas contra los árabes hasta finales del siglo XX. Ocho siglos de historia colectiva como trasfondo a la individual, narrada por distintos descendientes del primer e inmortal Martín a lo largo de distintas épocas.

Guerras, conmociones histó

ricas, confrontaciones de culturas, a través de los avatares de los protagonistas, que van tejiendo relatos de amor, de odio, de venganzas, de glorias y fracasos, de crímenes y traiciones, de aparecidos que regresan de la muerte para satisfacer deseos no cumplidos, y de vivos que protagonizan episodios que giran en torno a motivos representativos del género fantástico como el del doble, el del retrato cuya pintura tiene la virtud de destruir la belleza física a medida que se va pudriendo el alma de su poseedor, la visión del propio entierro, el hombre que se vuelve invisible, y el que mengua un poco cada vez que hace el amor con la mujer que ama y es tanto el amor que siente por ella que no puede dejar de hacerlo hasta que acaba por desaparecer. La ciudad, Salamanca, crece durante estos ocho siglos de historia, alternando los momentos de decadencia con los de esplendor, periódicamente víctima de luchas fratricidas, hasta, al final, navega, arrastrada por un mar de luz que lo inunda todo (entre los nombres que, al inicio del libro, configuran la lista de agradecimientos del autor, aparece el de García Márquez; algunos de los otros son los de Jan Potocki, Edgar A. Poe, John F. Le Fanu, Oscar Wilde, Valle-Inclán, Cortázar y Richard Matheson). Uno de los grandes aciertos de Luciano G. Egido es el lenguaje utilizado en estos manuscritos. ¿Cómo prestar credibilidad lingüística a unos textos escritos en distintas épocas? Huyendo de la nunca bien lograda recreación del idioma correspondiente a cada época, el autor recurre a una solución excelente: en el primer capítulo, el narrador que dice haber encontrado el manuscrito supone que cada uno de los descendientes del fundador de la estirpe copió y recopió el manuscrito, 'siglo tras siglo, añadiendo, quitando y puliendo palabras', para 'poner a punto la retórica literaria, heredada, aprendida y afinada por sus necesidades de expresión, que cambiarían con los tiempos, con las modas y con los vaivenes de su precaria inspiración'.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_