Certeza y violencia
El propósito de este audaz, brillante y complejo ensayo sobre la historia de las ideas en América durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX -Premio Pulitzer de Historia 2002- es narrar el despliegue de las concepciones que fueron socavando la autoridad de las creencias dominantes en Estados Unidos en vísperas de su guerra civil. La obra, sin embargo, no se limita a contar el nacimiento y auge del pragmatismo, término acuñado en 1872 por Charles S. Peirce a partir de una cita de Kant y popularizado por William James desde 1898; el autor advierte al lector sobre el gran número de personajes sorprendentes que ha encontrado en el recorrido de su fascinante camino investigador. Sirvan de ejemplo el zoólogo suizo Louis Agassiz, que dominó las instituciones científicas americanas con sus concepciones poligenistas y antidarwinianas, o Willian Lloyd Garrison, el abolicionista para quien la Constitución de Estados Unidos era 'un pacto con la muerte y un acuerdo con el infierno'.
EL CLUB DE LOS METAFÍSICOS
Louis Menand Traducción de A. Bonnano Destino. Madrid, 2002 576 páginas. 22,85 euros
El título del libro podría hacer pensar en un centro semiconspirativo que forjó primero y difundió después el pragmatismo; el Metaphysical Club avencidado en el Cambridge de Harvard no fue, sin embargo, más que una tertulia seminstitucionalizada de corta vida, incierta documentación y rótulo irónico. Aunque ese ámbito de discusión amistosa adquiera una especial relevancia en la obra por la presencia discontinua de William James, Oliver Wendell Holmes y Charles S. Peirce en las sesiones, el gran animador fue Chauncy Wright, uno de los actores secundarios del drama que enriquecen y dan color a la trama del libro.
El bombardeo de Fort Sumter en abril de 1861 por las baterias confederadas hizo inevitable que la pugna política entre los Estados del Norte y del Sur sobre la extensión de la esclavitud a los nuevos territorios del Oeste se transformara en un sangriento y cruel conflicto militar de cuatro años de duración. La generación implicada en los horrores de esa lucha fratricida quedó marcada para siempre por sus dolorosos recuerdos: la guerra civil significó el fracaso no sólo de la democracia, sino también de las ideas que se habían mostrado incapaces de impedir esa brutal explosión de violencia. El club de los metafíscos elige al jurista Oliver Wendell Holmes y a los filósofos William James, Charles S. Peirce y John Dewey como muestra representativa de los pensadores que liquidaron el inventario intelectual de las generaciones anteriores a la guerra civil y cambiaron con sus enfoques las concepciones de los americanos sobre la educación, la democracia, la libertad, la justicia y la tolerancia. De esta forma, el pragmatismo habría sido -afirma el autor- el producto de 'un grupo de individuos y tomó su forma del modo en que se relacionaban entre sí, de sus circunstancias y de los misterios de sus personalidades irreductibles'.
El carácter necesario y excluyente de los vínculos internos de ese privilegiado cuarteto no parece, sin embargo, evidente en sí mismo; entre otras razones porque Dewey era bastante más joven que los tres amigos de Harvard. En cualquier caso, el elemento homogeneizador de esa corriente de pensamiento no fue 'un conjunto de ideas, sino una sola: una idea sobre las ideas'. El pragmatismo constituye un modo de explicar la manera en que la gente forma sus creencias y toma decisiones. La convicción de que las ideas no deben convertirse nunca en ideologías, portadoras de imperativos trascendentes y justificadoras del orden existente o de la subversión, es el núcleo de su enseñanza; herramientas creadas por la gente para enfrentarse con el mundo y responder a sus desafíos, las ideas no son creaciones individuales que se desarrollen según una lógica interna propia, sino productos construidos socialmente y dependientes de sus portadores humanos. Las creencias, en suma, son apuestas arriesgadas hechas en un mundo probabilístico e incierto: sólo el éxito o el fracaso las valida o las falsea como verdaderas y correctas.
El pragmatismo nunca ha goza-
do de buena prensa entre los filosófosos académicos; según Bertrand Russell, en el supuesto de que fuera necesario tomarse en serio sus tesis, 'los acorazados y los cañones deberían ser los árbitros últimos de la verdad metafísica'. Pero Louis Menand argumenta que el pragmatismo se proponía en realidad otro objetivo: 'Que a la gente le resultara más difícil llegar a la violencia por sus creencias'. La tolerancia, la democracia, los derechos de las minorías, la libertad de expresión y la admisión del carácter provisional e inseguro de cualquier conclusión fueron su evangelio.
Más allá del análisis de sus concepciones doctrinales, las biografías de los cuatro personajes seleccionados por Louis Menand, la rememoración de sus familiares (los padres de James, Peirce y Holmes) o colegas académicos (Thortsein Veblen, Franz Boas o Arthur F. Bentley) y las referencias a dirigentes sindicales y políticos (como Eugene Debs) están escritas con talento y se hallan entreveradas con numerosos episodios de la historia americana del periodo: desde las cruentas batallas de la guerra civil hasta la huelga Pullman en 1894, pasando por casos judiciales tan célebres como la frustrada emancipación del esclavo Dred Scott, la autonomía del Darmouth College, el testamento Howland y las condenas impuestas durante la Gran Guerra por la Ley de Espionaje y Sedición. Tal vez el retrato más logrado o la vida más apasionante corresponda a Oliver Wendell Holmes, el juez de la Corte Suprema que renovó la jurisprudencia constitucional sobre la libertad de expresión y otras muchas materias. El magistrado había combatido durante la guerra civil en las filas de la Unión -se presentó voluntario con 19 años- y fue gravemente herido en tres ocasiones. El conflicto fratricida fue la experiencia central de su vida: hasta su fallecimiento en 1935 (dos días antes de cumplir los 94 años) brindaba con una copa de vino en cada aniversario de la batalla de Antietam. Después de su muerte, los herederos descubrieron en un armario dos uniformes del Ejército de la Unión con una nota manuscrita: 'Las manchas son de mi sangre'. Para Holmes, sin embargo, el mensaje de la guerra civil era inequívoco: las rígidas certezas y las creencias deterministas de la generación de su padre habían sido en buena medida culpables de aquella horrible matanza.
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