Toque de corneta
El desfile militar que se celebró con ocasión -a l'occasion, que dirían los franceses- del día de la Fiesta Nacional, el sábado 12 de octubre, suscita algunos comentarios a propósito de las Fuerzas Armadas, de la misión que les asigna la Constitución, de la bandera y los honores que recibe y de otros detalles incorporados al kit que se facilitó a los invitados a las tribunas erigidas en la madrileña plaza de Colón. Primero, es preciso recordar el camino andado en la buena dirección. Veníamos del régimen anterior con el desfile de su victoria. Conmemoraba una victoria lograda sobre otros españoles por los ejércitos de Franco, donde figuraban el Tercio de Extranjeros y los Regulares nutridos de combatientes moros a los que se sumaban la Legión Cóndor de origen hitleriano y el Corpo di Truppe Volontarie del amigo Mussolini. Entonces era cuando, dando voz a los vencidos y desarmados, desde la puerta del Café Gijón, recitaba el poeta Carlos Oroza sus versos impregnados del recuerdo de la brutal represión continuada a partir del 1 de abril que empezaban así: 'En esta avenida se celebra el crimen cada año'.
Con la muerte de Franco el 20-N terminaba la victoria de unos españoles sobre otros, a quienes para mayor castigo se había desprovisto previamente de su españolidad incorporándolos al infierno de la anti-España, horda merecedora de fusilamientos sin tasa y campos de concentración. Iba a empezar la paz, la reconciliación, el amparo cívico de la Constitución bajo la que todos acampamos. Los españoles sobre los que tantos aciagos pronósticos de discordia se cernían renunciaron al rencor, se aprestaron al reencuentro, defraudaron a los hispanistas. Por eso se impuso la búsqueda de un nuevo orgullo en el que todos pudieran coincidir, cuya invocación dejara de significar humillación para una parte de la población. Años antes, al entrar en la frontera de la tercera edad, el general superlativo, queriendo dar una prenda de perennidad del régimen a los ex combatientes inquietos por el después de Franco, les dijo aquello de todo quedará atado y bien atado bajo la guardia fiel de nuestro Ejército. Pretendía encomendar a los uniformados una misión de continuidad en el sometimiento de sus conciudadanos, pero el cálculo era errado porque los Ejércitos dejaron de ser de Franco para convertirse en los Ejércitos de España. Dejaron de formar parte de la amenaza nacional para convertirse en pieza clave de la Defensa.
Así lo dice la Constitución en su artículo 8º, según el cual 'las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional'. O sea, que las que se llamaron Fuerzas de Orden Público y ahora se denominan Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, entre las que se cuentan la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía, dejaban en adelante de formar parte de las Fuerzas Armadas. Una nueva definición llena de consecuencias, como ha explicado Manuel Balbé en su libro Orden Público y militarismo en la España Constitucional. Porque, a través de tantas discontinuidades constitucionales desde 1812 en adelante, siempre se había encomendado la administración del orden público, es decir de las libertades públicas, a los militares hasta que se promulgó la actual Constitución de 1978.
Además debe repararse en que frente a las interpretaciones sesgadas de Xabier Arzalluz, siempre con el artículo 8º a cuestas, y de algunos de sus antagonistas (reléanse las declaraciones del alcalde Manzano suscritas por el ministro Trillo) empeñados en tener enfrente o refugiarse detrás de los militares, la Constitución en absoluto establece automatismo de intervención castrense alguna. Qué sean la soberanía, la independencia, la integridad territorial o el ordenamiento constitucional, corresponde definirlo en todo momento al Congreso y al Senado y para nada a la Junta de Jefes de Estado Mayor, primer eslabón de la cadena de mando militar. Entre tanto, el ministro de Defensa debe ahorrarse el regalo de la corneta prometida al líder de la oposición, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, y revisar el texto del folleto que se entregó a los invitados al desfile, manifiestamente mejorable. Continuará.
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