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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Control rígido para los diez

José María Ridao

De las dos principales fórmulas contempladas para llevar a cabo la ampliación de la Unión Europea, la Comisión se ha inclinado finalmente por la que parece sugerir la existencia de una mayor voluntad política de incorporar a los nuevos socios: en lugar de analizar país por país el cumplimiento de los requisitos e ir abriendo las puertas, se ha fijado una fecha común para 10 de los candidatos a la adhesión. Y como los riesgos de que las reformas pendientes en estos países no se aborden con la celeridad y la profundidad que exige el horizonte de 2004 son sin duda elevados, la Comisión ha previsto un severo sistema de garantías, desconocido en los procesos de adhesión anteriores, en virtud del cual se puedan dejar en suspenso ciertas áreas de integración.

Ankara lleva más de una década apostando por encontrar un anclaje europeo para su país, a fin de ponerlo a salvo de los riesgos que crea su condición fronteriza

Antes que cualquier otra cosa, esta combinación de voluntad política favorable a la ampliación y de establecimiento de rigurosos controles para los candidatos pone de manifiesto una realidad que han sabido apreciar, mejor que nadie, los tres países que han quedado fuera de esta tanda: Rumania, Bulgaria y Turquía. Se trata de que, en rigor, la Comisión alberga serias dudas acerca de la situación en la que se encuentran las reformas de los admitidos. Y si esto es así -piensan sobre todo los países que se han quedado fuera-, ¿por qué se ha optado por trazar una divisoria entre candidatos, y no, por ejemplo, por endurecer los controles, de modo que los más retrasados pudieran entrar dentro del grupo mayoritario aunque pesara sobre ellos más que sobre el resto la amenaza de suspensión parcial de la integración?

En el caso de Rumania y de Bulgaria, la exclusión se ha visto paliada por el ofrecimiento de una fecha alternativa, la del año 2007. Por más que puedan pesar razones de orgullo nacional en su decepción por la decisión de Bruselas, o incluso la sensación de un cierto aislamiento, los efectos de la propuesta de la Comisión se ven mitigados por la certeza de que la Unión Europea los considera parte indiscutible del proyecto. De hecho, el propio comisario para la ampliación, Gunter Verheugen, declaró ante el Parlamento Europeo que ésta 'no habrá concluido hasta que Rumania y Bulgaria no entren en la UE'.

Problema turco

Precisamente ahí es donde comienza el problema para Turquía. En primer lugar, porque, a diferencia de los otros dos candidatos que han quedado fuera, la Comisión no le ha ofrecido fecha alternativa para iniciar las negociaciones. Pero, en segundo lugar, porque las propias palabras del comisario Verheugen ante el Parlamento parecen dictadas por un pensamiento que nadie se ha atrevido a expresar en público, pero que parece habitar en el subconsciente colectivo de al menos una parte de la Unión: si la ampliación no terminará hasta que no se incorporen Rumania y Bulgaria, ¿quiere eso decir que, incorporados estos países, el proyecto se considerará cerrado y, por tanto, Turquía deberá permanecer definitivamente al margen?

El Gobierno de Ankara lleva más de una década apostando por encontrar un anclaje europeo para su país, a fin de ponerlo a salvo de las tensiones y de los riesgos que crea su condición fronteriza. En los últimos tiempos ha adoptado además medidas como la supresión de la pena de muerte o el reconocimiento de derechos culturales a la minoría kurda. Todo ello bajo la atenta vigilancia no ya de las corrientes islamistas, cuya fuerza política está siempre presente, sino de los sectores duros del sistema, como el ejército. Para éste, la no condena a muerte del líder kurdo Ochalan -después de una rocambolesca operación de captura- supone una importante concesión a la política europeísta del Gobierno, y de ahí que el portazo propinado por la Comisión le irrite particularmente.

Con elecciones previstas para noviembre, sorprende la escasa sensibilidad de Bruselas en su relación con Turquía. Como si hubieran triunfado una vez más los razonamientos burocráticos sobre los políticos, la Comisión ha despachado el asunto diciendo que la situación turca no está madura para fijar siquiera una fecha en la que abrir negociaciones. Tras esta fórmula huera podría esconderse en realidad el temor de que la dimensión de Turquía produjera un reequilibrio de la Unión a favor de los países del sur, y de ahí que uno de sus principales valedores sea, paradójicamente, Grecia. Pero podría esconderse además el viejo prejuicio de que el islam no forma parte de Europa y de su tradición. En este caso, los efectos serían mucho más graves, puesto que Europa se estaría concibiendo a sí misma como baluarte y no como un espacio ilustrado y de integración.

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