Baile en la bahía de los delfines

La isla de Fernando de Noronha, situada a unos 360 kilómetros de la ciudad de Natal, se ha convertido en los últimos años en uno de los destinos turísticos más tentadores que ofrece Brasil. Esta isla, de siete kilómetros de largo por tres y medio de ancho, da nombre a un pequeño archipiélago perdido en las aguas del mar Atlántico.

Ya sea en bugui, moto, bicicleta, barco, caminando o pidiendo carona (autostop), en pocos días cualquier visitante podrá disfrutar de sus bellísimas y desiertas playas, como la Praia do Sancho, elegida recientemente como la mejor de Brasil por la revista Veja, y de sus deslumbrantes fondos marinos. Con unas gafas de bucear, y adentrándose unos pocos metros en el mar, se pueden ver tortugas, rayas, cazones y peces de colores.

Otro espectáculo memorable consiste en observar la llegada de cientos de delfines a la bahía dos Golfinhos al amanecer. A lo largo de la mañana, y desde las rocas que circundan el lugar, se asiste a un desfile único: numerosos grupos de delfines se deslizan armónicamente, dan saltos y hacen piruetas, se arremolinan y se persiguen en un mar de reluciente azul turquesa.

Cada noche, los responsables de las organizaciones ecologistas afincadas en las islas dan charlas en la sede del Instituto Brasileño del Medio Ambiente (Ibama) sobre los diferentes proyectos en los que trabajan, relacionados con las tortugas (Proyecto Tamar), los delfines o con otros aspectos de la vida marítima y terrestre. Después, la única alternativa es sentarse en las hamacas de la posada o ir a bailar forró a la orilla del mar en el bar O Cachorro, el único lugar con ambiente musical en la isla.

Con una población de algo más de 2.000 habitantes, en Fernando de Noronha abundan por doquier las posadas, la mayoría antiguas casas de pescadores o de nuevos moradores que se han reconvertido para hospedar a los 400 visitantes que pueden permanecer a la vez en el archipiélago. Los turistas que a lo largo de la mañana llegan a su pequeño aeropuerto se ven obligados a pagar un impuesto de preservación de 21 reales (unos 5,70 euros) por cada día que permanecerán en la isla. El archipiélago es reserva nacional marítima y fue designado como patrimonio natural de la humanidad por la Unesco.

Desterrados

Durante los dos últimos siglos, estas islas, que por mucho tiempo estuvieron bajo control militar, recibieron distintas oleadas de desterrados y penados. De su estancia aquí sólo quedan hoy algunos pocos vestigios, como las fotos y testimonios recogidos en el pequeño Museo Memorial Noronhense, así como las calzadas de piedra, la iglesia colonial y algunas ruinas de los edificios penitenciarios, también construidos por ellos.

Según parece, las islas fueron descubiertas por Américo Vespucio el 10 de agosto de 1503, y desde entonces han pasado por ellas portugueses, holandeses, ilustres viajeros (entre ellos, Darwin), militares brasileños y, por último, soldados estadounidenses (entre 1942-45 y 1957-65). De su importancia estratégica durante los años en los que Fernando de Noronha perteneció a la corona de Portugal dan fe los nueve fuertes que la rodean y que hoy están prácticamente demolidos. Por su parte, del paso de los estadounidenses han quedado algunos barracones, conocidos como iglús, hoy reconvertidos en oficinas, comercios o posadas.

Desde las ruinas del fuerte de Nossa Senhora dos Remédios, el único que conserva en pie distintas estancias y muros, se observa una vista privilegiada de la Vila dos Remédios, las playas del Cachorro y Do Medio y el Morro do Pico, una alta y escarpada roca que se alza a modo de majestuosa proa frente al mar.