El amable bienestar de las 'ciudades lentas'
26 poblaciones italianas se unen para reivindicar el modo de vida mediterráneo
Orvieto, a poco más de una hora de Roma, se percibe desde el tren como un paraíso. Pero detrás de los muros medievales de esta ciudad encantadora se esconde un laboratorio de ideas. El transporte público no contaminante gana terreno al coche privado, las zonas verdes aumentan sin prisa pero sin pausa, lo mismo que las zonas peatonales. Y es que desde octubre de 1999, cuando se fundó el movimiento, Orvieto forma parte de las Slow Cities (ciudades lentas), o, en itanglish, CittaSlow, es decir, las pequeñas ciudades adscritas a la filosofía del Slow Food, inventada por el periodista y gastrónomo Carlo Petrini en 1989, que promueve los productos naturales, las recetas locales, el regreso a la naturaleza y a los placeres profundos y elementales de la vida.Las ciudades lentas se crearon en torno a estos principios asumiendo un compromiso nada fácil: hacer más vivible la vida de sus habitantes. Stefano Cimicchi, alcalde de Orvieto y actual presidente del movimiento, es uno de los que más han combatido la idea de quienes equiparan lento a atrasado. En realidad, Orvieto, una pequeña joya histórica, fue una de las ciudades de provincia más espabiladas a la hora de conectarse a Internet. Pero eso nada tiene que ver con la amorosa protección al medio ambiente, a la estética de construcciones y tiendas, a la artesanía y a la defensa de las tradiciones culinarias.
En Orvieto, como en Bra (Piamonte), cuartel general del Slow Food, como en la pequeña Greve del Chianti, que se alza entre las suaves colinas de la Toscana, o en la más tumultuosa Positano (al sur de Nápoles), ciudades pioneras de la iniciativa Slow Cities, se cultivan las tradiciones, pero se fomenta la experimentación tecnológica de energías renovables y nuevos modos de explotación turística. El ejemplo ha cundido, y, hoy, 26 ciudades italianas forman parte ya de este selecto club que privilegia la calidad frente a la cantidad, la lentitud consciente frente a la celeridad enloquecida, y la lista de espera para obtener el derecho a utilizar el logo incluye ya ciudades extranjeras.
En la última reunión anual de los slowalcaldes, celebrada en agosto en Castelnovo n'Monti, una localidad colgada de los Apeninos, se lanzó una nueva iniciativa, la de promover la bioarquitectura, es decir, una disciplina que recoja los conocimientos arquitectónicos del pasado y los combine con las modernas técnicas de construcción. El alcalde de Orvieto, Stefano Cimicchi, explicó al presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, que la intención es proponer ideas a todas las autoridades locales para recordarles la importancia de recuperar las raíces propias, que es importante crear ciudades vivibles y agradables para sus habitantes.
Cimicchi, igual que Paolo Saturnini, alcalde de Greve, rechaza enérgicamente que la iniciativa Slow Cities sea la de promover la colaboración entre hermosas ciudades medievales con fines turísticos. Y a la vista de lo conseguido hay que creerles. Italia entera -pero sobre todo el centro y el norte- está pespunteada por pequeños paraísos habitados como estas ciudades. Son centros de 20.000 o 30.000 habitantes llenos de vida, donde se trabaja, se estudia, se construye, se comercia y se piensa. Los ayuntamientos que se han adherido al modelo financian proyectos de investigación, ofrecen créditos a quienes se deciden a recuperar y restaurar edificios tradicionales, sostienen a los comerciantes y fabricantes de productos autóctonos, privilegian los restaurantes y tiendas que sirven y venden productos locales naturales, y, sobre todo, fomentan una comunicación mayor con los ciudadanos, de los que reclaman iniciativas y opiniones.
Por supuesto, en Italia lo tienen fácil por tradición y talante nacional, pero los slowalcaldes aseguran que nunca es tarde para sumarse al tren del movimiento lento. Es cuestión de comprender que en el pasado están las raíces, pero también el futuro.
UN MOVIMIENTO EN AUGE
EL LOGO de las ciudades lentas revela los orígenes del movimiento: el animal que simboliza la filosofía del Slow Food, el caracol, llega a las urbes y se desliza frente a dos edificios, uno histórico y otro moderno. Y sobre esta escena se lee el nombre de la empresa encargada de la certificación: Stratos. La red de ciudades del buen vivir nació en 1999, bajo el amparo del movimiento de la comida lenta, y las Slow Cities pioneras fueron cuatro: Bra, Greve in Chianti, Orvieto y Positano. En la actualidad, la red integra a 26 localidades italianas, aunque otras 16 están en fase de ser certificadas y 12 han presentado los documentos para ser examinadas como posibles aspirantes. Además, próximamente Slow Cities tiene previsto establecer los requisitos que tendrán que cumplir las ciudades fuera de Italia para formar parte del club. Este mes, las ciudades lentas tendrán un especial protagonismo en la cuarta edición del principal evento de Slow Food, el Salone del Gusto, que se celebrará entre el 24 y el 28 de octubre en Turín. En 13 años, el movimiento en favor de las buenas tradiciones culinarias y contra la comida rápida (fue precisamente la apertura de un McDonalds en la plaza de España de Roma la que impulsó la fundación de Slow Food), se ha convertido en un movimiento internacional con más de 40.000 miembros en 80 países y representaciones en 50 de ellos. Y su revista Slow se edita en cinco idiomas (italiano, inglés, francés, alemán y español).
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