Los patriotas
El profesor entra en el aula para impartir una clase sobre Federico García Lorca. El curso está empezando y no conoce todavía a los alumnos. Ya no le sorprende el excesivo número de matrículas en la asignatura, porque el poeta granadino despierta la curiosidad de mucha gente, estudiantes extranjeros, personas mayores, personajes adictos a la leyenda exótica andaluza, jóvenes interesados en la buena poesía. Hay de todo, y todo irá saliendo en las discusiones, detrás de cada pregunta y cada interpretación. Toca hablar de los primeros escritos de García Lorca, esos documentos que nunca publicó el poeta, porque no eran más que los tanteos juveniles de alguien que se estaba formando y que apuraba sus lecturas, sus tradiciones, sus miedos, sus desprecios, su capacidad de admiración. Se trata de definir el mundo del que después brotarán las mejores obras del escritor maduro.
El profesor empieza a leer unas páginas de 1917 dedicadas al asunto de El patriotismo, que el joven García Lorca escribió a la sombra de la Primera Guerra Mundial. Dice el futuro poeta que las creencias individuales quedan supeditadas a la voz de los hombres que gritan con voz muy grave 'ordeno y mando'. Es preciso acabar con lo inútil de las ideas patrióticas, porque de sus senos podridos surgen los monstruos de la guerra y los grandes crímenes de la humanidad. Las banderas son los símbolos de la oscuridad y de la negación de Dios. Son el orgullo, el egoísmo y los intereses económicos convertidos en trapos de colores. Por patriotismo se deshacen y se escarnecen las verdaderas patrias. Por patriotismo se justifican los sentimientos crueles y odiosos de los hombres. Muchos años después, en el poema Grito hacia Roma (Desde la torre del Chrysler Building), uno de los mejores textos de Poeta en Nueva York, García Lorca repetirá las mismas ideas en su desesperado estilo surrealista. Algo más tarde una voz de ordeno y mando acabaría con su vida.
El aula queda en silencio. El profesor se despide hasta la clase siguiente y cruza los pasillos de la Facultad hacia su despacho. Está preocupado, porque teme que algunos alumnos se hayan sentido aludidos en su identidad. Repasa las fichas, lee los nombres y mira las fotografías. Este muchacho de San Sebastián puede ser un nacionalista vasco enamorado de su bandera y su diferencia. Esta muchacha pelirroja nacida en Londres posiblemente sea una partidaria de Blair, el cónsul de Estados Unidos en Europa, tan decidido defensor de las intervenciones armadas. Este otro muchacho de nombre muy español quizás se haya emocionado hace unos días con el inmenso homenaje a la bandera. Esta joven de apellido judío seguramente estará convencida de que las masacres cometidas por Israel son la mejor defensa del verdadero Dios y de la democracia. Y este joven americano, negro y atlético, tal vez tenga una bandera colocada en la antena de su coche o en la ventana de su cuarto. Al profesor no le gusta molestar a nadie, y cada vez le resulta más difícil recordar la historia y hablar de poesía. Está pensando seriamente en cambiar de profesión. El otoño ha puesto en el vaso de la tarde una flor de plástico.
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