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Columna
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'Pepín' Vidal

Este pasado fin de semana se ha celebrado en Valencia el segundo Encuentro Mundial de las Artes, promovido por la Subsecretaría de Promoción Cultural de la Generalitat. Han errado, pues, quienes pronosticaron por estos pagos que la iniciativa sería flor de un día, consumiéndose en su primera edición, una vez cumplidos sus presuntos objetivos propagandísticos. Además, el meollo de los debates celebrados -la banalización de la cultura y el inconveniente de su proyección mediática, entre otros- y las personalidades concurrentes, conminan a pensar que no ha sido un simposio circunstancial u ocioso. Ocasión habrá de glosar sus propuestas y conclusiones, si es que se divulgan con más diligencia que las precedentes.

Es obvio que con un par de ediciones no se consolida un proyecto de esta ambición ni se puede acreditar un prestigio en los ámbitos nacionales e internacionales de especialistas en las distintas materias. Tamaña tarea requiere continuidad y rigor para sobrevivir y constituirse en un referente inconfundible entre la pirotecnia de convocatorias similares y circunstanciales que menudean por doquier como meros episodios de fiestas municipales. Alcanzar ese estatuto sólido y diferenciado no sólo presupone una voluntad política, con la consiguiente movilización de los mecenazgos privados, sino también y fundamentalmente la asunción de responsabilidades por parte de individuos con capacidad de convocatoria urbi et orbi e idóneos para establecer puentes entre los distintos saberes y sus augures. En realidad, sin este impulso ninguna polea funciona.

Por fortuna para la pervivencia y consistencia de estos encuentros, la impresionante fuerza motriz que es la subsecretaria de Promoción Cultural, Consuelo Ciscar, encontró el complemento perfecto en el joven setentón y columnista de obligada lectura en estas páginas, el valenciano José Vidal Beneyto, Pepín para sus más próximos. Nacido en Carcaixent, de linaje exportador naranjero, nunca atenuó su raíz -ni perdió su lengua raigal-, pero pronto se invistió de la condición de nuevo ciudadano europeo que habían prediseñado Robert Schuman y Jean Monnet. Con la sociología y la ciencia política como herramientas, se asentó en París, donde dirige el Colegio de Altos Estudios Europeos de la Universidad de La Sorbona y colabora con el Consejo de Europa, por no citar otros cargos y funciones de superior o parecido rango desempañados a lo largo de su dilatada biografía. Insoslayable citar, como hombre comprometido, pero apartidario irreductible, su participación destacada en la Junta Democrática durante los albores de la transición junto a Santiago Carrillo, José Antonio Trevijano, José Luis Vilallonga y demás artífices de esa plataforma.

Un capital, en suma, de experiencia y de relaciones personales que se activan a diario merced a la impresionante laboriosidad de este coterráneo que -presentimos- quiere prodigar al servicio de estos encuentros y del Premio Mundial de las Artes que amparan a fin de instalarnos, digo de los valencianos, en la constelación de la cultura europea. Con él y su abnegación tenemos el mejor mimbre y embajador para que estas empresas lleguen a buen fin. Todo será que la fatalidad autodestructiva que nos aflige u otras miserias domésticas no las frustren, malversando esta aportación generosa y lúcida. Amén.

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