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Columna
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La peana de 'Camino'

Aquel vagabundo que se instaló bajo el ficus, frente al domicilio del joven licenciado en Letras, estaba tan absorto en la lectura, que ni siquiera hacía ademán de pedir limosna. Un día, muy intrigado, se acercó discretamente hasta ver el título o parte del título del libro que tanto distraía al vagabundo: Camino. Se dijo que seguramente se trataba de una obra de Jack Kerouac. Una semana después, el vagabundo se desvaneció y nunca más regresó al amparo del ficus. Quizá haya tomado el mercancías de la beat generation, murmuró con sarcasmo. Y se olvidó de él. Se olvidó, hasta que meses después, al abrir el periódico, vio su foto, en la tercera página: vestía de chaqué, su porte era distinguido y el consejo de ministros lo había nombrado subsecretario de no recordaba qué ramo. Entonces, el joven licenciado en Letras que preparaba oposiciones creyó. Creyó en Fraga Iribarne y en la inspiración de aquel anuncio que proclamaba: Un libro ayuda a triunfar. Así es que no se lo pensó dos veces: empezó por los clásicos y cuando llegó a Pavese, lo hizo con las oposiciones suspendidas y una presbicia desmesurada. Y no capituló: Un libro ayuda a triunfar, pero, ¿cuál?

Por mediación de un amigo, consiguió un empleo en Madrid, de profesor en una academia de repaso. Cuatro horas de clase, otras cuatro para preparar las oposiciones, y el resto para versos, ensayos, filosofía, novelas, cálculo integral, física cuántica. Llegó a ser un palizas erudito y un envanecido polígrafo, pero apenas si tenía para pagarse un café, y ya iba por el quinto intento de sacarse una plaza en propiedad. Por supuesto, había memorizado En el camino, de Kerouac, y hasta había hojeado un texto ascético y rebosante de guías, caudillos, financieros y soplagaitas, que se le hizo insoportable. Pero jamás encontró el libro del triunfo. Y se quedó de penene del nuevo instituto de las afueras de su ciudad de provincias. En ocasiones, aún sube al promontorio de la fortaleza borbónica, otea el centro de la patria y todo ese paño desplegado, para vestir santos. La tira, oiga.

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