Dos años de Intifada
Dos años después de que francotiradores del Ejército israelí fusilaran al pequeño Ramí, acurrucado con su padre junto a un muro de Gaza, los que vimos esa escena seguimos llorando su muerte y continuamos apenados por la sucesión de actos violentos y de muertes que se han sucedido desde entonces. Nada hay más escandaloso en nuestro tiempo de lenta deriva hacia el autoritarismo que la cruel ocupación del territorio palestino por el Ejército israelí. Con la coartada de la autodefensa estamos asistiendo a la sistemática destrucción de infraestructuras, al empobrecimiento obligado, a la humillación de un pueblo indefenso.
Ahora mismo varias ciudades de Cisjordania están bajo un toque de queda militar: la actividad económica está suspendida, los niños no pueden asistir a los colegios, nadie puede salir más allá de la puerta de su casa.
El presidente Arafat, elegido democráticamente por su pueblo, está prisionero en su sede de Ramala en ruinas y en el punto de mira de los francotiradores de Sharon y Peres.
Da la impresión de que los judíos, que tan cruelmente fueron perseguidos y aniquilados en la primera mitad del siglo pasado, no han interiorizado colectivamente la universalidad de la dignidad humana de sus mayores.
En este escenario de impotencia reconfortan los ejemplos de conciencia individual y de piedad de amigos judíos y también algunas opiniones públicas como la que manifestó este pasado verano en The Guardian un grupo de judíos no residentes en Israel renunciando al derecho que ese Estado les ofrece al retorno mientras persista la ocupación y sea una tierra de discriminación.
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