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Reportaje:

Valencia, primeros pasos del camino

La vida de Escrivà de Balaguer está unida a la ciudad del Turia, donde se imprimió por primera vez su obra

Cuatro transatlánticos, diez aviones charter y ochenta autobuses han trasladado a Roma a unos diez mil valencianos. Su objetivo, asistir a la glorificación de Josemaría Escrivà de Balaguer y, con ella, a una verdaera apoteosis del poder universal del Opus Dei; una de las canonizaciones más rápidas y multitudinarias de la historia de la Iglesia. La masiva presencia valenciana, que supera la de congregados el año pasado en la beatificación de los trescientos muertos del bando nacional en la guerra civil, es, sin duda, un indicio de la notable presencia del Opus en el País Valenciano y, quizás, del recuerdo de la intensa y especial vinculación de san Josemaría con la Valencia de la postguerra. Desde la propia Obra valenciana se explica con satisfacción esta primacía, pues 'la vida del fundador del Opus ha estado intimamente ligada a Valencia, por ser la primera ciudad del mundo en la que difundió aquella semilla recibida de Dios'.

En efecto, cuando en 1936 el padre Escrivà pensó extender, fuera de Madrid, su apostolado, decidió que Valencia era el lugar más apropiado: 'Siento que Jesús quiere que vayamos a Valencia', anotaría en sus apuntes íntimos el 28 de febrero de 1936. Simultáneamente, el primer salto al extranjero lo programó a París. Las guerras civil y mundial paralizarían ambas ilusiones. El propio sacerdote justificaría, en 1972, su 'predilección' por Valencia así: 'el Señor quiso que, cuando estábamos pensando en abrir un centro en París y otro aquí... viniera aquella guerra fratricida... (y) tuvimos que empezar aquí, y no en París, Por tanto, parece que Dios Nuestro Señor quiere que yo ame de manera particular a Valencia'.

Una clave de este impulso fundacional hay que buscarla en la amistad del joven Escrivà con el entonces obispo auxiliar Javier Lauzurica, quien le invitó a viajar a Valencia para tantear el terreno a fin de establecer una residencia de estudiantes, cosa que hizo el 20 de abril de 1936: 'Nos alojamos en un hotel modesto, el Hotel Balear, situado en la calle de la Paz', recuerda Ricardo Fernández Vallespin, el novel arquitecto que le acompañó. Importantes fueron las entrevistas con el rector del Colegio del Patriarca, Eladio España, y con el director del Colegio San Juan de Ribera de Burjassot, Antonio Rodilla, ambos preocupados por la formación de estudiantes que pudieran constituir una élite cristiana, en contra del anticlericalismo y capaz de regir la sociedad española, una 'revolución desde arriba' capitaneada por una 'aristocracia intelectual'. Uno de los frutos del viaje, tras un largo paseo desde la plaza de toros al puerto, fue la primera vocación valenciana, el estudiante de Alcalalí Rafael Calvo Serer, becario de colegio mayor de Burjassot, en aquellos momentos un núcleo relevante de universitarios católicos opuestos a la República.

Pero, a pesar de las facilidades de la curia valenciana, la residencia tuvo que aplazarse ante la rebelión militar del 18 de julio. En octubre de 1937 el padre Escrivà volvería clandestinamente a Valencia camino de un exilio que lo llevaría a Burgos, la capital de la cruzada, donde coincidiría, de nuevo, con Antonio Rodilla, con poderes ahora de vicario general del arzobispo Melo.

Apenas acabada la guerra española, el mismo Antonio Rodilla invitó a Josémaría Escrivà a predicar unos ejercicios al clero diocesano en Alaquàs y un retiro para universitarios en el colegio Burjassot. De estas charlas a estudiantes, muchos aún militarizados, surgieron las primeras vocaciones de la postguerra y convirtieron a Valencia en un potente foco en esta etapa inicial de la Obra. En septiembre de 1939 el padre Escrivà bendijo el primer centro del mundo, fuera de Madrid. Se trataba de un pisito que, de tan pequeño, lo llamaron El Cubil, situado en el número 9 de la calle de Samaniego. En julio de 1940 y en el número 16 de la misma calle ya pudo inaugurarse la residencia Samaniego con más espacio y mejores condiciones. Este centro fue el embrión del Colegio Mayor de la Alameda y acogió a los primeros valencianos del Opus, que, a su vez, consolidaron la Obra en la Península y la extendieron a Iberoamérica: Amadeo de Fuenmayor, Federico Suárez, Florencio e Ismael Sánchez Bella, Aurelio Mota, José Orlandis, Juan Cabellos, Vicente Fontavella, José Montañés, José Cremades, Juan Manuel Casas, Emilio Bonell, Antonio Ivars, Ángel López Amo, Carlos Verdú, Vicente Mortes Alfonso... El Padre pudo seguir muy directamente esta fundación ya que en aquellos años continuamente estaba en Valencia atendiendo los encargos de la archidiócesis de charlas, ejercicios y retiros a estudiantes, seminaristas, sacerdotes e incluso dirigir espiritualmente a los consiliarios de la Acción Católica.

Aquel mismo triunfal año de la Victoria se vio coronado con otra primicia: la primera edición de Camino, impresa en los talleres de Gráficas Turia de la calle del pintor Salvador Abril. De nuevo, hay que ver la ayuda del obispo Lauzurica y la acción eficaz del vicario general Antonio Rodilla, que encontró el papel necesario, tan escaso en aquellos tiempos. En el prólogo, monseñor Lauzurica asegura que 'si estas máximas las conviertes en vida propia, serás un imitador sin tacha. Y con Cristos como tú volverá España a la antigua grandeza de sus santos, sabios y héroes'. El diario entonces falangista Levante de 21 de octubre de 1939 le dedicó una amplia reseña en la que se señala: 'Hay que despertar en las multitudes la vuelta a la religiosidad. Si hay sed de conocer el Evangelio, venga el Evangelio. Y con el Evangelio, Cristo, y con Cristo, la Vida Cristiana'.

A pesar de su pequeño formato, Camino se convirtió en un libro de referencia, un devoto breviario que ha marcado conductas y la instrucción religiosa de varias generaciones con sus 999 sentencias, una cifra esotérica y cabalística, que es igual a la multiplicación de 3 por 333; así, se trataría de expresar la devoción de Escrivà a la Trinidad, manifestada también, según se dice, en el gozo que sentía el fundador del Opus de celebrar la misa en el altar de la Trinidad de la seo valentina, a los pies de la catedral, junto a la subida al Miquelet. Tras aquella impresión valenciana, que se agotó inmediatamente, han aparecido 360 ediciones en 43 idiomas; son más de cuatro millones de ejemplares distribuidos.

Primerizas fundaciones fueron, en 1952, un dispensario en la parroquia del Carmen, regentado por las primeras afiliadas y, en 1959, el primer colegio promovido por las mujeres de la Obra, el Guadalaviar. Otro hito destacado fue la cesión de uno de los templos más antiguos de la ciudad de Valencia, la iglesia de sant Joan de l'Hospital, una joya de la arquitectura gótica originaria del momento mismo de la Conquista de 1238; su estado era ruinoso y la habían convertido en sala de cine de la diócesis. En 1966 el arzobispo Marcelino Olaechea, protector de Escrivà desde 1935 cuando gobernaba la sede de Pamplona, la puso en manos del Padre fundador y marqués de Peralta, a quien consideraba 'un verdadero escogido, un verdadero santo'. Josemaría Escrivà impulsó su rehabilitación y lo visitó en 1972 para entronizar la Marededéu del Miracle con el arzobispo de entonces José María Garcia Lahiguera, amigo desde 1932 y su confesor desde 1939.

Muchas veces con el impulso de monseñor Escrivà, el Opus Dei valenciano ha promovido una notable red de intituciones educativas como los colegios Guadalaviar, Vilavella y el Vedat de Torrent, los centros de formación profesional Altaviana y la Malvarrosa, los colegios mayores Saomar, Alameda y Albalat, las escuelas agrarias El Campico de Jacarilla y la Malvesía y Torrealeuda de Llombai... Tantas realizaciones, sus experiancias y sus observaciones, desde las primeras visitas, la hicieron desmentir algunos tópicos: 'Se dice de los valencianos que son pensat i fet, pura improvisación... y yo he comprobado que no es así... no es improvisación, sino perseverancia'. Aprendió del Venerable Ridaura, un sacerdote alcoyano del Siglo XVII enterrado en la catedral valenciana, a contestar, cuando le preguntaban cuántos años tenía que poquets, els que porte servint a Déu. Y, siempre recordaría sus rezos por la Malvarrosa en aquellos años de privaciones, penurias y estrecheces, que lo acercaban a la autenticidad evangélica de los primeros tiempos del cristianismo: 'Allá por los años de la década de cuarenta, iba yo mucho por Valencia; no teníamos entonces ningún medio humano y, con los que se reunían con este pobre sacerdote, hacía oración donde buenamente podíamos, algunas tardes en una playa solitaria'.

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