Habitar el espacio
La sorprendente evolución que experimentó la escultura a finales de los años sesenta le permitió liberarse de una coraza cuya opresión le impedía llegar a ser una de las artes de la modernidad, esta coraza no era otra que su dependencia de la pesada masa que se asienta en un lugar ocupando el espacio. Al desprenderse de la masa, los escultores pasaron a ocuparse del vacío y de las cualidades espaciales, sustituyendo las acciones de tallar, esculpir y modelar por las de ensamblar y construir. De aquellos sorprendentes años, plenos de experimentación creativa, apenas ha quedado hoy nada. Algunos escultores se han refugiado en los rescoldos de la antigua disciplina, volviendo a tallar ídolos de piedra y madera (aunque sean abstractos), mientras que la mayoría se han extraviado por las procelosas sendas de la imagen, de manera que la pretendida pérdida de la masa, ha conducido a una desmaterialización que ha devenido en trivial imagen fotográfica, videográfica o infográfica.
ISIDRO BLASCO
Galería Fúcares. Conde de Xiquena, 12. Madrid Hasta el 26 de octubre
Este sucinto esquema de la situación actual nos puede ayudar a comprender el sorprendente camino realizado casi en solitario por Isidro Blasco (Madrid, 1962), artista que ha aceptado los retos del desolador panorama por el que atraviesa la escultura para trabajar desde la imagen fotográfica pero, rompiendo el opiáceo sueño de la inmaterialidad, para reconstruir por medio de ella el espacio, recuperando desde la imagen plana el sentido de volumen y la idea de recorrido espacial.
El éxito de la espacialidad de
sarrollada por Isidro Blasco en sus obras se basa en haber optado por la posición más vital y sensitiva, trabajando sobre lugares de su propia experiencia. Así, toma vistas fotográficas de edificios y estancias por los que transita cotidianamente, procediendo a diseccionar estas imágenes que, troceadas en distintos planos, son posteriormente reensambladas de tal manera que vuelven a configurar espacios volumétricos.
No se trata sólo de deshacer la ilusión óptica de la fotografía, sino de ofrecer visiones secuenciales en las que los ojos del espectador pueden recorrer la obra pasando del exterior al interior, de una planta a otra, de una habitación a la contigua, visualizando todo el apartamento como en una casa de muñecas contemplada bajo el ojo móvil de Alfred Hitchcock. En esta especie de cubismo a la inversa se aprecia una experiencia motriz: cada peldaño de la escalera ha sido subido una y otra vez, en cada esquina ha girado todo el cuerpo cambiando de posición hasta descubrir qué hay al otro lado del muro, y es esta experiencia del espacio la que realmente construye la obra plástica.
Pero, tal vez, lo más interesante es cómo logra Isidro Blasco deshacer el camino recorrido desde la escultura hasta la fotografía, pasando ahora de la tópica superficie fotográfica a unas construcciones que no sólo se despliegan en el espacio, configurando rincones y ofreciendo aristas, sino que esto lo hace por medio de unas estructuras de madera que se articulan con una intención plástica de honda raíz constructivista. De esta manera, la imagen plana cobra cuerpo y volumen, haciéndose espacio emocionalmente habitable.
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