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Columna
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Aznarín y Harry Potter (II)

(Resumen de lo publicado: El intrépido Aznarín, imbuido de la personalidad de Harry Potter, ha bajado a tierras de infieles en defensa de su amada Teofinda, asediada en su castillo por la chusma andalusí. Pero ha sido tan fiero el gesto amenazante del príncipe, blandiendo desde lo alto de una torre su escoba mágica, que ésta se le ha ido de las manos y caído al foso de aguas pútridas).

Un buen rato tardaron en amainar las risotadas provenientes del campamento de Chavelón el Malo. Siguieron no pocas burlas y cuchufletas, cruces de apuestas y recreaciones del percance, pues no era para menos la consternación que se había apoderado del aprendiz de mago, viendo cómo su atributo esencial se perdía en la ciénaga pestilente. (Era obvio que de cualquier cosa estaría fabricado, menos de material flotante). Falta decir que las aguas que rodeaban aquella rancia fortaleza eran de la más pura cochambre. Siglos y siglos de acumular fecales nobilísimas, imperiales basuras y teorías trasnochadas, habían rodeado la defensa de un caldo negro y espeso por el que navegaban extrañas criaturas de afiladas intenciones.

Rojo de ira y de vergüenza, ya tornaba Aznarín a sus aposentos. Además del bochorno, otras muchas cavilaciones añadían hosquedad a su mirada. En primer lugar, que ya no tendría con qué participar en el campeonato de quiddich, especie de fútbol aéreo, donde pensaba codearse con los príncipes montaescobas más famosos del mundo; su liderazgo internacional, en fin , quedaba seriamente amenazado. Pero estaban también los nubarrones de la política interna: los últimos vaticinios de la corte pronosticaban que Zapatón el Bonito, con su larga zancada, ya le iba mordiendo los talones. Y el pacto de sangre entre éste y Chavelón no parecía resquebrajarse por ninguna parte.

Con éstas y otras pesadumbres en su corazón, Aznarín mandó llamar a sus fieles al salón del trono. Allí fueron llegando Marianín el Ambiguo, también llamado El del Cielo Ganado, por los muchos tratos dinerarios que se traía con los príncipes de la Iglesia; Jaimito el Suave, por la forma en que decía las mayores burradas; Rodrigón Cuentas No Salen; Angelito Honor a Su Nombre, Javierín Matacampeones y Albertito Yo No Aspiro. Todos estaban más que avisados de lo ocurrido, pues cada cual, desde su tronera, había visto volar por los aires el mágico instrumento y caer donde había caído, y ello teniendo que reprimir un íntimo e involuntario jolgorio. Seguros estaban, no obstante, de que su amado Príncipe poseía sobradas dotes de encantamiento para recuperar el arma infalible. Llegó por fin Teofinda la Última, largando exabruptos, como de costumbre, y quedando a la diestra. Tras santiguarse todos y dirigir unas preces al beato Escrivá para que les iluminara en tan mala hora, he aquí lo que habló el Príncipe, bien oiréis lo que dijo:

-Daré mi cetro y mi corona a aquel que sea capaz de recuperar mi escoba mágica.

Un silencio espeso como la mugre que rodeaba al castillo se adueñó del aposento un rato largo. Miradas de reojo volaron, cual cuchillos. (Continuará).

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