La gloria de un novato
El irlandés McGinley, autor del 'putt' triunfal para Europa, sólo ha ganado tres torneos en sus 12 años en el circuito profesional
La Copa Ryder, en la que el azar tiene un papel tan destacado por aquello del orden aleatorio de los partidos, suele deparar algunas sorpresas. Por ejemplo, que el punto o, como ayer, el medio punto decisivo no lo gane uno de los actores protagonistas, sino un secundario, alguien que para el gran público es un perfecto desconocido. Esta vez la ruleta de esa inmensa fortuna se detuvo en la casilla de Paul McGinley. Sus tablas contra Jim Furyk garantizaron el triunfo de Europa. 'Es la mayor alegría de mi carrera. No me lo puedo creer. Fantástico, fantástico', balbuceó en medio del aluvión de felicitaciones en el que fue sepultado de inmediato.
¿Y quién es McGinley? Por supuesto, no es un cualquiera. Al fin y al cabo, se clasificó para la competición por los puntos obtenidos, equivalentes al dinero embolsado torneo a torneo, desde enero de 2000 hasta agosto de 2001 inclusive (recuérdese que este torneo tenía que haberse disputado hace doce meses y fue suspendido tras el 11-S en Nueva York y Washington). Además, fue el séptimo entre los diez que se hicieron acreedores al derecho a jugar en The Belfry.
Este irlandés de Dublín, de 35 años (16 de diciembre de 1966), casado y con dos hijos, un apasionado de la música, el fútbol y la potencia y velocidad de la Fórmula 1, disfrutó de su mejor curso precisamente en 2001. En él, sí, se llevó a su vitrina uno de los tres trofeos solitarios que puede exhibir desde que se incorporó al circuito profesional, en 1991, y quedó el octavo en el ránking por ganancias. Pero desde entonces apenas se ha asomado un par de veces a los primeros puestos y anda medio perdido. Así que su caso es uno de los que da pie a la controversia europea sobre la conveniencia o no de estirar a tres temporadas la fase clasificatoria a fin de que las figuras, como José María Olazábal, tengan más margen para enmendar errores y puedan evitar que se les cuele alguien de menor calibre.
Desde luego, San Torrance no confiaba en exceso en McGinley. Le situó en los foursomes del primer día junto a Padraig Harrington por cuestiones de paisanaje y ambos perdieron frente a Jim Furyk y Stewart Cink. El segundo, también en los fourballs, le colocó con el norirlandés Darren Clarke y, al menos, empataron frente a Furyk y Scott Hoch. Es decir, sólo le alineó en dos de los cuatro duelos posibles hasta entonces y... teniendo muy en cuenta que la diplomacia obliga a que todos los componentes del cuadro entren en juego. Ayer le puso en el noveno partido, excluyéndole de la presión inicial de la búsqueda en corto y por derecho de la victoria. Y el dublinés aguantó el tipo ante Furyk con el mérito añadido de no descentrarse al verse ya con dos hoyos de desventaja cuando apenas se habían jugado tres.
'Durante el recorrido', confesó, 'tuve de mi parte la relativa relajación que me daba la ventaja obtenida por los compañeros que me precedían. Pero... En fin, ha sido fantástico, fantástico'. Ésta era, sin duda, su palabra preferida. No es para menos. Por un momento goza de la gloria reservada a los grandes campeones, él que pasa tan inadvertido. Y ha entrado, por supuesto, en la historia de las estadísticas. Una vez, McGinley...
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