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Crónica:Copa Ryder | GOLF
Crónica
Texto informativo con interpretación

Europa hace piña y tumba a los americanos

Los golfistas europeos se impusieron con claridad a las figuras estadounidenses en los duelos individuales

Europa reconquistó ayer en el club inglés The Belfry la Copa Ryder, el mayor espectáculo del golf, y al irlandés Paul McGinley le cupo el honor de dar el putt triunfal. Tres puntos (15,5-12,5) marcaron su superioridad sobre Estados Unidos al imponerse (7,5-4,5) en los doce duelos individuales. Es la mayor diferencia obtenida por cualquiera de los dos equipos desde la victoria de Europa (16,5-11,5) en 1985, con Severiano Ballesteros, José María Cañizares, Manuel Piñero y José Rivero como protagonistas. Además, el capitaneado por el escocés Sam Torrance ha restablecido el equilibrio, a seis victorias, desde que ambos comenzaron, en 1979, a enfrentarse como tales. Antes de ello, cuando sus rivales eran sólo los británicos o los británicos y los irlandeses, los norteamericanos se habían paseado por el torneo: apenas tres derrotas desde 1927. Después ya ha sido otro cantar. Aunque fuera por el interés de contar con Ballesteros o el alemán Bernhard Langer, las islas se abrieron al continente en una demostración más de que la unión hace la fuerza. Ahora ese espíritu se halla sumamente arraigado en cada componente del cuadro, en cada aficionado. Europa, en el golf, hace tiempo que es una piña frente a Estados Unidos.

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Torrance fue valiente. Colocó a los más fuertes en los primeros envites para jugarse el todo por el todo, sin reservas, desde el principio. Ben Crenshaw, entonces responsable del conjunto norteamericano, hizo lo mismo en 1999, en Brookline (Massachusetts). Pero entonces sus circunstancias eran distintas. No le quedaba más remedio que tomar esa medida porque iban perdiendo por cuatro puntos. La jugada le salió bien: Tom Lehman, Hal Sutton, Phil Mickelson, Davis Love, Tiger Woods y David Duval ganaron respectivamente los seis primeros duelos. Al final, José María Olazábal, el escocés Colin Montgomerie y Sergio García se encontraron con que todo estaba ya perdido. El caso de Torrance era diferente. Partía de un empate. Podría haber elegido el camino del conservadurismo. Pero decidió arriesgarse.

Arriesgo y ganó, porque descolocó a las figuras americanass, que jugaron bajo la enorme tensión de los tanteadores previos en contra y sumidas casi en la impotencia. Y ello, a pesar del susto del tropiezo de García ante David Toms en el segundo choque. El español estaba enfadado por la forma tan estúpida como Westwood y él perdieron ante Woods y Love en los dos últimos hoyos su fourball de la víspera. Parecía conjurado consigo mismo para que la historia no se repitiera. Así, cerró las primeras nueve banderas con dos de margen a su favor. Pero Toms no es un cualquiera. Es precisamente el sexto en la clasificación mundial, es decir su perseguidor. Además, al contrario que él, ya puede presumir de tener un título del Grand Slam en su poder: el Campeonato de la PGA norteamericana de 2001. Ha aprendido a convivir, pues, con la presión y sabe resistirla. Por eso contraatacó con firmeza y encontró en el putter de García su mejor aliado. En el tramo decisivo, El Niño estuvo tan desafortunado con él como 24 horas antes. Para su colmo, su pelota le hizo la corbata en el agujero en el hoyo 15 y su rival se puso por delante. Al final, a la desesperada, incluso la lanzó al agua en el 18. Era el 11-9 en el marcador provisional.

El 11-9 porque, para entonces, Europa ya había sumado tres puntos gracias a Montgomerie, Langer y el irlandés Padraig Harrington, que sacaron del campo a Scott Hoch, Sutton y Mark Calcavecchia. Desde luego, Montgomerie y Langer, los veteranos, con sus 39 y 45 años, han sido esta semana el alma de los europeos: 4,5 de 5 puntos posibles el primero y 3,5 de 4 el segundo. Monty había prometido a su paisano Torrance, ese director de orquesta de bigote poblado y gesto campechano que, a sus 49, está ya muy cerca del circuito de los seniors, el de los cincuentones, una despedida feliz. Y ha cumplido. Se ve que es un hombre de palabra. Pero es que, además, su ego necesitaba un baño de multitudes y se lo dio. No en vano es uno de esos campeones sin corona que no pueden por menos que mirar, con sana o insana envidia, a otros colegas inferiores, pero que se adornan con los trofeos grandes. A su vez, Langer, el único superviviente de las prodigiosas generaciones de 1957 (Ballesteros, el inglés Nick Faldo y él) y de 1958 (el escocés Sandy Lyle y el galés Ian Woosnam), demostró lisa y llanamente que es incombustible.

Pero aún faltaban 3,5 puntos para anotarse el éxito, ya que la igualada a 14 habría supuesto que Estados Unidos retuviera la Copa. Clarke consiguió 0,5 frente a Duval y el danés Thomas Björn uno contra Stewart Cink. Ya sólo restaban dos con seis encuentros en juego. Westwood, muy resentido tras su fiasco con García del sábado, siempre fue a remolque de Scott Verplank, sin opción alguna. Pero al quite estaba el galés Phillip Price, que desde el principio puso al número dos del ranking, Mickelson, contra las cuerdas y le sometió a la humillación de la derrota. Era el 13,5-10,5. A los 14 llegó el sueco Niclas Fasth a costa de Paul Azinger, que prolongó la agonía de su grupo con un birdie imposible desde una de las trampas de arena del hoyo 18. Y, por fin, McGinley alcanzó la gloria de la explosión europea de alegría con sus tablas, el medio punto que garantizaba el triunfo, ante Jim Furyk. Ya con todo decidido y, entre el estruendo de los 35.000 aficionados presentes, los suecos Pierre Fulke y Parnevik no se dejaron superar por Love y Woods: 15,5-12,5. La expresión del Tigre, que firmó su tarjeta con un descorazonador bogey final, era un poema.

Los europeos, con el capitán, Sam Torrance, en el centro, celebran el triunfo europeo.

Tiger Woods, desolado.
Los europeos, con el capitán, Sam Torrance, en el centro, celebran el triunfo europeo. Tiger Woods, desolado.REUTERS

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