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Columna
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La clase media

La fortaleza de una Liga no sólo se mide por el número de estrellas que la disputen, ni siquiera por la cantidad de equipos que se postulen para ganarla. Lo que realmente resulta esclarecedor para poder calibrar la auténtica valía de una competición es conocer la capacidad de la clase media. Y lo es porque en sus manos está el que la temporada regular no se convierta simplemente en una especie de calentamiento para los poderosos de cara a los playoffs. Estos equipos de rango medio, que finalmente no estarán en la lucha por los más altos honores, son los encargados de endurecer el camino, de convencer a los aficionados que hay vida detrás de los cuatro o cinco candidatos al título. Porque de no ser así, ya pueden ser los fuertes cada vez más fuertes, que eso no traerá de la mano una competición mejor.

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Por eso resulta relevante el papel de Estudiantes, Caja San Fernando, Joventut, Fuenlabrada, Lleida o Fórum. De ellos depende en gran medida que este sistema de competición tenga sentido. Ellos deben luchar contra una característica del baloncesto que no ayuda mucho: la dificultad de la sorpresa. A diferencia del fútbol, por ejemplo, donde un equipo que juegue muy mal puede llegar a ganar a otro que lo haga mucho mejor, el baloncesto resulta más justo. Si un equipo juega mejor que otro, la victoria es suya. Y por lógica siempre tiene más posibilidades de jugar mejor el que cuenta con jugadores de mayor valía.

Estos equipos del segundo pelotón no van a sufrir las exigencias que agobian a los aspirantes al título y tampoco se verán envueltos en turbulentos asuntos de superviviencia, desquiciantes donde los haya. Son pequeñas ventajas que deberán aprovechar para que su juego pueda ser alegre y refrescante y por ese camino poder plantar cara a los más fuertes, convirtiendo cada jornada en un ejercicio de adivinación. Sólo entonces podremos estar convencido de que la Liga tiene una salud envidiable.

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