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Reportaje:TENDENCIAS

El vestido de la mujer

Qué imagen debe tener una mujer para que luzca como política? Lo más socorrido fue, hasta hace poco, que recordara a los hombres. No necesariamente las mujeres debían ser hirsutas como Golda Meir o de fuerte complexión como Loyola de Palacio, aunque sí tendiendo a la traducción viril, tipo Margaret Thatcher o Janet Reno. Pero eligiendo así, prefiriendo lo robusto, ¿qué decir cuando sale una Trinidad Jiménez sacudiéndose la melena y el donaire andaluz? El partido se pregunta adónde vamos y enseguida convocan una reunión general. Trinidad Jiménez será la candidata, pero sin un aderezo más. La política, en general, debe mostrarse más atractiva, pero estando tan desideologizada no debería, encima, presumir de frivolidad. ¿Cómo trazar, sin embargo, la frontera estando delante la televisión?

Los asesores han pensado que T. J. es honesta, pero peligrosa; que sabe mucho de relaciones internacionales, pero quizá fuera mejor que no supiera tanto
La indumentaria vaquera, finalmente elegida por los especialistas en imagen, rebaja alusivamente ese antipático grado de autocontemplación
A los mandamases les gusta más de la cuenta Trinidad en cuanto mujer, y dudan de que resista lo bastante Jiménez en cuanto líder

El PSOE recurre con frecuencia a los consejos de Globomedia para encontrar el punto. Primero redecoraron el look del secretario general y de Jesús Caldera, luego han de seguir con la labor de neutralizar la planta de vacantes profesores de instituto que despiden Jordi Sevilla y José Blanco. Pero ahora el caso más urgente y estrella es Trinidad Jiménez. El problema con Trinidad Jiménez no es que resulte superficial, superrisueña o arrebatada. De eso no ha trascendido preocupación. El debate se ha centrado alrededor de la pregunta: '¿No será Trinidad Jiménez demasiado sexy para lucir una prenda de cuero?'. Y la consideración ha sido ésta: 'Si a lo sexy añadimos más signos sexys, ¿adónde iríamos a parar?'.

El PSOE no puede arriesgar. La tónica hoy en todos los países del mundo es que los partidos empaten, y cualquier detalle puede hacer perder o ganar la liza electoral. A Trinidad Jiménez le habría gustado aparecer con la chupa puesta, según declara, pero a ellos, los mandamases, les parece una temeridad. Les gusta más de la cuenta Trinidad en cuanto mujer, y dudan de que resista lo bastante Jiménez en cuanto líder. Sobre el aspecto vestual de los hombres, los partidos apenas se cuestionan nada, pese a los nefandos ejemplares con corbata rosa y camisa de rayas en diagonal, pero a las mujeres no les dejan pasar ni una. Incluso se exceden al punto de provocar el caso excepcional de Ana Palacio, que, por parecer modosa, llega a portar complementos del reinado de los Austria.

Los candidatos son marcas

Trinidad Jiménez es moderna por sí misma y se estima, de acuerdo con el marketing, que no lo debe recalcar más. Una mujer es material sensible en un panorama de hombres, y si es conveniente que brille, no debe provocar turbación. Una mujer, por lo que se ve, no es aún, en política, un producto homologado y tratado de igual manera. Cristina Almeida salió hecha un adefesio en las fotos de 1999, pero nadie evitó que se divulgaran, mientras que antes incluso a Felipe González le retocaron con mayor meticulosidad.

Los candidatos son como marcas y se les tiene que procurar la mejor presencia para hacerse amar. Trinidad Jiménez es un artículo nuevo de la multinacional socialista que debe cumplir con los requisitos de una marca con aspiraciones de éxito: funcionalidad, efectividad, utilidad, consistencia. Pero todo ello, a ser posible, deberá sugerirse desde la primera sensación que procura su estampación en el cartel.

Con chaquetilla de cuero, la candidata transmitía la idea de haber salido de compras, haberse contemplado en el espejo, por aquí, por allá, y finalmente haberse gustado. Demasiado ensimismamiento para quien acepta la misión de trabajar por los demás. La chaquetilla de cuero iba a ser la señal de que esa chica presumida podía distraerse con cualquier fruslería o distraer a los otros con su coqueteo. La indumentaria vaquera finalmente elegida por los especialistas en imagen rebaja alusivamente ese antipático grado de autocontemplación.

La ecuación, por tanto, queda así: Trinidad Jiménez, una chica moderna, se viste con ropa vaquera como un signo de los tiempos y no como un signo de sí. El vaquero es informal y grupal, es desatento y popular, llano como la población media y de duración indefinida. Su moda es la continuidad de la no moda y la adhesión a un vestir que sortea lo exclusivo. De esta manera, la candidata da a entender que no se observa, como nos ha parecido alguna vez, sino que obra espontáneamente, por las buenas. La prenda vaquera crea una heterogénea multitud, mientras la chaquetilla, negra y brillante, tiende a la individualidad. El vaquero permite mancharse, arremangarse, trabajar, mientras esa prenda de napa ¿no será de Loewe o de Calvin Klein? De la tela tejana se conoce el precio, pero ¿cómo adivinar cuánto ha costado el cuero?

Ser sexy es un factor de atracción y, en principio, debería considerarse positivo para ganar votos. El inconveniente es que puede enajenar, se dice, la adhesión de las mujeres votantes. Carmen Alborch, que también pasó por estos mismo trances siendo atractiva y desenvuelta, terminó por escribir Malas: las mujeres son maternalmente buenas, pero pueden llegar a ser muy malas. Especialmente cuando aparece una líder del tipo que representa la joven aspirante a la alcaldía de Madrid.

Hay mujeres al modo de Lauren Hutton, Nicole Fontaine, Christine Ockrent, Benazir Buto o Ana Rosa Quintana, que gustan tanto o más a las electoras que a los electores. Se trata de una colección que posee la belleza aplomada. Ni Claudia Schiffer ni Meg Ryan ni Penélope Cruz gozan de esta condición, y no porque sean más o menos delgadas, sino porque parecen fingidas y esto ahuyenta la aprobación de su género. Audrey Hepburn era muy delgada y contó con el amor femenino siempre. No se trata, por tanto, de que a Trinidad Jiménez le falten las carnes de Rita Barberá o Luisa Fernanda Rudi, que consiguen votos fácilmente, sino que le sobra un punto de velocidad a su carácter. ¿Cómo añadirle, por tanto, una prenda que evoca la aceleración?

Destrozar un matrimonio

Trinidad Jiménez no es espectacularmente guapa, pero podría destrozar cualquier matrimonio. Será honesta, pero es peligrosa. Sabrá mucho de relaciones internacionales, pero quizá fuera mejor que no supiera tanto. Algo así han debido de pensar los asesores. Las mujeres siguen sometidas a un escrutinio más duro y convencional cuando se trata de jugarse con ellas los cuartos. Pero además, tratando de ganar el poder, ¿cómo no tener en cuenta el criterio masculino, del partido y del marketing? El deber obliga y ahora Trinidad debe soportar que se la vista de acuerdo al programa. ¿Se rebelará? Ya ha querido ensayar la rebelión en algún mitin sin importancia, pero al cabo cederá a las pautas que exige la imagen. Si alguien elige la representación pública como su profesión, debe atenerse al consiguiente maquillaje. Desde Julio Iglesias hasta María Teresa Campos se han hecho algo en el cuerpo. Si se vive para la televisión (y no se vive políticamente sin televisión), ¿qué tienen de extraño los retoques para la cámara? Sólo modelos de mujer como Esperanza Aguirre pueden prescindir de maquillajes. Son así, tal cual. Como Merche, el personaje vecinal de Ana Duato en Cuéntame. La cosmética, sin embargo, reclama a muchachas semejantes a Trinidad Jiménez, pertenecientes al orden de estrellas formalmente quebradizas como Gwyneth Paltrow y polvorillas como Maribel Verdú. Ni la agencia de imagen del PSOE ni el partido quedarían tranquilos si las lanzaran sin contrapesos cabales.

Hace años, cuando el PSOE cumplía un lustro en el poder, contaba ya con elementos de densidad alta. Muchos de sus personajes, pasado el tiempo, permanecen como referencias, desde González y Guerra hasta Solana o Fernández Ordóñez. Ni siquiera los años y el pelo encendido han quemado, de otra parte, a Carmen Alborch, pero a Rosa Díez no la votaron a causa de su hoguera en el peinado. Si siempre ha sido relevante la sugestión de la apariencia, ahora importa mucho más. El porte es el primer escalón de la política portátil. Y audiovisual. Con una particularidad retro además: ahora vuelve a empezarse por la definición del vestido. Y especialmente -como antes- cuando se es mujer.

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