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Las dos caras del Corán

Antonio Elorza

Pasado el primer aniversario de los atentados del 11-S quedan todavía muchos problemas por resolver. A pesar de la ocupación militar de Afganistán y de los siniestros enjaulamientos de Guantánamo, la cosecha de dirigentes y cuadros de Al Qaeda en manos americanas es bien escasa y sobre todo, aun cuándo Osama Bin Laden no pertenece a la rama del islam shií, ha debido imitar la táctica del último imam descendiente de Alí, quien según la leyenda decidió hace doce siglos ocultarse de la vista de los mortales para reaparecer en el momento oportuno y ejercer su acción redentora: es entre tanto el Imam Oculto en cuyo nombre se redactan los decretos de la República islámica de Irán. Así que vivo o muerto, Bin Laden es hoy el emir oculto del terrorismo islámico, situación compartida por el grupo dirigente de Al Qaeda, organización con algunos miles de miembros en condiciones de operar y una estructura financiera que mantiene su opacidad frente a las investigaciones estadounidenses. Y como sabemos que la virtud principal de Bin Laden y los suyos es la paciencia, siendo capaces de esperar años entre golpe y golpe, el futuro sigue marcado por la inseguridad. La política de Bush tampoco ayuda lo más mínimo, con su obsesión por el empleo de la fuerza, el olvido de los criterios de justicia y defensa de los derechos humanos, amén de su impresentable amparo a la barbarie de Sharon y de su obsesión por invadir Irak. Como consecuencia, habrá más shuhadâ, mártires de la fe por Palestina y la coartada principal de Bin Laden mantendrá su vigencia para gran número de musulmanes.

Tampoco en el plano de la conciencia pública se han registrado grandes progresos. No hablemos de los Estados Unidos. Por lo que nos toca, es cierto que la opinión intensificó en el curso de este año su atención hacia el islam y los movimientos sociales y religiosos del mundo extraeuropeo, tras un lógico brote inicial de rechazo y desconfianza hacia todo lo árabe. Tal vez por esto han dejado de abordarse cuestiones cruciales, al establecerse un vínculo entre el esclarecimiento de lo ocurrido en el marco del islam y el riesgo de una subida en flecha de la xenofobia. Se trata de una actitud equivocada, pues lo que puede favorecer un movimiento en tijera entre las descripciones idílicas de los islamólogos y la xenofobia antimusulmana es precisamente la cortina de humo que impide distinguir entre la variante integrista del islam y el conjunto de la creencia. Por los antecedentes francés y británico es sabido que la recluta de militantes se da en el vivero de la enseñanza y de la sociabilidad integristas, cuya expansión se debe en gran parte a los recursos económicos y humanos de Arabia Saudí. Así que, en contra de lo que propone Edward W. Said en su excelente libro Cultura e imperialismo, la pretensión de analizar las corrientes de pensamiento islámico, integrismos y fundamentalismos incluidos -como hacen los autores a quienes descalifica sumariamente, de Bernard Lewis a Emmanuel Sivan-, no es la expresión de una hostilidad occidentalista contra 'la aspiración colectiva de los árabes de acabar con el determinismo histórico desarrollado desde perspectivas coloniales', sino la lógica preocupación por un fenómeno demasiado real y amenazador.

Reconocer la complejidad no es fomentar el rechazo. Hay que pensar en un futuro de ciudadanos europeos y españoles musulmanes, a sabiendas de que las dificultades surgirán por ambas partes. De un lado, la inclinación de una parte de nuestras sociedades al racismo abierto o implícito. En la otra vertiente, la capacidad de la creencia religiosa islámica para envolver en su globalidad la vida del creyente, tal y como ha descrito Mikel de Epalza, pone a prueba los mecanismos de integración desde la diferencia en la sociedad receptora. Volviendo sobre los ejemplos francés y británico, tampoco hay razones para sumirse en un pesimismo radical a lo Sartori. Desde el punto de vista del peso de la religión sobre una deseable adecuación democrática, los obstáculos son dos: el espíritu de violencia ligado a la recomendación de la yihad y la inferioridad esencial de la mujer.

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Remiten ante todo a la necesidad de favorecer una lectura rigurosa pero abierta del Corán, a vigilar los mensajes educativos y de predicación de origen integrista y, en la cuestión femenina, a conjugar la exigencia jurídica del respeto a la igualdad de sexos con una preferencia por incentivar antes que imponer en el sentido del cambio de mentalidad. Por supuesto, para ello es preciso evitar ceremonias de la confusión como las organizadas en un reciente libro de Tariq Ramadán, donde con el aval de una Gema Martín Muñoz, que sigue hablando de Bin Laden como 'supuesto terrorista', se cuela como 'reformismo islámico' nada menos que al fundador de la doctrina oficial de Arabia Saudi.

La solución no consiste en enmascarar la realidad del integrismo islámico, sino en aislarle, de acuerdo con la corriente de pensamiento musulmán liberal que recupera una interpretación racionalista y propone una lectura cronológica del Corán, donde el discurso de la violencia pasa del dogma a la historia. La apreciación no es de ayer. Hace siete siglos, el padre espiritual de la tradición integrista, el sirio Ibn Taymiyya, hizo notar que la yihad sólo aparecía después de trece años de predicación de Mahoma, cuando en su exilio de Medina decide convertirse en profeta armado contra sus adversarios de La Meca y contra los clanes judíos medinenses, éstos inicialmente aliados suyos a quienes incluyera en la umma, la comunidad a quien corresponde el doble poder, religioso y político. No hay, pues, incompatibilidad entre las citas de guerra y exterminio, de un lado, y las de paz y fraternidad con cristianos y judíos, de otro: simplemente éstas suelen corresponder a la fase mequí de predicación, ente 612 y 622, tantas veces anclada en fragmentos bíblicos y en el propósito de captar la doble tradición judaica y cristiana, fundiéndola en un monoteísmo radical. Como el núcleo teológico queda sentado en los textos mequíes, se hace posible sin riesgos el ensayo de diferenciación propuesto no hace mucho por el pensador musulmán sudanés Mohamed Mahmud Taha entre los dos Coranes: el discurso de la violencia remitiría a su contexto histórico, sin afectar al núcleo teológico previamente constituido, del que se desprende esa sólida base para la tolerancia tantas veces citada al hablar y escribir sobre el islam. Sin yihad abierta o satanización de Occidente, ni dominio a ultranza sobre la mujer. También aquí los versículos medinenses son más duros.

¿Qué sentido tiene hablar de cosas tan lejanas en relación con el 11-S y sus consecuencias? La respuesta es que entre todas las religiones, el islam se caracteriza por constituirse sobre una revelación única, que sirve de patrón inmutable para los comportamientos de los creyentes hasta el día de hoy. Una u otra lectura del libro sagrado señala caminos divergentes y resulta innegable que la efectuada por los integristas pretende llevar, yihad mediante, a ese choque de civilizaciones augurado por Huntington. Los atentados no fueron una broma ocasional, sino la expresión de un comportamiento perfectamente codificado desde siglos atrás donde sólo ha variado la actualización financiera y tecnológica protagonizada por Bin Laden. Por algo el que fuera durante años su colaborador y organizador del internacionalismo integrista y terrorista, el sudanés Hasan al Turabi, hizo ahorcar por hereje en 1995 a su compatriota el mencionado Taha, promotor de la lectura liberal del Corán. A pesar de que la mayoría de sociedades musulmanas resiste al proyecto de islamización total, impulsado desde el fundamentalismo, la vida de los intelectuales creyentes y liberales no es fácil, según nos relata Mohamed Charfi en Islam y libertad.

Es tiempo de interpretación rigorista de la sharía, de condenas al silencio y de lapidaciones. Ahora bien, si en el interior del mundo islámico poco puede hacerse, y menos a la sombra de Bush, sí cabe cuidar de que la presencia de minorías cada vez más numerosas de musulmanes en nuestras sociedades tenga lugar bajo el signo de una integración diferencial y dentro de los principios de una ortodoxia islámica libre, digámoslo claro, del virus integrista.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política y autor de Umma. El integrismo en el islam (Alianza).

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