Rosario puso a bailar al público en Diagonal Mar
Una de las cosas atractivas de las últimas ediciones de la Mercè es que los espacios ciudadanos pueden ir cambiando de ambientación y las sorpresas saltar en el lugar más insospechado. El paseante lo es cada vez más y la necesidad de trasladarse de ubicación, una constante. Así, en la noche del domingo la plaza del Rei, que había sido feudo de la modernidad en días precedentes, se tornó como por arte de birlibirloque en un íntimo club tamizado de recuerdos y emociones susurradas al oído. La media de edad aumentó considerablemente. Era la Nit de ball, y el responsable de que la plaza volviera a llenarse, pero con público diferente, no era otro que Moncho. La voz del bolero por excelencia volvió a dejar claro su poderío y su capacidad para conquistar al público explicándole las eternas historias de amor / desamor. Un buen quinteto dirigido por Toni Olaf Sabater arropó con terciopelo las canciones del barcelonés que pusieron curiosamente una nota más suave y tranquila a una Mercè musicalmente trepidante como ha sido la de este año.
Cerca de allí, grupos de jóvenes ávidos de emociones diferentes se agolpaban ya ante el escenario de la catedral para asistir a la presentación de dos grupos chinos traídos por la recién inaugurada Casa Asia. A pesar de que la gente se arremolinaba por las callejuelas del Barri Gòtic, el epicentro de la fiesta mayor estaba esa noche a varios kilómetros de allí. Diagonal Mar volvió a ser el punto de atracción de la velada congregándose más de 23.000 personas para asistir al concierto de Rosario.
Y una vez más se trataba de uno de los públicos más mezclados que pueda imaginarse. Payos y gitanos bailando por igual unos ritmos tan mestizos como nuestra propia sociedad y la hija del Pescaílla triunfando en la ciudad de su padre.
Cuando Rosario comenzó su actuación, el cielo era de un negro amenazante. La humedad reinante y las noticias de fuertes tormentas cercanas provocaban una cierta intranquilidad, pero la cantante arrancó con fuerza mezclando pop, rock, blues, flamenco y rumba con su habitual maestría, llenado el escenario de humo (tal vez demasiado) y jugando hábilmente con unas luces terriblemente nerviosas.
Hacia la mitad del concierto, casi a medianoche, la lluvia hizo su aparición. Fue un aguacero corto pero intenso que no asustó a nadie. Rosario decidió seguir a pesar de que el escenario no estaba cubierto, y de allí nadie se marchó. La lluvia tuvo que ceder ante el voto de la mayoría y la cantante pareció crecerse con esa pequeña adversidad convirtiendo el resto de su actuación en un crescendo imparable y contagioso. La diva (ya debe llamársele así) no paró en toda la noche bailando y atravesando el escenario a la carrera como si de un Mick Jagger femenino y mucho más cercano se tratara. Como era de esperar, acabó por rumbas catalanas, antes de zambullirse en una larga tanda de bises.
Un concierto eufórico: la gente abandonaba la zona cantando y bailando sus rumbitas.
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