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¿Un museo del diseño sin diseño?

Desde hace un cierto tiempo, van apareciendo noticias sobre la creación de un museo del diseño en Barcelona, tema que despierta un cierto interés general. A pesar de ello, también existen dificultades para llegar a un formato consensuado. Por un lado, las iniciativas municipales tienden a aglutinar a diversas entidades ya existentes, lo cual deja entrever dificultades para plasmar una imagen coherente. Por otro, aparecen quienes defienden una visión fragmentaria, un museo de museos, como es el caso del 'museo del diseño sólo gráfico', que quiere permanecer al margen.

Las contradicciones son evidentes, pero ¿dónde está el problema? Posiblemente resida en que muchos de los implicados piensan en el museo del diseño, pero no propiamente en el diseño y su verdadera magnitud. Y ello nos conduce a preguntarnos: ¿qué es el diseño? Sin duda, no es el momento ni el lugar para disertaciones teóricas, pero sí resulta necesario apostar por una determinada manera de entender el diseño si se quiere llegar a una conclusión coherente.

El actual concepto de diseño nace con la Revolución Industrial, que planteó una nueva relación entre el proceso de definición del producto y su realización. Remarcamos la referencia al producto como resultante del proceso industrial, no simplemente al objeto acabado. El diseño existe sin que vaya ligado necesariamente a un objeto, pues tiene un alcance mucho más amplio. La Revolución Industrial fue general, no afectó únicamente a los objetos, sino que implicó una estructura global inédita hasta entonces en la historia de la humanidad.

Aparecieron nuevas formas urbanas y nuevos materiales. Apareció una formación específica para los diseñadores. Llegó también la idea de una identidad empresarial, basada en las nuevas estructuras sociales. Aparecieron los medios de transporte mecánicos, las marcas, la distribución de productos. La comunicación y la publicidad generalizadas dieron paso a una nueva cultura de masas. Y el diseño se consolidó como área del saber que relacionaba cuestiones que antes de la Revolución Industrial ni tan siquiera existían. El ámbito de actuación del diseño es, desde entonces, todo aquello que se produce y utiliza de forma generalizada, y su principal objetivo sigue siendo la resolución de temas o aspectos inéditos.

Actualmente, la industria de la comunicación implica nuevos objetos y nuevas situaciones. El diseño deberá hacerles frente de manera global pues, cualquier visión exclusivamente parcial carece de sentido. El concepto de industria está cambiando, amplía constantemente su radio de acción. En este sentido, absolutamente todo el diseño es industrial, pertenezca a la industria cultural, a la industria pesada, a las telecomunicaciones, a la industria textil, a la del automóvil, a la de la construcción o a cualquier otra.

A partir de ahí, ¿qué sentido deberá tener el museo del diseño? El principal reto será su definición, y su principal interés conseguir que ilustre la configuración del diseño en nuestro entorno social, cultural y productivo. El museo deberá mostrar el diseño de aquí, partiendo de sus propios referentes y evidenciando sus características diferenciales. ¿Qué aspectos hacen que nuestro diseño sea digno de atención? Tal vez su implicación inicial con la arquitectura y la industria, relacionados con el modernismo, y su particular desarrollo a partir de la modernidad. Un museo debe ser un buen centro de estudio y de debate para poder ser además un buen centro de exposición y divulgación.

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Alguien se preguntará si no corremos el riesgo de construir un museo demasiado local. Dos comentarios a este respecto. En primer lugar, una visión autóctona pero rigurosa comporta, inevitablemente, estudiar el diseño propio como parte de un contexto mucho más amplio. No se trata de un hecho aislado, y adoptar un punto de vista propio permitirá diferenciar este museo del diseño de otros ya existentes. De hecho, tal y como están las cosas, solamente lo local puede ser exportable, pues lo general, por propia definición, ya está en todas partes.

La segunda consideración adquiere la forma de la afirmación rotunda: el diseño realizado en nuestro país durante el siglo XX es uno de los de mayor calidad a nivel europeo y, en consecuencia, a nivel mundial. Nuestro diseño merece un respeto y un reconocimiento internacional -especialmente en círculos profesionales- que nosotros mismos no le concedemos, lamentablemente.

El museo del diseño debe asumir esta responsabilidad, situando el diseño de aquí en el lugar destacado que le corresponde. Para ello, deberá mostrar su verdadero alcance, de manera integrada y fundamentada en las interrelaciones existentes entre las distintas vertientes del diseño. Debe constituir una base para el estudio permanente, abierto a las novedades, e integrar a los sectores institucional, profesional, empresarial y educativo. El museo del diseño solamente puede ser uno. En él deben participar todos los sectores vinculados al diseño, que son muchos, utilizando al Diseño -con mayúscula- como nexo de unión. Ningún tema puede aparecer de manera aislada o descontextualizada.

En cualquier caso, la necesidad de un museo del diseño (y sólo uno) resulta indiscutible. Se trata de sumar esfuerzos, como afirma Marta Montmany, directora del Museo de las Artes Decorativas, y no de andar revoloteando, añadimos nosotros. Pero todo ello no será ni fácil ni inmediato. Las propuestas que Jordi Pardo ha planteado desde el Icub resultan interesantes, pero queda mucho por hacer. Si se consigue una integración real de todo lo que el diseño implica, el resultado puede ser realmente notable. Mientras tanto, a todos los implicados solamente nos queda una opción: colaborar positivamente, aportar lo que podamos. Tal vez el diseño no sea tan ajeno al deporte, en el que, según está aceptado, lo importante es participar. Que así sea.

Josep M. Fort es arquitecto y presidente de ADI-FAD.

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