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Reportaje:

El sueño de la democracia en Marruecos

Mohamed Nahas no se esperaba ser sancionado. Nunca había sucedido nada parecido en la historia de la función pública marroquí. El ministro del Interior, Driss Jettu, le destituyó fulminantemente el pasado lunes de su cargo de gobernador de la provincia de Azilal, en el Atlas, por su parcialidad durante la campaña electoral que acababa de arrancar 48 horas antes.

En el chalé que sirve de sede central a la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP), el partido socialista marroquí, Mohamed Abdelkader, asesor de un ministro, exhibe orgulloso las dos cartas que su formación ha remitido al titular de Interior quejándose de la falta de neutralidad de su subordinado en Azilal. 'Han surtido efecto', recalca satisfecho. El gobernador no es el único castigado. Una decena de funcionarios de menor rango también lo han sido, por idénticos motivos.

Mohamed VI necesita ahora recuperar esa imagen inicial, demostrando que la democracia se construye paso a paso y que, pese a algunas dudas, nunca ha cejado en ese empeño
Yussufi dijo en el exilio que la monarquía era 'un poder absoluto, agravado por la seudofunción de representante de Dios en la tierra, y que carece de legitimidad religiosa o legal'
Hassan II involucró a los socialistas, sus antiguos adversarios, para proteger la monarquía de las críticas que suscitaba la situación económica y le daba una imagen moderna
Maati Munjib, historiador de izquierdas: 'Si las elecciones son transparentes y participan todas las fuerzas, pasaríamos de la monarquía de Marruecos a la de los marroquíes'
Dos millones de súbditos en el extranjero han sido privados del voto por razones prácticas, pese a la buena red de consulados. Sus remesas son las principales fuentes de divisas

'Por primera vez en 42 años vamos a tener elecciones libres, y eso será posible gracias a la tenacidad de los socialistas', vocifera Mohamed el Yazghi, el vicesecretario general de la USFP, cuando ante 4.000 personas abrió, el martes, el gran mitin de su partido en el teatro Mohamed V de Rabat. 'El mayor haber del balance del Gobierno de alternancia son estas elecciones', añade, entre ovaciones, Sufian Khairat, el secretario de las juventudes.

'¡Vamos a abrir una página nueva!', grita el líder socialista y primer ministro, Abderramán Yussufi, cuando, por fin, sube al estrado con una rosa en cada mano. '¡Compañero Yussufi, seguiremos el camino!', corean en pie los militantes, entre los que abundan los jóvenes, pero también hay mujeres con el cabello tapado por el pañuelo islámico.

Yussufi sonríe. Siempre aseguró que quería retirarse de la política después de haber organizado las primeras elecciones libres de la historia de Marruecos. A sus 78 años cree haber logrado su propósito. No es candidato a las elecciones legislativas del próximo viernes, y en el siguiente congreso de su partido, en 2003, renunciará también a la secretaría general.

El próximo viernes, más de 14 millones de marroquíes mayores de 20 años e inscritos en el censo, sobre una población que rebasa los 30 millones, deberán elegir a los 325 diputados de la Cámara Baja entre los más de 5.000 candidatos presentados por 26 partidos en 91 circunscripciones, incluida una que cubre todo el país y está reservada únicamente a las mujeres.

Por voluntad de Hassan II

Hace ahora cuatro años y medio, Yussufi no llegó al poder tras unas elecciones limpias como las que se anuncian para dentro de cinco días. Lo hizo por voluntad del anterior rey, Hassan II, tras unos comicios amañados por el anterior ministro del Interior, Driss Basri, y que dieron una mayoría relativa a su partido. Pese a esa victoria, él mismo denunció la manipulación, junto con los líderes de otros partidos, en un comunicado conjunto publicado en diciembre de 1997.

Hassan II quiso echar mano de los socialistas, en marzo de 1998, para evitar lo que él mismo había llamado la 'crisis cardiaca' de un Marruecos amenazado por la recesión. Involucrar a sus antiguos adversarios en la gestión servía para proteger a la monarquía de las críticas que suscitaba la mala situación económica. Daba además de su régimen una imagen más moderna, casi democrática, que incitaría a los Estados acreedores y a las instituciones financieras a una mayor benevolencia con Rabat.

Pese a que había ganado gracias a un pucherazo; pese a que en su Ejecutivo el rey nombraría a cuatro ministros clave, uno de ellos su viejo adversario, Driss Basri, y a tres secretarios de Estado; pese a que debía renunciar a su reivindicación de lograr un mayor equilibrio de poderes entre la monarquía y el Gobierno, Yussufi aceptó el encargo.

El camino ideológico recorrido hasta entonces por el líder de los socialistas marroquíes lo ilustran unas frases pronunciadas un cuarto de siglo antes por Yussufi, entonces exiliado en Francia, en una conferencia celebrada en París. Describía a la monarquía alauí como 'un poder absoluto, agravado por la seudofunción de representante de Dios en la tierra (el rey de Marruecos es comendador de los creyentes), que carece de legitimidad religiosa o legal'.

Cincuenta y tres meses después de su investidura, Yussufi ha sido el primer jefe de Gobierno marroquí que concluyó, en agosto, la legislatura presentando al Parlamento un balance de su gestión. La novedad ha merecido elogios; el resultado, no tanto. 'La USFP se ha olvidado de su reivindicación de reforma constitucional. Ha cedido al rey gran parte de sus prerrogativas en materia económica. Ha aceptado e incluso encabezado los ataques contra la libertad de expresión', escribía en su editorial el semanario progresista Le Journal, que, junto con otras dos publicaciones, fue provisionalmente cerrado por el primer ministro en diciembre de 2000. 'El equipo de Yussufi no ha parado de tragarse sapos'.

Las críticas de los empresarios son casi tan virulentas. 'El Gobierno ha continuado despreciando totalmente la gestión económica y sus miembros se niegan a comprender lo que son las empresas (...)', editorializaba el diario L'Economiste, afín a la gran burguesía de Casablanca. 'Marruecos se ha colocado en una situación en la que tendrá que elegir entre el empobrecimiento de su población o renunciar a su soberanía', sometiéndose a las instituciones financieras internacionales.

De puertas para dentro, Yussufi también ha pagado un precio. Tras diez años de titubeos acabó convocando un congreso de la USFP, en la primavera de 2001, en el que se escindió el ala sindical. Después hicieron otro tanto buena parte de las juventudes del partido, encabezadas por Mohamed Hafid, y un puñado de intelectuales de prestigio.

En la recta final de la legislatura se han apuntado a las críticas hasta los socios de Gobierno de Yussufi, deseosos de salvarse de la hipotética quema electoral. Abbas el Fassi, ministro de Empleo y líder del Istiqlal, el otro gran partido marroquí, no dudaba en lamentarse en televisión de que 'el primer ministro no ha ejercido todas sus competencias constitucionales (...)'. Concluía con un guiño electoralista a los islamistas quejándose de que el Ejecutivo 'haya carecido de referencias islámicas'.

El principal reto de Marruecos no es, sin embargo, el recorte de las libertades ni la reforma constitucional que ansían algunos. Es la miseria, el subdesarrollo de un país al que la ONU coloca en el puesto 123º por su índice de desarrollo humano, detrás de Túnez, Argelia o Egipto. En ese ámbito, la gestión de Yussufi tampoco ha cosechado grandes éxitos. Las prolongadas sequías han lastrado el crecimiento hasta una media del 2% a lo largo del último lustro, un porcentaje insuficiente para absorber a los jóvenes que cada año llegan al mercado de trabajo.

'La pobreza afecta al 27% de la población porque las múltiples sequías han alentado el éxodo rural. Tampoco hay que olvidarse del paro, que aumenta entre los universitarios después del fracaso del programa del primer ministro para absorber a numerosos licenciados'. Esto no es de un periódico opositor, sino del órgano socialista Al Ittihad Al Ichtiraki, cuyo director es Yussufi. Fue probablemente publicado por error el 15 de agosto pasado. 'La degradación de las condiciones de vida de la mayor parte de la población amenaza con generar turbulencias sociales', escribe Aboubakr Jamai, director de Le Journal.

En esta coyuntura, cuando las arcas del Tesoro marroquí no han recaudado este año ni un dirham gracias a las privatizaciones, que deberían aportar casi el 12% de los ingresos del presupuesto, lo sucedido en julio en el islote de Perejil resulta difícilmente comprensible. La inversión española, que ya cayó en picado en 2001, ahora se ha desmoronado. El turismo español, que también había disminuido desde el 11 de septiembre, retrocedió aún más, después de que un puñado de uniformados marroquíes se instalasen en la isla y fuesen desalojados por el Ejército español.

Algunas de las acusaciones formuladas contra Yussufi no parecen, sin embargo, del todo justificadas. El entorno del rey ha usurpado desde enero algunas competencias económicas del Gobierno. Las ventanillas únicas, como se llaman popularmente a las recién creadas oficinas que canalizan la inversión, han pasado a depender de los walis (gobernadores), subordinados al ministro del Interior, nombrado por el rey, y ajenos a la autoridad del titular de Economía, el socialista Fathalla Ualalu.

Yussufi aceptó sin rechistar esta iniciativa, apadrinada por André Azulay, consejero real, quien en unas declaraciones al diario parisiense Le Monde achacó la mala racha económica que sufre Marruecos a la 'inexperiencia' de los socialistas en ese ámbito. Esta vez, el primer ministro reaccionó. El rotativo que dirige publicó una airada réplica a Azulay. No ha sido éste el único encontronazo entre socialistas y grandes cortesanos. En mayo pasado, el órgano socialista se atrevió a denunciar el atropello cometido por la policía secreta (DST), dirigida por un general nombrado por el rey, al incautar una revista académica. Estas protestas son excepcionales.

'Más que por todos sus múltiples silencios o por sus compromisos indecorosos, Yussufi confía en que la historia le juzgue por haber sido el hombre que lideró al Gobierno que condujo a Marruecos hasta sus primeras elecciones democráticas', afirma un diplomático europeo en Rabat. 'Ése es su gran sueño'. No sólo Yussufi está empeñado en que la cita con las urnas no resulte empañada. También el rey asegura estarlo. 'Estamos comprometidos con que se reúnan todas las condiciones y se den las garantías necesarias para que la democracia sea, en definitiva, el verdadero vencedor de estas elecciones' de septiembre, declaró Mohamed VI en su discurso del trono de julio pasado.

Yussufi necesita la pureza electoral porque es el colofón con el que quiere concluir su carrera política. El monarca la precisa porque con ella quiere enderezar una imagen algo dañada por los deslices de su segundo año de reinado. Empezó bien, en julio de 1999, suscitando una enorme esperanza porque Mohamed VI llegó al trono con la aureola de un príncipe heredero que había dedicado gran atención a los pobres. Continuó aún mejor cuando varios célebres exiliados, como Abraham Serfaty, fueron autorizados a regresar mientras eran excarcelados presos políticos y se iniciaban los trámites para indemnizar a las víctimas de la represión de Hassan II. El rey destituyó incluso al hombre que encarnaba aquella siniestra etapa: Driss Basri.

Al año siguiente, la represión de algunas manifestaciones, el cierre de tres semanarios antigubernamentales y, por ejemplo, la inexplicable ausencia del soberano en la cumbre árabe de Amman o el plantón que dio a Javier Solana, responsable de la política exterior y de seguridad de la UE, incitaron a la prensa y a las embajadas acreditadas en Rabat a rectificar su apreciación inicial. Mohamed VI pasó a ser considerado como un monarca que prefería el ocio a sus tareas de jefe de Estado y delegaba su autoridad en hombres de confianza aficionados a dar palos.

Transparencia

El joven rey necesita ahora recuperar esa imagen inicial demostrando que la democracia se construye paso a paso y que, pese a las insinuaciones malintencionadas, nunca ha cejado en ese empeño. 'Si las elecciones se desarrollan con transparencia y con la participación de todas las fuerzas que cuentan, la legitimidad del nuevo rey resultará no sólo reforzada, sino transfigurada, porque pasaríamos de la monarquía de Marruecos a la monarquía de los marroquíes', recalca el historiador de izquierdas Maati Munjib. Para alcanzar ese objetivo, el soberano ha recurrido a Driss Jettu, su ministro del Interior, dedicado desde hace meses a forjar consensos entre las fuerzas políticas sobre la ley electoral, el tamaño de las circunscripciones, los colores de la papeleta, el acceso de los partidos a la radio y televisión pública o la campaña institucional para informar a los ciudadanos.

Siguiendo el desarrollo de las votaciones no habrá observadores internacionales -el orgullo nacional marroquí no lo soportaría-, pero sí un colectivo que reagrupa a un montón de ONG locales entre las que figuran algunas tan solventes como Transparency Internacional. 'Es una excelente iniciativa que otorgará una credibilidad al escrutinio', declaró Jettu cuando recibió a sus representantes.

El ministro del Interior ha convencido a muchos de su sinceridad, pero no a todos. Los primeros en protestar han sido las asociaciones de inmigrantes marroquíes en Europa. Cerca de dos millones de súbditos de Mohamed VI han sido privados de su derecho al voto, en teoría por razones prácticas, pese a la red de consulados con la que Marruecos cuenta en los países de inmigración. Las remesas de los emigrantes son, sin embargo, la principal fuente de divisas.

Junto a los excluidos por el sistema electoral están los que se automarginan porque no acaban de fiarse de la buena fe del ministro. A la izquierda figuran dos pequeños partidos, la Unión Nacional de Fuerzas Populares, comparable en España al PSOE histórico, y el Partido de la Vanguardia Democrática y Socialista (PADS). El boicoteo que preconizan va algo más allá de sus escasas fuerzas.

'¿Cómo quiere que me crea la honestidad de unas elecciones organizadas por partidos e instituciones que desde hace más de 40 años se han aficionado al pucherazo?', se pregunta Ahmed Snoussi, el más célebre de los cómicos marroquíes. '¿Es que ahora les ha dado de sopetón por ser buenos?', añade este artista independiente que con sus chistes consigue hacer reír a un público que abarca a islamistas e izquierdistas. 'Pongamos que esta vez no van a falsificar de cabo a rabo el resultado y se conformarán con retocarlo'.

En el otro extremo del abanico político, el boicoteo que propugnan los islamistas reviste más gravedad para la credibilidad democrática. Con unos candiles como logotipo, que simbolizan la luz de Dios, el islam moderado y oficialista, encarnado por el Partido de la Justicia y del Desarrollo (PJD), sí presenta candidatos, aunque sólo en 56 de las 91 circunscripciones, como si temiese su propio éxito o hubiese obedecido instrucciones incitándole a la prudencia.

Acude a la cita del viernes quejoso de haber sido difamado, desde principios de agosto, por la prensa afín a la izquierda y laica que ha hecho una constante amalgama entre el PJD y los salafistas violentos detenidos en varias grandes ciudades por los servicios de seguridad. 'Las mentiras mediáticas se multiplican para crear un ambiente hostil al movimiento islamista moderado', denunciaba uno de sus dirigentes, Ahmed Rissuni. El propio Jettu salió al paso de las sospechas que vinculaban la oleada de apresamientos con un intento de desprestigiar al PJD. 'No hay relación alguna con los preparativos electorales', declaró.

Las capas populares

Muy por delante del PJD, la asociación Justicia y Caridad, que dirige el jeque Yassin, es el movimiento 'más representativo de las aspiraciones políticas y socioeconómicas de las capas populares', asegura John Entelis, prestigioso experto norteamericano en el Magreb, en un artículo publicado en Le Monde Diplomatique. La asociación no concurre a los comicios.

Hace ya más de un año que Justicia y Caridad tomó esa decisión de boicoteo, y las promesas de limpieza formuladas desde el poder no la han incitado a reconsiderarla. Sigue persuadida de que no hay voluntad de cambio por parte del régimen y recuerda el acoso policial al que están sometidos sus militantes, así como la prohibición de muchas de sus actividades. 'Añadamos a todo esto', declaraba a la revista Al Ayam Abdelwahed el Mutawakkil, dirigente del brazo político de la asociación, 'que vivimos con una Constitución otorgada, que concede prerrogativas muy limitadas a los poderes ejecutivos y legislativos y que no permite a nadie aplicar su programa'.

'La instauración de un régimen autocrático absoluto de naturaleza clientelista (...) constituye la causa fundamental de la tragedia que vive Marruecos desde los años sesenta y de la degradación de la situación en todos los ámbitos', reza el programa de la Izquierda Socialista Unificada, una pequeña formación que, pese a su escepticismo, sí se presenta. Su proclama podía haber sido suscrita por los seguidores del jeque Yassin. Curiosamente, sólo la extrema izquierda y los islamistas radicales se atreven a poner abiertamente en tela de juicio en Marruecos los enormes poderes que acumula el monarca y que constituyen, en su opinión, el principal obstáculo hacia la democratización del país.

Al margen de sus decisiones opuestas sobre la participación electoral, ambas corrientes, izquierdista e islamista, se preguntan qué sentido tiene acudir a una cita con las urnas cuyo resultado, por muy transparente que sea, apenas alterará un sistema político en el que el grueso del poder ejecutivo está cada día más en manos del monarca. 'Mohamed VI ejerce un poder aún más absoluto que el de Hassan II', sostenía en agosto la revista Tel Quel, resumiendo las conclusiones de un debate entre politólogos que había organizado. El padre delegaba por lo menos en Basri, su hijo no lo hace en nadie.

Algunos intelectuales no comparten este análisis pesimista de los radicales, de uno u otro bando, sobre la práctica inutilidad de la consulta del viernes. 'Si una asamblea es finalmente elegida con total libertad y transparencia', escribe en Le Journal el historiador Mounjib, 'y el Gobierno que emana de ella no dispone de ningún poder real, esto planteará un problema de fondo'. En la madrugada del próximo sábado, cuando esté terminado el escrutinio, se sabrá si Marruecos tendrá que hacer frente a este nuevo problema.

Un grupo de marroquíes se da de alta en el censo electoral con vistas a las elecciones parlamentarias de la próxima semana.
Un grupo de marroquíes se da de alta en el censo electoral con vistas a las elecciones parlamentarias de la próxima semana.AFP

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