_
_
_
_
Reportaje:CENTENARIO DE CERNUDA

El estilo y la conciencia

La vida siempre obtiene revancha contra quienes la negaron. Así lo creyó Luis Cernuda (Sevilla, 1902-México, DF, 1963). Se trata de una de esas certezas que suelen clavarse en medio de sus poemas para apuntalar una realidad moral surgida entre la experiencia del mundo y el deseo. La complicada leyenda del poeta sevillano tiene que ver con la fidelidad a su destino, porque al acentuar las rarezas y los defectos que le criticaban los demás sólo intentó defender su dignidad, asegurarse de la sombra que acompaña a cualquier cuerpo cuando se atreve a dialogar con la luz. Hay exageraciones y rupturas que son una última forma de dependencia, y la fuerza espiritual de Cernuda, impuesta en su carácter con una rotundidad infatigable, parece consecuencia de una debilidad resistente, de una necesidad de entrega siempre insatisfecha, de un amor por el mundo que acaba por reconocer sus carencias a la hora de distinguir el sabor puro y amargo de la vida. Así fue labrando el poeta su personaje, hasta adueñarse de una desolación cada vez más seca y más hermosa, según el verso de Jaime Gil de Biedma.

Imaginó y defendió el derecho a una felicidad ética, siempre combativa al sentirse negada por la realidad

Resulta lógico que los poemas de despedida que publicó en Desolación de la Quimera fuesen al mismo tiempo una justificación de su itinerario vital y un resumen de su poética. En 'Díptico español', en la parte titulada 'Es lástima que fuera mi tierra', mientras se apartaba una vez más de la España oficial de la dictadura, encontró una de las mejores definiciones de su personalidad literaria. Merece la pena recordar estos versos: '¿Puede cambiarse eso? Poeta alguno / Su tradición escoge, ni su tierra, / Ni tampoco su lengua; él las sirve, / Fielmente si es posible. / Más la fidelidad más alta / Es para su conciencia; y yo a ésa sirvo / Pues, sirviéndola, así a la poesía / Al mismo tiempo sirvo'. Una lengua no elegida y el esfuerzo por mantenerse fiel a la conciencia, hasta sufrir por ella la marginación y las penalidades de la servidumbre: ahí están las dos claves que marcan el itinerario vigilante de La realidad y el deseo.

Debemos tener en cuenta que

la historia de la poesía vanguardista descansa en el deseo de elegir una lengua, un idioma lírico diferente al de la sociedad. El signo lingüístico es la mejor metáfora del contrato social, porque el significante y el significado se unen de manera arbitraria para hacer posible la comunicación, del mismo modo que las verdades privadas y los intereses públicos firman su pacto para asegurar la convivencia. Oponerse a las convenciones sociales, a los códigos de la representación burguesa, significaba cuestionar su lenguaje, romper el contrato de su signo lingüístico, elegir un idioma imprevisible, buscar una verdad expresiva más allá de la semántica heredada. Para radicalizar el orgullo de una lengua lírica independiente, las vanguardias se instalaron en el significante y dejaron que los significados volaran por debajo de una cadena metafórica sin ataduras, sólo obligada a la sorpresa, y capaz de reunir un paraguas y una máquina de coser en una mesa de operaciones.

Al decir que ningún poeta elige su lengua, Luis Cernuda estaba poniendo el dedo en una de las llagas de la poesía contemporánea, explicando, además, la lógica de su evolución literaria y las direcciones buscadas en su navegación a través del surrealismo. Formado en la estética pura que caracteriza la poesía española de los años veinte, bajo la buena lección de Mallarmé, Juan Ramón, Salinas y Guillén, el mundo estético de Cernuda no pudo identificarse, sin embargo, con el racionalismo vitalista, con la fe de vida de una eternidad laica, dispuesta a creer en los poderes de la razón a la hora de ordenar el caos de la existencia. Las décimas perfectas y cerradas del primer Cernuda son una geometría herida, una matemática que no llega a ocultar entre sus números las sombras de la insatisfacción y el desconsuelo. Por eso el surrealismo supuso un camino de libertad, un modo de romper las costuras de la hipocresía social para que la vida limpia entrase en los poemas. El poeta homosexual, anticapitalista, republicano, negador de los sacrificios y las humillaciones religiosas, procuraba distinguir entre el verbalismo formal y el testimonio moral de un ser humano que interpreta el mundo con sus propios ojos. Al traducir en 1929 a Paul Eluard en la revista Litoral, echa en falta la existencia en nuestro país de un verdadero romanticismo y concluye que los poeta españoles están más preocupados por la retórica que por la poesía.

Convencido de que el surrealis-

mo era una revolución espiritual más que un movimiento literario, Luis Cernuda llegará incluso a aceptar en Un río, un amor y en Los placeres prohibidos los impulsos inconscientes de la escritura automática. Pero las contradicciones surgen con rapidez, y Cernuda comprende que los poemas surrealistas intentan destruir a la literatura tradicional utilizando todos los recursos tradicionales de la literatura, hasta el punto de abrir una nueva vía para los excesos verbales y la grandilocuencia. El surrealismo, piensa entonces, es un trampolín, y lo verdaderamente importante en el salto no es el trampolín, sino el atleta. Por eso necesita remontar la corriente de la poesía contemporánea y llegar a los orígenes románticos del vanguardismo. La nostalgia de un mundo paradisiaco, más allá de los artificios verbales, sirve de consuelo moral para enfrentarse a las carencias de la realidad. Bécquer y Hölderlin le ofrecen el modelo de la difícil sencillez, del lenguaje compartido en el que se enuncia una verdad singular. Además precipitan su acercamiento a la desesperada vitalidad que caracteriza la mirada de los poetas contemporáneos más lúcidos. Cernuda comprende que la tragedia no surge por la lucha entre las verdades esenciales y la represión social, sino por el descubrimiento de las mentiras que suelen esconderse bajo nuestras verdades esenciales. Esta nueva soledad no exige un lenguaje inventado, sino la reflexión moral del poeta vigilante, solitario, que no es portavoz de ninguna identidad, porque vive en el vacío perpetuo de la decisión, en las responsabilidades desamparadas de su conciencia.

Cernuda optó por el amor inocente para oponerse a las represiones sociales, pero acabó comprendiendo que eran más graves las mentiras del amor inocente que la hipocresía social. También optó por los impulsos revolucionarios frente a una civilización mezquina, y descubrió que las revoluciones pueden ser incluso más injustas que las leyes. Se acercó así a la tentación de elegir la nada, la disolución de la conciencia, la renuncia a la lucidez, como sugieren los versos de Donde habite el olvido. Pero se decidió por imaginar y defender el derecho a una felicidad ética, siempre combativa al sentirse siempre negada por la realidad. La rebeldía de Luis Cernuda, a partir de Invocaciones, tuvo que acostumbrarse a una soledad vinculada con el mundo, a un territorio impertinente de esfuerzos personales, en el que no cabían ni las renuncias a la vida ni el conformismo. Al pensar en el hombre y en su deseo, quiso identificarse con el 'Soliloquio del farero': 'Por ti, mi soledad, los busqué un día; / En ti, mi soledad, los amo ahora'. El exilio en Londres y Glasgow, al ponerlo en contacto con el romanticismo inglés, conducirá este tono de voz por los caminos de la poesía meditativa, con fuertes implicaciones filosóficas. A través de un itinerario cargado de dificultades y búsquedas estéticas, se va imponiendo en su madurez una voz más preocupada por el pensamiento y por el fluido de las frases que por la música del verso y por la síntesis simbolista de la canción lírica. Cernuda comprende que para unir vida y poesía es imprescindible despersonalizar el poema, es decir, convertir las situaciones biográficas en experiencias estéticas autónomas. Ahí encuentran sentido los mecanismos de la ficción. La técnica del monólogo dramático, que utiliza en algunos de sus mejores poemas, no es sólo un recurso más, sino el síntoma maduro del pensamiento poético de Cernuda. Desde Las nubes, y hasta llegar a la conmovedora sequedad de Desolación de la Quimera, parece menos interesado por la expresión de las verdades esenciales de una identidad establecida que por la construcción filosófica de una verdad ética.

La inteligencia romántica de

Cernuda no quiso nunca acomodarse a una nostalgia edénica y consoladora. Cualquier alusión a la felicidad inocente estuvo siempre vigilada por la lucidez. Al imaginarse el paraíso de la Andalucía romántica, supo que se trataba de una invención de poeta, de una respuesta moral. Y se comportó del mismo modo ante todas las ensoñaciones que suele utilizar el corazón para descansar de sus tareas intelectuales. Porque el poeta sólo justifica sus ejercicios intelectuales con las exigencias de su corazón. En 'Noche del hombre y su demonio', un poema de Como quien espera el alba, escribió: 'En la hora feliz del hombre, cuando olvida, / Aguzas mi conciencia, mi tormento'. La compleja hermandad de la ética y la lucidez a la hora de imaginarse el mundo definen el protagonismo de la conciencia en la poesía de Luis Cernuda. Se trata de la propia raíz del hecho literario, como lo demuestra la segunda parte del 'Díptico español', titulada 'Bien está que fuera tu tierra'. La España liberal de Galdós, la imaginada geografía de la tolerancia y del respeto, se opone a la España obscena y deprimente del franquismo. La literatura inventa una realidad para darle respuesta al mundo, del mismo modo que el poeta imagina un futuro lector para ordenar su vida.

Todo gran escritor supone una justificación de la literatura. La actualidad de Luis Cernuda se debe a que sus poemas nos explican el sentido de la poesía en la realidad contemporánea. Vivimos en unas sociedades homologadoras que imponen normas de comportamiento colectivo gracias a la liquidación de la conciencia individual. La tarea de la poesía, como descubre el lector de La realidad y el deseo, es precisamente la contraria: la reivindicación de la soledad moral del individuo como único ámbito en el que se pueden defender los sueños colectivos y la dignidad humana. Al servir a su conciencia, Luis Cernuda sirvió a la poesía y se sintió heredero de la lengua de todos. Hoy somos nosotros, algunos de nosotros, sus herederos.

Luis Cernuda fue el poeta de la inteligencia romántica. El de las permanentes búsquedas estéticas, deseoso de unir vida y poesía. Hoy, cuando se conmemoran cien años de su nacimiento, no hay duda de que su complicada leyenda se debe a su fidelidad hacia su destino. El poeta sevillano creó una hermandad entre ética y lucidez para alentar la conciencia de su obra. El resultado es su gran actualidad debida a una creación que explica el sentido de la poesía en la realidad contemporánea. Por Luis García Montero

Luis Cernuda, en Ayamonte, (Huelva), en 1934.
Luis Cernuda, en Ayamonte, (Huelva), en 1934.ARCHIVO DE LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_