Consuelo en la Virreina
Consuelo Bautista expone sus fotos en la Virreina. Felicidades.
He coincidido muchas veces con Consuelo Bautista, entrevistando a gente conocida y desconocida. Absorbido por la conversación, apenas me fijaba en su presencia, hasta ver publicada, junto a mi texto, su foto, por lo general excelente. Entonces, retrospectivamente, me daba cuenta de que también ella había estado allí. '¡Ah, sí!, aquella sombrita callada'.
La verdad es que -aquí descubro la sopa de ajo- la invisibilidad es una característica del buen fotógrafo de prensa. Se requiere cierta cualidad para el disimulo, para confundirse con la pared o con el ficus del rincón. Es preciso saber mimetizarse en lamparita o arbusto. Porque la gente, especialmente la gente mayor, se suele sentir atosigada cuando tiene un fotógrafo por delante. Si además lo tiene por el lado, por la espalda, saltando por encima y por abajo, como a veces pasa, y se oye el metálico clic-clic-clic del disparador y el fogonazo del flash, entonces la gente, especialmente la gente mayor, que es la más interesante de entrevistar, pero que está más allá de la coquetería y que nada bueno espera de verse fotografiada, se siente perseguida, pieza de caza ('¿y qué quiere cazar el pelma este?, ¿mi dentadura postiza?, ¿el bulto de la hernia? ¿Y por qué, Dios bendito?'), pierde el hilo del discurso, empieza a preguntarse por qué ese tipo no para de hacer preguntas y la entrevista zozobra. Sobre todo si el fotógrafo comparece cargado de objetivos como amenazantes falos y disfrazado de Indiana Jones, con chaleco sin mangas y con muchos bolsillitos ideales para guardar rollos de película, lentes, pistola y demás impedimenta.
Peor aún si el fotógrafo se siente impelido a meter cuchara en la conversación. Me pasó cuando entrevisté a Eduardo Tarragona, el venerable político de los grandes bigotes, el que prometía llamar 'al pa, pa, i al vi, vi'. Precisamente Tarragona me estaba hablando con entusiasmo de los vinos que cultivaba en su finca, cuando mi fotógrafo aparta la cámara a un lado y le afea sus últimas declaraciones sobre el proceso constituyente o la legalización del Partido Comunista o algo así. 'Señor Tarragona', vino a decirle, 'es usted un facha de tomo y lomo'.
Se organizó un animado debate. El fotógrafo polemizaba con Tarragona, yo abroncaba al fotógrafo ('¡y a ti quién te ha dado vela en este entierro!'), y una amiga mía, estudiante de periodismo que nos había llevado en su coche a cambio de que la dejásemos asistir a la entrevista, me reprochaba que no respetase la 'libertad de expresión' del fotógrafo. A ver si aprendía yo a ser menos intolerante, más dialogante.
Recuerdo que, al despedirnos, Tarragona demostró no guardarnos rencor y nos regaló a cada uno una botella de su bodega. Y que el vino, según comprobé al llegar a casa, estaba picado. Así que a lo mejor sí nos guardó rencor después de todo.
Por fortuna, en las modernas redacciones, especialmente en la redacción de EL PAÍS, donde Consuelo colabora asiduamente, uno tiene siempre la impresión de trabajar con formidables profesionales, profesionales de la fotografía clasificables en el modelo 'no existo, soy transparente'. Si se les ofrece de beber, aceptan un cafelito o un vaso de agua. Escuchan, o lo fingen muy bien. Y cuando notan que el ambiente se ha relajado, discreta, silenciosamente, se ponen a trabajar. Todo va como la seda y lo siguiente que ves es una foto estupenda al lado del texto.
Estas digresiones me están llevando lejos de Consuelo y de su exposición. El caso es que cada año la Virreina invita a un fotógrafo destacado de Barcelona a que retrate a su aire la ciudad durante la Mercè, y luego expone el resultado en las salas de la planta baja, junto a una selección de las fotos sobre el mismo tema que envían los aficionados barceloneses. A Consuelo la invitaron el año pasado a encargarse del reportaje gráfico y ayer se inauguró su exposición, su quinta exposición, después de las que ha celebrado en las Baleares y en la sala H2O de Barcelona. Por lo general, cuando Consuelo encara un proyecto personal, desligado de la urgencia del periodismo diario, suele elegir temas más ásperos: el 'Periodo Especial' en Cuba -o sea, los años de más hambre-, Jerusalén o la guerra del narcotráfico en su país natal, Colombia, de donde llegó hace 18 años. Esta vez decidió pasárselo bien y mostrar su afecto por Barcelona y cómo disfrutan los barceloneses en día de fiesta mayor.
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