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Columna
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Tejoletas

En un magnífico poema de Constantin Cavafis, el emperador romano Nerón sueña cómo se tambalean sin que medie terremoto alguno, caen al suelo y se parten en mil pedazos las estatuillas de los dioses de su larario familiar. Los idolillos domésticos rotos. Toda una imagen onírica de cuanto con frecuencia nos acontece en el ámbito de lo privado y que, desde luego, se da en el ámbito de lo público. Y en ese ámbito de lo que es de todos, es donde se acaban de quebrar las estatuillas sagradas del alcalde de Castellón. Doce años con mando en plaza son demasiados años para quienes consideramos que una limitación de mandatos tendría un carácter profiláctico, aunque los mandatos los otorguen democráticamente las urnas. Doce años en el cargo son como muchos años para mantener intactos los idolillos políticos de José Luis Gimeno: munícipe en público parco en palabras, de trato afable en privado e ideología opaca, alcalde sin grandes pretensiones que quiso ser 'normalito' según declaraciones propias, de derechas y dialogante según declaraciones propias, liberal y con antecedentes republicanos de derechas según declaraciones propias, demócrata y amante de la libertad según declaraciones propias.

Estatuillas modeladas en barro que su libro Las calles de Castellón convirtieron en tiestos y tejoletas.

Pero el libro del alcalde no merece la hoguera ni la indiferencia ni el olvido. Ningún libro merece tal destino: todos merecen respeto aunque se esté en desacuerdo con su contenido. Porque el libro del alcalde es didáctico e ilustrativo, es decir, da luz a nuestro entendimiento para conocer la ideología y pensamiento del alcalde Gimeno: opaca la primera y difuso el segundo, y cercanas la una y el otro a la intolerancia que representan cuarenta años de dictadura y dictablanda. Para muestra basta un botón: Gimeno califica de tristes los primeros acuerdos del primer Consistorio democrático que cambiaron el nombre de algunas calles para evitar rencores y enfrentamientos. Como si eso no fuese primordial para todo demócrata que sale de una dictadura, como lo es primordial ahora y lo ha de ser siempre. Evitar rencores y enfrentamientos es lo que no ha hecho el libro del alcalde. Flaco favor de consejeros y asesores, por otra parte.

Un libro que en su versión original sólo leeremos algunos ciudadanos porque mandaron retirar los primeros ejemplares para limpiarlo de cuanta frase y comentario crispó a un sector nada desdeñable de castellonenses.

Bien está lo que mal empezó. Con todo, lo sorprendente, cuando uno tiene las 456 páginas en la mano y hojeadas la mitad de ellas, es la intrascendencia y casi banalidad de su contenido que apunta a la nada, o a lo puramente anecdótico y secundario de la historia de las calles de la ciudad.

El arquitecto Gimeno se olvida del trazo urbanístico y el destartalado diseño de la mayor parte de las mismas, de un lado; el político Gimeno no explica la razón u origen del nombre de numerosas calles; por ejemplo, las que en éste o aquel nada lujoso barrio periférico -y los barrios periféricos son decenas en Castellón- se bautizaron con nombres tales como Málaga y Murcia, Córdoba y Jaén, Benitandús o L'Alcalaten. Para ello le sobraban colaboradores y asesores culturales. Demasiados vacíos, tiestos y tejoletas en Las calles de Castellón, el libro de un alcalde que lleva muchos años desempeñando dicho cargo. El libro de un alcalde que movió y quebró las estatuillas de su propio larario político.

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