Caliente
Nos acechan variadas calenturas este otoño. La cosa está que arde en Madrid, en el extranjero y en la mayor parte del universo. Un otoño caliente, señora. La gente está con la mosca detrás de la oreja, temiendo petardazos por delante o por detrás. No tienen toda la culpa Bush o Aznar, ni siquiera Sadam Husein, aunque todos ellos dan pie a inquietudes metafísicas en el alma del pueblo soberano.
Por lo que a Madrid respecta, algo tendrá que ver Esperanza Aguirre, esa popular marquesa incombustible y gallarda que pretende suceder a Gallardón. Gallardón, por su parte, intenta suceder a Manzano, lo cual parece a primera vista un retroceso político. Pero sólo a primera vista, porque ser alcalde de Madrid es mucho más contudente que presidir la Comunidad, aunque carezca de lógica. También parece ilógico que sea más importante que el Senado una presidencia de Comunidad. Pero así son las cosas. Tanto Gallardón como Aguirre se han lanzado sin red al vacío infinito: de aquí a la eternidad del olvido si no consiguen sus objetivos. Hay aromas de gesta épica en los dos, porque da la impresión de que podría ser su penúltima oportunidad política.
Los candidatos, tanto de izquierda como de derecha, a las próximas elecciones madrileñas son unos santos, sin duda. Las diferencias ideológicas entre ellos son cada vez más inexistentes: mientras que la derecha democrática propugna sutilmente la explotación del hombre por el hombre, la izquierda es justamente al revés, la viceversa, lo contrario. Es decir, lo mismo, pero con matices. ¿Qué diferencias esenciales hay entre Bush y Husein, entre Trinidad y Gallardón, entre Simancas y Aguirre? Qué sabemos.
A pesar de la inquietud prebélica que se masca en el ambiente, los ciudadanos de aquí tenemos el privilegio de contar con la Pasarela Cibeles, que cada vez se parece más a un circo surreal, como toda la moda de nuestros pecados. Los modistos son retablo de delirios y frenesí. Los candidatos políticos debieran enfrentarse en la pasarela caliente de Cibeles.
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