Espectáculo impactante en la nave
Sama samaruck suck suck
Ópera-circo de Carles Santos (música, texto, piano y dirección escénica). Dirección artística, vestuario y escenografia: M. Roqué. Dirección en pista: O. Roustan. Artistas líricos: M. Castelar, A. Comas, C. Schneider. De circo: B. Bernard, A. Laurier, V. Rebours, O. Riis, O. Roustan, V. Salon, P. Sogny, V. Warin. Coproducción de C. Santos, Parc de la Villette de París, TNC y TNT. Puerto de Sagunto, antigua nave de los Talleres Generales, 11 de Septiembre.
Con un motivo que parecía evocar los cuartetos de Shostakóvich, adornado, eso sí, con trinos de pajarillos, con ecos del Stravinsky juvenil, con sus siempre eficaces soluciones para que el sonido subraye lo que pasa en la escena, y con un oficio que le permite -condición sine qua non en la ópera- colocar la música donde y como mejor conviene, Carles Santos trajo a la vieja y hermosísima nave industrial saguntina el espectáculo estrenado en París.
La denominación de 'Ópera-circo' puede resultar discutible: tanto los elementos circenses como los musicales están determinados por un texto que también es del compositor. La parte declamada es muy abundante, y no se limita a los momentos de acción, sino también a muchos que, en la ópera, quedan reservados a las arias: expresión de las emociones más intensas o introspección lírica que detiene el curso natural del tiempo. La presencia de números de circo no se plantea nunca como exhibición de habilidades (aunque las haya, y en muy alto grado), sino como un recurso para aumentar la tensión: la digresión en torno al espectáculo que hace el presentador en la segunda escena, por ejemplo, no tiene la misma intensidad cuando se efectúa, como aquí, a muchos metros del suelo, a la vez que está realizando -él mismo y no otro- un bellísimo ballet de lentos movimientos colgando de una escalera. Pero no es una cuestión de estética del peligro, del si se cae o no se cae. Ahí está la contorsionista dando un énfasis, un sarcasmo y hasta una brutalidad especial a muchas escenas, dúo final incluido. Tampoco cabe desdeñar el efecto sobre el público cuando los cantantes, con el micro escondido en el cabello, hacen su trabajo sobre un trapecio o colgando de cables que los suben y los bajan. Sin recurrir al efectismo fácil, buscando la conexión y amplificación del texto. Y también ¿por qué no? la seducción de la imagen. Por eso serviría para este espectáculo la vieja y estupenda denominación de teatro musical.
Otra cosa es que el texto (el libreto) tenga el gancho y la coherencia suficiente para interesar al espectador. Esa 'trama de sueños que nunca se han enfrentado con la gravedad' (según el propio autor) sólo aparece en pinceladas aisladas. Pero ello no fue un obstáculo para disfrutarla como una hermosa secuencia de imágenes impactantes con música muy bien bordada sobre ellas.
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