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Columna
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Duda escandalosa

Oliverio Toscani diseñó durante años para Benetton unas campañas publicitarias radicales que recurrían a imágenes de guerra o del sida o incluso de los corredores americanos de la muerte, con una intención explícitamente provocadora. Su relación con la firma italiana acabó como el rosario de la aurora cuando las ampollas que siempre levantaban esas campañas empezaron a influir negativamente en las cifras de ventas. A Benetton le interesa sobre todo vender sus productos, como es natural, y Toscani se fue a la calle, pero siguió haciendo de las suyas y persiguiendo sus propios intereses; a saber, despertar conciencias con sus anuncios, crear debate social sobre esos temas humanamente centrales. Uno de sus últimos trabajos es el cartel de Amén, la película en la que Costa-Gavras denuncia la pasividad del papa Pío XII frente al horror nazi; cartel en el que ambas cruces, la cristiana y la gamada, aparecen superpuestas, fundidas.

'Crear debate social' viene a ser algo así como el cargamento, el horizonte y el puerto de cualquier embarcación opinadora, aunque sea un barquito de papel. Y si he pensado en Toscani es porque sus mensajes siempre están en las inmediaciones del escándalo, como quiere estarlo esta columna. Para Toscani la provocación es un medio privilegiado para la información. La atención masiva que la polémica consigue puede, y debe por lo tanto, utilizarse para transmitir realidades y verdades. En el caso de Amén por ejemplo, la realidad y la verdad terribles del Holocausto. Transmitírselo sobre todo a los jóvenes, a los tomadores de testigos históricos. Provocar sería, en suma, una efectiva manera de luchar contra los enmascaramientos y las complicidades nefastas del olvido.

Visto el desnivel educativo estoy dispuesta a aceptar como bueno cualquier método para transmitir conocimientos a los jóvenes, y más en asuntos de memoria histórica. Y puedo, además, asumir intelectualmente que la máxima capacidad comunicativa de un mensaje se consiga hoy, en un mundo tan violento como el nuestro, situándolo en el vecindario expresivo de lo chocante, lo agresivo, lo escandaloso, lo siniestro o lo vulgar. Porque hacen falta sacudidas de ese alto voltaje para reanimar nuestros corazones de piedra.

Entiendo también que de memoria del horror vamos a hablar muchísimo la semana que viene -nominalmente doce septembrina- y por eso quiero detenerme en la primera parte del mensaje de Toscani, en la provocación y en sus dos desembocaduras más comunes: la indignación y el escándalo. Que yo hasta ahora siempre había distinguido con claridad.

La indignación es una posición -pensaba-, una actitud política, ideológica. Mientras que el escándalo es un reflejo moralista y emotivo. Además, indignarse pertenece al dominio de lo social, mientras que escandalizarse al patrimonio de lo íntimo, de los fueros internos. Y además yo sólo he experimentado la indignación; del escándalo sólo tengo un conocimiento traducido, que es traslado de la experiencia ajena, vivencia por persona interpuesta.

Es lo que siempre había creído, pero ahora dudo -oportuna y generosa a veces es la vida-. Dudo y me digo que tal vez el escándalo sea sencillamente una indignación que incluye el cuerpo; que invade los sentidos.

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Esa duda escandalosa me la ha sembrado un anuncio de whisky que me ha indignado hasta el cuerpo sensible: los ojos, el gusto, el tacto. Circula, a toda página, por nuestra mejor prensa, e incluye entre sus ingredientes a una mujer oriental, desnuda sobre un campo de fresas, y un consolador de goma rosa, 'dedo rosa', 'vibración potente'. '¿Sólo o acompañado?', se pregunta ese anuncio. Y a mí hoy la única respuesta que me interesa es la del escándalo que por primera vez en mi vida creo entender en mis carnes. Quiero entender también así.

Será por las fechas. Porque ese anuncio se parece a la Zona Cero de Manhattan. Porque, en ese anuncio, el terrorismo sexista y racista y colonialista y pésimogustista ha arrasado edificios enteros de derechos femeninos, fundamentalmente humanos, instalando en su lugar un solar vacío, nulo, desolador. Sin duda.

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