Cumbres del espionaje y la intriga
Éstos son los dos primeros títulos de una nueva colección en formato bolsillo con tapa dura denominada Clásicos Gimlet. Si su vocación de editar grandes obras consagradas de la literatura de intriga (policial, espionaje, negra) responde a lo que representan estos dos primeros títulos, los aficionados al género vamos a abrir la botella de cava -digámoslo en honor a la procedencia catalana de la edición- con la misma frecuencia que su ritmo de publicación.
La máscara de Dimitrios -de la que existe una excelente versión cinematográfica- es, sin lugar a dudas, una obra fundacional y seminal de la literatura de espionaje. Eric Ambler elige a un novelista policiaco -pero también profesor de universidad, pura tradición inglesa- como personaje conductor; la idea es excelente porque le permite jugar con la imagen del constructor de mundos metido en una construcción de intriga. Este Charles Latimer está, como autor que es, acostumbrado a 'mandar' en la historia que narra y, creyendo desvelar una historia a partir de un detalle, resulta ser un 'juguete de circunstancias que van más allá de sus propias posibilidades' la historia acaba mandando en él. La persecución de la imagen de un asesino llamado Dimitrios acaba en un callejón sin salida, en un punto en el que se juega su vida, literal y figuradamente. Esa persecución es, además, el desvelamiento progresivo de la figura de Dimitrios, hecha con un ritmo y medida magistrales, y que nos acaba llevando, sin aliento pero con mesura (porque la precisión y el despojo de todo accesorio son características del soberbio tono del libro), al descubrimiento de cómo esa figura representa el Mal y, especialmente, el Mal en el mundo Moderno -y el nuestro, el de hoy mismo, a más de medio siglo del tiempo del relato-. No es ajena la historia narrada a la fecha en que la novela transcurre -1938-, es decir, a las puertas de la Segunda Guerra Mundial y en plena expansión del nazismo. La acción transcurre en el Mediterráneo, en los aledaños de Europa -Turquía, Grecia, Bulgaria...- y poco a poco asciende hacia el corazón del continente: Alemania, Francia. Quien haya leído y disfrutado de las novelas de espías de Graham Greene y John Le Carré no tardará en reconocer en este libro a su ilustre predecesor.
Horace McCoy no muestra primordialmente el Mal, sino el camino de la derrota en un tiempo hoy ya mítico: el de la Gran Depresión norteamericana. La cantidad de vidas truncadas susceptibles de convertirse en conflicto dramático que tal época ha proporcionado a la literatura es extraordinaria. También pasada al cine con verdadera eficiencia, ¿Acaso no matan a los caballos? -es curioso que ambas obras hayan dado lugar a dos espléndidas películas-, aquí asistimos, con toda la dureza de una historia negra, al fin de la existencia de una pareja casual que participa en una maratón de baile para ganar unos dólares. En una línea muy William Irish aunque deliberadamente fuera del suspense que caracteriza a este último, pero no lejos del ambiente de sus mejores historias, como Deadline at down, es el azar el que marca el encuentro de una persona inocente y bienintencionada -un ejemplar de buen chico americano al que los tiempos desarraigan de su camino natural- con los pasos finales de una persona torturada y vencida que lo arrastra al abismo de lo irreparable. Tras ello, lo insoportable del dolor y el desastre de los atrapados en una mala encrucijada de la Historia de nuestro tiempo.
Dos novelas excepcionales, cumbres en su género, inolvidables.
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