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Columna
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C

Casares, Carandell. En las personas admirables hay rasgos que quedan para siempre y que no tienen que ver con lo que dejan, sus libros, o su música, sus edificios, sus pinturas, su manera de hablar, su risa o, en fin, el producto tangible de su vida cotidiana; es algo mucho más hondo que ya nadie puede sustituir en la vida, porque les define a ellos por dentro, es su alma, con la que a veces convivimos sin darnos cuenta, sin prestar tanta atención como debemos. No escuchamos, luego lo echamos de menos. Estos dos personajes que han dejado la vida separados por un corto espacio de tiempo tenían algunos rasgos en común, entre los cuales no era el menor la simpatía, una bondad cercana, específica, y un carácter imbatible de inagotables conversadores, dotados de una prodigiosa memoria y de una capacidad para contar que ya hoy es legendaria. Casares hablaba siempre de otros, pero muy cercanos; fabulaba a partir de lo que sabía, de modo que convirtió su conversación peripatética en un monumento siempre cambiante de la literatura oral. Y Carandell hizo de su conversación una cátedra singular, llena de recovecos, casi secreta, pues lo que sabía mejor lo decía al oído; era curioso porque daba la impresión de estar siempre escuchando, incluso cuando hablaba. Casares era un especialista en lo que le pasó al prójimo más cercano y Carandell era un trotamundos verbal, tenía contacto hasta con los santos. Tiene razón Rosa Regàs cuando dice que pasamos mucho tiempo con personas así, a las que tardamos en decirles, o no les decimos nunca, cuánto tienen de admirables. La bondad, que es un factor poco valorado en la bolsa actual de valores humanos, no es ni un artículo de lujo ni una ñoñería de las novelas de antes, sino que es un elemento esencial en la excursión cotidiana por la vida. En un mundo que se ha hecho hosco y rabiosamente competitivo, en el que se araña más que se habla, en el que la discusión sobre lo que se posee parece más estimulante que la discusión sobre lo que se sabe, ése es el factor que luego se queda en el alma de los supervivientes como el hueco que de verdad dejan los que nos abandonan. Ese aire indefinible que se queda solitario y misterioso es el que quería dibujar en este saludo a los que se despiden.

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