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Columna
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Prioridades y sacrificios

Según una encuesta encargada por la cadena SER, casi el 80% de los españoles apoya la ilegalización de Batasuna y el auto del juez Garzón, aunque, paradójicamente, la mayoría de los encuestados opina que tales medidas serán negativas para acabar con el terrorismo. Ante semejante contradicción uno podría pensar que hemos llegado a un punto en el que la reflexión ha dejado paso a la improvisación, y la razón ha sido sustituida por la emoción. Sin embargo, las cosas podrían no ser tan sencillas. Así, cuando la gente dice que la medida puede ser ineficaz o incluso negativa, quizá esté pensando inconscientemente en su inutilidad como medida aislada. Es posible que la ciudadanía -y no sólo la vasca, mayoritariamente contraria a la ilegalización- haya interiorizado que los problemas complejos requieren soluciones complejas, por lo que duda de la eficacia de medidas demasiado simplistas.

La controversia desatada en los últimos días ante la reclamación de un pleno desarrollo estatutario e, incluso, la reforma del Estatuto de Gernika, es una buena muestra de todo ello. Para algunos, dicha solicitud no es prioritaria, por lo que todos los esfuerzos deben concentrarse en la lucha contra ETA, incluida la persecución de Batasuna, aunque ello implique la necesidad de nuevos o mayores sacrificios. La de acabar con ETA es sin duda una prioridad compartida por la inmensa mayoría de la sociedad vasca. Sin embargo, los medios que deban utilizarse para tal propósito pueden ser discutibles, y de hecho son discutidos. De ahí que convertir en una prioridad absoluta el apoyo a las medidas puestas en marcha por el Gobierno o por Garzón no deje de ser en cierto modo un planteamiento tramposo.

¿Existe una prioridad única en la lucha antiterrorista, en la manera en que podemos acercar el fin de ETA? Si atendemos a lo que dicen las encuestas, y a lo que cualquier observador atento de nuestra realidad puede constatar, la sociedad vasca demanda mayoritariamente no una, sino varias cosas que, quiérase o no, están interrelacionadas: persecución del delito y de las actitudes delictivas, unidad de los partidos democráticos, y mayores cotas de autogobierno. En el plano moral podemos -y debemos- establecer una prelación entre ellas. En lo político, sin embargo, es posible que apelar al establecimiento de una única prioridad nos lleve a un callejón sin salida, semejante al de algunos debates teológicos sobre la Santísima Trinidad y la prioridad de origen entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El sentido común nos dice, por el contrario, que la unidad de los partidos democráticos facilita la persecución del delito, y que la satisfacción de las aspiraciones de autogobierno de la gente genera una mayor confianza en las instituciones, y un mayor apoyo a las mismas en la lucha contra el terrorismo.

La apuesta por una política unilateral frente a ETA, no pactada entre las fuerzas democráticas del País Vasco, no parece augurar nada bueno. Por el contrario, todo parece apuntar a un incremento de la desconfianza mutua y del hartazgo social. Para unos, la adopción de medidas presuntamente ineficaces de cara al objetivo establecido no es sino la muestra de una voluntad de perpetuar el problema y de desgastar al nacionalismo vasco. Para los otros, la reclamación de mayor autogobierno no representa otra cosa que la escenificación de la metáfora del árbol y las nueces. Y, entre tanto, los adalides de ETA aprovechan la situación para tratar de romper el progresivo aislamiento político en el que se encontraban, apelando a defensa de derechos sin duda legítimos pero que ellos niegan al resto, y exigiendo una solidaridad que durante años han sido incapaces de ofrecer a las víctimas de la violencia terrorista y a los amenazados por ella. Sin embargo, no es probable que la sociedad vasca se deje enredar en la inmensa telaraña en que se está convirtiendo la política en este país. Algunos querrán ver en ello una muestra de desinterés o despreocupación, una renuncia al sacrificio que unos y otros le exigen. Otros, por el contrario, preferimos interpretarlo como una llamada de atención para quien quiera escucharla, como una muestra más de sentido común, no exenta, eso sí, de ciertas dosis de pesimismo.

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