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Columna
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Ustedes son otros

Un nombre y un horizonte, eso es lo que hay que ponerle a las cosas para que parezcan de verdad. Da lo mismo qué cosas, porque esa ley vale para todo, hasta tal punto que ni siquiera puede hacerse una maldita guerra o sacar a las víctimas de una bomba de entre los escombros sin ponerle un nombre: Operación Tormenta del Desierto, dicen los Estados Unidos que se llaman sus ataques aéreos; Zona Cero, le ponen al lugar donde fue alqaedamente derruido el World Trade Center. 'El alquiler, en Rota, por los cielos, / y en Nueva York, las torres por los suelos', dice una chirigota partidaria de la Aldea Global que se cantó mucho este verano por Cádiz; Proyecto Fénix, le llaman a la reconstrucción del Pentágono. Y en España pasa lo mismo, hablamos todo el tiempo de Operación Retorno, Cobra o Nécora y otro millón de etcéteras. Está claro, lo que no tiene un nombre no ha pasado, no existe.

Y también hace falta un horizonte. Si no hay un horizonte, para qué vale lo demás. 'Hablar de lo demás es siempre un río', dice el poeta Pedro Salinas, y en ese verso está toda la angustia de lo que se va, de las horas perdidas en lo que no merece nuestro tiempo, de las manos que se ocupan de la ceniza y dejan pasar de largo el fuego. Hay que centrarse en lo esencial, cribar la arena de los hechos para quedarse con su oro, eso es lo que pensamos todos después de unos días lejos de nuestra vida real y, por tanto, lejos de nosotros mismos, al margen de nosotros, en ese terreno desde el que uno se puede mirar con perspectiva y sin condescendencia. Y como en este mundo los únicos que están completamente satisfechos de sí mismos son los idiotas, la mayor parte de nosotros emprende el auténtico Año Nuevo, ese reinicio de todas las cosas que suele ser el otoño, con la firme determinación de mejorar, de convertirse en una persona más culta, mejor informada, más sana o menos insensible. 'Soy yo misma, no es bastante', escribió en uno de sus últimos poemas la escritora Sylvia Plath, y esa línea siempre me ha parecido algo que es mejor no olvidar, algo hacia lo que merece la pena correr. No sé si los directores de las empresas que venden fascículos y coleccionables habrán leído a Sylvia Plath, aunque me da que no, pero estoy seguro de que, si lo hacen, ese verso les gustará: ya saben cómo funciona el mercado, alguna gente desea cosas y otra las vende.

Cuando llega septiembre, los anuncios y los quioscos se llenan de proyectos a largo plazo, colecciones que intentan, sobre todo, llenar agujeros, ampliar perspectivas, tender puentes entre lo que no sabemos y lo que nos gustaría saber: empiece el año haciéndose mejor, lea las cien obras esenciales de la literatura del siglo XX, aprenda a hacerlo usted mismo con nuestros manuales de bricolaje, sea capaz de leer una partitura, repare el coche con sus propias manos... Este año, aparte de las colecciones clásicas, han aparecido otras, en algunos casos, sorprendentes, que llevan desde una selección rigurosa de las muñecas Mariquita Pérez y otra de plumas estilográficas de todos los tiempos, hasta una antología de botes de farmacia y otra de taxis de todo el mundo. 'Me encantan los taxis de El Cairo casi tanto como los de Praga', dirá alguien, y un amigo le contestará: 'Sí, no están mal del todo, aunque ni punto de comparación con los de Bagdag, Roma y Estambul, ésos sí que son unos señores taxis'.

Taxis y muñecas de china aparte, siempre me han emocionado esas colecciones de los cien mejor lo que sea que afronta la gente al volver a la ciudad, al sumarse de nuevo al trote de los días laborables. Uno empieza, por ejemplo, a leer la obra de Thomas Mann, de Vargas Llosa o de Juan Marsé como si estuviese poniendo la primera piedra de un rascacielos. Algunos llegarán a la azotea de ese rascacielos y otros se irán quedando en el piso cuatro, en el doce o en el cuarenta y siete porque, tarde o temprano, la realidad y las obligaciones se suelen injertar en los buenos deseos y las casas se llenan de fascículos sin completar, de bibliotecas interrumpidas, muebles sin barnizar y discos a los que no se les ha quitado el plástico. ¿Y qué? Lo importante es saber soñar, saber despertarse lo hace cualquiera. Hoy empieza todo otra vez. Hoy vamos a multiplicarlo todo por dos. Hoy voy a ser otro. Se van a enterar.

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