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Columna
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Defección

Me permití un atrevido desahogo en julio cuando sugerí que la política valenciana caminaba aceleradamente hacia la pérdida de la excelencia, como si ese valor hubiera sido la tónica de tiempos pasados y alguien me advirtió amablemente que para hablar de pérdida había que definir e identificar previamente el objeto afectado; y así es. Señalé entonces que excelencia debía entenderse como virtud y no como mera buena cualidad, porque si bien lo que ocurre en la política valenciana puede corresponderse con el tono general de la sociedad valenciana y se ajusta a la ley no por ello está revestido de virtud.

Quizás resulte ingenuo, demodé o simplemente inútil tratar como mendaces ciertos hechos a la luz de una moralidad republicana vinculada a un puritanismo político exótico en un país como este (demócratas, progresistas, ecologistas, solidarios y nacionalistas pertenecemos, no obstante, al genus puritano), pero es la única perspectiva que hace creíble una crítica política honesta de la pérdida de excelencia de la política valenciana.

Ya adelanté en julio, mediante un cuestionario -tachado con precipitación de ambiguo-, qué razones creía justificadas para el abandono del cargo de Presidente de la Generalitat casi un año antes de expirar el mandato; y, digo ahora, que el ocurrido no cumple con la exigencia de tener a la excelencia como infranqueable, a la moral republicana como desideratum, porque, a mi entender, el presidente incumplió sin justificación su contrato político con la sociedad valenciana ofrecido, primero, en calidad de candidato a la presidencia y revalidado, después, en el debate de investidura.

Apoyado en la mera legalidad tomó el camino de evitar dar cuenta ante el cuerpo electoral de lo que en última instancia es el único responsable (sus poderes como presidente singularizan la especialidad de su cargo): la gestión al frente del gobierno valenciano. Y, finalmente, dispuso del crédito político que administraba en precario para actuar soberanamente rompiendo unilateralmente un compromiso que es, en términos de virtud, la esencia del cargo republicano.

El PP, además, ha evitado hacer consideraciones morales del asunto, constatando que puesto que los datos de la intención de voto de los valencianos no reflejan impacto alguno de esta anomalía puede ir más allá decidiendo que quien le ha sustituido en el cargo (como si se tratase de una magistratura de emergencia) no sea candidato en los próximos comicios y, por lo tanto, tampoco dé cuenta del compromiso contractual con el cuerpo electoral, designando paralelamente y al efecto a un tercero, que habrá de competir por la Presidencia de la Generalitat legalmente exento de responsabilidad. Todo impolutamente legal, pero sin excelencia.

Que las elecciones autonómicas se celebren junto a las municipales ya era una buena prueba de la subsidiariedad de lo municipal; que se celebren en día fijo cada cuatro años las autonómicas en trece de las diecisiete CC AA era prueba de que la tutela estatal desvirtúa aspectos esenciales del autogobierno político y le priva de excelencia; que el Presidente de la Generalitat Valenciana no pueda disolver anticipadamente el parlamento pone en evidencia un parlamentarismo bufo, pobre y sin excelencia...

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En ese contexto, pues, la defección de Zaplana, que es legalmente inobjetable, lleva a la escasa excelencia de la política valenciana hacia la nada.

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