Pedaleando por las islas danesas
UN CUARTETO de amigos decidimos conocer el país de la reina Margarita este verano. Tras visitar la capital, Copenhague, disfrutamos tomando unas cervezas en el canal Nyhavn, en cuyo número 67 vivió durante mucho tiempo Hans Christian Andersen. Nos acercamos a saludar a la archiconocida Sirenita y subimos a la Rundetaarn (Torre Redonda) para apreciar unas vistas increíbles de la ciudad. Nuestras compañeras bicis las alquilamos en una tienda junto a la estación central. Nuestra primera etapa acabó en Roskilde, con su catedral, declarada patrimonio de la humanidad, que alberga las tumbas de todos los reyes daneses. Allí también vimos el Museo Vikingo, donde nos enteramos de cómo se hacían los drakares, los barcos vikingos, y hasta navegamos en uno de ellos. Visitamos Nyborg, en la isla de Fionia, tras abandonar la isla de Selandia. En el puerto de Nyborg vimos su baluarte defensivo (data de 1200), un muy bien conservado molino harinero (1858) y los jardines del castillo-palacio de Høckenhavn.
Así, poco a poco, disfrutando de las suaves colinas y de la amabilidad escandinava, llegamos a Svendborg para coger el primero de nuestros transbordadores hasta la tranquila isla de Æro, donde admiramos sus curiosos monumentos funerarios. Se respira un aire limpio en sus acantilados, y no existe tráfico ni ruido alguno. ¿Dónde están los coches? ¿Y los semáforos? ¿Y los lugareños? Æroskobin, su ciudad más importante, exhibe casas de los siglos XVII y XVIII muy bien conservadas. Tomamos otro transbordador a la isla de Langeland, que cuenta con el castillo medieval de Tranekær y cuyas playas y observatorios de aves son lo más destacado. Desde allí, nuestro tercer transbordador nos dejó en Nakskov, y tomamos un tren hasta el norte de Selandia, parando en Hillerød para ver el castillo de Frederiksborg y sus barrocos jardines. Otro trenecito, y a domir en Helsingor. El día siguiente almorzamos unos deliciosos smørrebrød (un sándwich danés con pan negro) mientras íbamos al castillo de Kronborg, más conocido como Elsinor, donde Shakespeare situó el drama de su Hamlet. Nuestra quinta etapa nos llevó a través de los frondosos bosques de Gribskov, alrededor del lago Esrum, hasta el castillo de Frederiksborg, en Hillerød, con su palacio del siglo XVIII que es residencia real veraniega. Para descansar nuestras piernas nos dimos un frío remojón en las aguas del Báltico y luego, debido a una avería, llegamos a Copenhague en otro tren.
Si os gusta relajaros pedaleando, dormir en albergues juveniles (habitaciones para cuatro con baño completo y copiosos desayunos bufé), usar magníficos mapas con las rutas señalizadas, a través de carriles bici o caminos sin tráfico, Dinamarca os está esperando.
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