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Columna
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Sueños

Cualquier deportista antes de afrontar un partido importante debe soñar. Sin sueños, un equipo pierde vuelo y se hace más vulnerable pues pierde la fuerza que emana de lo más hondo del espíritu de sus jugadores. Este equipo de Imbroda, estos chicos que nos han devuelto el placer por este deporte, este colectivo que nos tiene encandilados, son gente que no tiene ningún miedo a soñar y lucha denodadamente por convertir esos deseos en realidad. No sólo eso, sino que declaran sus sueños, se hacen responsables de ellos, se cargan con la presión de hacernos partícipes de ellos, y luego se encargan de satisfacer sus ambiciones y las de los aficionados. Da igual lo que tengan enfrente. Les da lo mismo millonarios americanos que orgullosos yugoslavos con toda su colección de estrellas a los que Europa se les ha quedado pequeña.

España realizó el partido perfecto. En lo todo lo bueno del primer tiempo y tambien en el sufrimiento que supuso el segundo y que engrandece aún más un triunfo histórico. Cierto que Gasol estuvo maravilloso, que Navarro te pone los pelos de punta con su baloncesto imaginativo y que el debutante Marco metió un triple mágico, pero si alguien puede sentirse orgulloso de lo ocurrido es Imbroda. Las rotaciones, el cierre del rebote, la defensa del uno contra uno aunque ese uno fuese Bodiroga o Stojakovic, todo lo realizó con tal eficacia y con una precisión de reloj suizo a la que sólo se llega con mucho trabajo y una coordinación entre todos los jugadores que habla por sí sola de lo bien que lo está haciendo el equipo técnico, y de paso lo absurdo que resulta que Imbroda tenga que dejar los trastos por una incompatibilidad inventada y ficticia. El Mundial no ha hecho nada más que empezar, pero si algo está ya muy claro es que España ha ido a Indianápolis a hacer algo grande. Y no es simplemente una declaración de intenciones. Estamos hablando de un sueño de un equipo que casi siempre los cumple.

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