_
_
_
_
_
Reportaje:ATLÉTICO DE MADRID

LUIS ARAGONÉS, 40 AÑOS DE MITO ROJIBLANCO

El técnico que más partidos ha dirigido en Primera vuelve fortalecido a la más alta categoría

La biografía de Luis Aragonés Suárez (Madrid, 1938), un hombre de escaso pelo cano, patillas curvas y fama de cascarrabias, se confunde en el puzzle de los amarillentos recortes de las páginas deportivas de los últimos cuatro decenios con la historia del Atlético de Madrid. Jugador carismático y goleador desde 1964 hasta 1974 y entrenador en distintas etapas en los últimos 30 años rojiblancos, Luis, a secas, resume en su cuerpo aún fibroso y enjuto la historia reciente del club. 'Las personas pasan, las entidades permanecen', la máxima que corre de boca en boca en el mundo del fútbol no sirve para definir la relación del veterano técnico de Hortaleza con el equipo del Manzanares. Nada en el Atlético reciente se entiende sin la figura de Luis.

Gil tuvo que recurrir a Luis cuando los hinchas le abocaban a la dimisión
'Soy sentimental. Pero en el fútbol no hay tiempo para los sentimientos'

Jesús Gil, el plenipotenciario presidente, no tuvo más remedio que recurrir al popular preparador cuando los aficionados le pusieron al borde de la dimisión hace ahora poco más de un año. Entonces, el equipo se quedó compuesto y sin ascenso en la última jornada de su célebre primer año en el infierno. Gil sintió por primera vez en 15 años que su posición era frágil, insostenible. El mismo dirigente que se jactaba de convocar las juntas directivas del club frente a un espejo, sin más compañía que la de su propia imagen reflejada, recurrió a aquel tipo cabezota con el que diez años atrás había llegado a las manos. El mismo sujeto al que Gil quiso demostrar que en el estadio Calderón, forastero, no había sitio para dos personalidades tan acusadas. 'Tú te crees que yo soy imbécil, a tí se te han acabado los privilegios', le dijo entonces Gil, provocando que Luis perdiese los nervios. 'Entonces yo era muy vehemente', dice el preparador explicando aquel suceso.

Y Luis respondió a esa llamada desesperada de Gil, cómo no, abandonando a un Mallorca que iba a disputar la Liga de Campeones para inaugurar su currículo como técnico de Segunda: 'He aprendido mucho en esta división, pero es que yo aprendo hasta de los espectadores'. El técnico regresaba a casa para cumplir con su cuarta etapa al frente de los madrileños. 'Gil se vio mal y recurrió a mí como antes había recurrido a otros', afirma al tiempo que asegura: 'Ahora estamos en el mismo barco'.

A principios de noviembre de 1974, Luis, de 36 años, era jugador del Atlético. A finales de ese mismo mes, tras la destitución de Juan Carlos Lorenzo, debutaba como entrenador por petición expresa de Vicente Calderón, entonces presidente del club. 'Yo no quería, pero Calderón imponía mucho', comentó. Los primeros meses aún salía a tomar 'unas cañas' con los mismos jugadores con los que hacía poco compartía vestuario; 'después, poco a poco, se fueron creando distancias'. Esos pocos meses de transición culminaron la transformación de aquel centrocampista elegante, que sacaba las faltas como nadie, en el técnico con más personalidad y prestigio del fútbol español. Desde entonces ha dirigido más partidos que nadie en Primera, 687, y como preparador del Atlético ha ganado una Liga (1976-77) y tres Copas del Rey (1976, 1985 y 1992), además de una Copa Intercontinental (1975).

Luis es, en versión española, lo más parecido a Alex Ferguson, el sempiterno entrenador del Manchester United. Ha entrenado 13 temporadas a los rojiblancos: de 1974 a 1980, de 1982 a 1986, de 1991 a 1993 y de 2000 hasta ahora. No es raro ver al entrenador del Atlético charlando interminablemente con cualquier empleado del club mientras mueve los brazos como aspas. Los conoce a todos. Los aficionados que hacen cola a la salida del aparcamiento de la ciudad deportiva de Majadahonda le tienen en el primer lugar entre sus preferencias: 'Luis, Luis, hay que esperar a Luis', decía gimoteando un niño de diez años bajo el sol de este mes de agosto. Él es la estrella. Aunque diga con voz de enfado mal disimulado: 'Eso es mentira'.

Y, sin embargo, la popularidad nunca le ha conmovido. 'Los jugadores son los que dan espectáculo, salvo que el técnico ponga una barra de circo en el banquillo y se suba encima', comentó irónicamente en una ocasión para zanjar el debate filosófico entre los partidarios de Jorge Valdano y los de Javier Clemente: 'Los jugadores son los que ganan y pierden los partidos, el técnico sólo puede sentirse satisfecho si salen bien las cosas que ha preparado'. Y es que Luis es de ésos que piensan que el fútbol actual se empieza a parecer peligrosamente al glamouroso mundo de las revistas del corazón y eso no le gusta.

'Yo, en privado, soy muy sentimental y muy simpático. Cuento fenomenalmente los chistes. Pero en el fútbol no hay tiempo para los sentimientos. Todo se olvida muy deprisa', se sinceró a finales de la campaña pasada, cuando ya estaba consumado el ascenso y rehuía del protagonismo que todos le otorgaban.

Pero, por más que se esconda, su figura emerge por todas las costuras del club: 'Luis es el tipo que mejor representa la filosofía rojiblanca y por eso es el que mejor la sabe transmitir a los jugadores', confiesa García Calvo, el nuevo internacional de Iñaki Sáez y uno de los jefes del vestuario rojiblanco. Y es que los futbolistas hablan maravillas de un técnico que, sobre todo, se define por hablarles a la cara. Luis siempre se ha puesto de parte de los jugadores en sus conflictos con los clubes por cuestiones de dinero. Una actitud que las plantillas a las que ha dirigido siempre le han agradecido. La del Barcelona, a la que entrenó en 1987, le regaló una foto firmada con una leyenda escrita: 'Encontramos un entrenador y un hombre de palabra'.

Pero no siempre sus relaciones con los jugadores han funcionado. Al brasileño Romario, célebre por su insuperable indolencia, le pidió en el Valencia que le mirara a los ojos antes de mandarle a la ducha y, poco después, a la grada. El alemán Wuttke, cuando estaba en el Espanyol, le denunció por haberle zarandeado e insultado. Al camerunés Eto'o le sujetó de la camiseta durante un partido del Mallorca. También tuvo problemas con el que ahora es su jefe, Paulo Futre, a quien denominó 'garbanzo negro' del vestuario. O con Julio Salinas, aquel delantero aparentemente torpe, de quien dijo que era 'tonto' más de quince veces en menos de diez minutos en 1991, cuando, entrenando al Atlético, se enfrentó en el Camp Nou al Barcelona.

Ahora, con los años, dice, se ha serenado: 'Ya no tengo tanto genio'. También parece que sus problemas psicológicos se han perdido en las brumas del tiempo. El técnico padeció una extraña enfermedad llamada fobia de anticipación desde 1981, a los pocos meses de abandonar por primera vez el Atlético. La dolencia reapareció tres veces más.

Luis, que estudió hasta el quinto curso del bachillerato y después, a los 15 años, tuvo que abandonar los estudios por la muerte de su padre, Hipólito, cuyo nombre, escrito en una placa del Ayuntamiento, adorna hoy una de las calles del viejo pueblo de Hortaleza, empezó a jugar al fútbol en el Pinar, del que pasó a los 17 años al Getafe. 'Ahí cambió mi vida, porque decidí probar suerte en el fútbol'. Cambió su vida y la de un club, el Atlético, al que ha estado ligado, de una forma u otra, durante los últimos 40 años de su existencia. Ahora regresa a Primera con todas las ventajas tras su paseo de la temporada anterior por el infierno. Sabe que ha salvado al club de la mayor crisis de su historia y que su posición, a sus 64 años, es más sólida que nunca. Gil le debe una.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_