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Columna
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Dialéctica

En mi fin está mi principio, creen los seguidores de todas las religiones que prometen una segunda residencia en el Más Allá y por extensión, desde los más espiritualistas hasta los más materialistas, razonan que en todo fin comienza algo. Viene a cuento esta referencia porque el fin de Herri Batasuna es el principio de otra Herri Batasuna, porque precisamente en eso consiste la dificultad del problema vasco: no se trata de la reivindicación armada de un puñado de voluntaristas desconectados de la sociedad, sino de un terrorismo político respaldado por una parte importante de la sociedad vasca.

La ilegalización de HB podrá ser esgrimida por el PP y el PSOE como un reclamo para sus votantes, pero incluso seguidores de una y otra formación con más elementos de conocimiento de la dialéctica vasca saben que HB ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma, y que no ha habido secesionismo nacionalista estable en ninguna parte del mundo que no inventara una fórmula de relación entre el sector político y el armado. Dos personalidades tan opuestas por el vértice como el cardenal vasco francés Roger Etxegaray y el senador catalán de izquierdas, ahora vinculado a Ciudadanos para el Cambio, es decir, al PSC, el doctor Ramón Espasa, se han pronunciado contra la Ley de Partidos en nombre de la cual se quiere ilegalizar a Herri Batasuna.

Etxegaray, con el que me entrevisté y cené, frugalmente, en su residencia de Roma, cuando yo estaba escribiendo Y Dios entró en La Habana, es tal vez el más hábil negociador internacional del Vaticano, así en Timor como en Cuba. No quisiera caer en el cinismo absoluto al asegurar que más vale Herri Batasuna conocida que otra por conocer, pero asistimos a uno de los forcejeos más peligrosos y a la vez más inútiles de la dialéctica política en el País Vasco y en España, peligroso porque tanto el PP como el PSOE han puesto toda su carne en un empeño que tiene aspecto de asador tolosano. Otra cosa es la voluntad colateral del aparato judicial dirigido por Garzón de decretar la ilegalidad en muy mal momento, porque la medida ya ha sido presentada como concierto de pito con el poder y no como acierto polifónico arbitral.

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