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El caso del gato Simbotas / 21 | INTRIGA EN LA MONCLOA

Zapman y Caldy

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La confesión de Yamina, la cocinera, nos había dejado estupefactos, o nos había llenado de estupefacción, que también se dice así en los relatos juveniles. Y estupefactos o llenos de estupefacción, pero con la indiferencia propia de la clase media ante los problemas de una inmigrante latosa (siempre andan envueltos en líos), nos dirigíamos Laura y yo al comedor privado de los Aznar dispuestos a compartir una cena más con el matrimonio presidencial, sin sospechar que la estupefacción no había hecho más que empezar.

-Desde luego, y con total claridad lo digo: yo, mí, me, conmigo, proyecto, futuro, yo, yo, brillante, juventud, experiencia, Madrid, España, yo, yo, yo.

¡Menuda sorpresa! El lugar de Ana Botella en la mesa lo ocupaba Alberto Ruiz-Gallardón, flamante candidato del PP a la alcaldía de Madrid y más flamantemente aún nuevo amigo de José María Aznar.

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-Sí, sin duda, y yo, yo, yo, yo -replicaba Aznar-, España, yo, yo, yo, Felipe González, qué horror, mí, me, yo, yo, y tres veces más yo.

-Sí, sí, y yo y yo, yo, yo, yo -argumentaba Gallardón- más tres veces yo multiplicado por dos.

-Yo, yo, yo, y yo elevado al infinito -zanjó Aznar.

Se veía que habían sintonizado bien tras años de distanciamiento.

La conversación era difícil de seguir en su literalidad, pero fácil de captar en su esencia, como casi todas las de los políticos, según venía observando, y aproveché para ensimismarme en el lenguado flambeado en un lechito de verduras caramelizadas al puturrú chispanpún de Miramé Inometoques salpicado con galletitas saladas.

-Y progreso yo, progreso yo, ja, ja -decía Gallardón, riendo sin abrir la boca.

-Pero yo, yo, más progreso, yo, yo, yo, ja, ja, ja -abría desmesuradamente la boca para reír Aznar.

-Y modernidad -cambió de conversación Gallardón, muy serio.

-Pero las cosas, como son -más serio aún Aznar-, sin pelos en la lengua, impuestos, Españagggg.

-¿Españag? ¿Qué es Españag? -levanté la vista para encontrarme a José María Aznar atragantado

-¡Presidente! -gritó Gallardón.

-¿Le sucede algo? -preguntó Laura, algo absurdamente. Nunca sabe uno cómo reaccionar cuando se atraganta un Presidente.

-¡¡Jose!! -irrumpió Ana Botella, como si hubiera estado espiándonos, aunque eso es imposible, dado que es una dama.

Los dedos de Aznar se enredaban en el nudo de la corbata. Al fin, se levantó, se apoyó con las palmas de las manos abiertas sobre la mesa, agachó la cabeza, se desmadejó y cayó al suelo, arrastrando el mantel y una parte de la cristalería.

Y aún habría más estupefacción.

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-¡Aaaah! -Laura se agarró a mi brazo, pero lo soltó en seguida, porque se abrió la puerta de doble hoja y entraron corriendo Federico Trillo y Josep Piqué.

-¡Por fin, Federico, por fin! -gritó Piqué, exultante.

La carrera de los dos ministros se detuvo en seco con el estruendo del ventanal hecho añicos por la entrada en volandas de José Luis Rodríguez Zapatero y Jesús Caldera ataviados con sendos trajes de superhéroe como los de Batman y Robin.

-¡Que nadie se mueva, en nombre de Zapman!

-¡Eso se lo dice usted a su señora madre! -replicó Ana Botella, batiéndose racial la melena morena, como Rocío Jurado. -¡Porque aquí mi Jose no puede respirar, por culpa de... de... de este agente enemigo!

-¡Eso es una calumnia, señora! -protestó Gallardón calculadora en mano, tecleando nervioso-. A mí esto no me conviene ahora. Faltan seis meses para las elecciones municipales, si saco mayoría absoluta y a Rodri le salen dos marrones más y conseguimos que Jaime se estrelle en el conjunto de España para que destaque aún más mi victoria en Madrid... ¡Sí, sí, sí! ¡Voy a ser yo, voy a ser yo! ¡Presidente, despierta, te necesito seis meses aún!

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-A ver, señores, por favor -nos apartó Federico Trillo, sorprendentemente sereno.

-A un lado, a un lado -cabeceaba Piqué.

-¡Esto es una conspiración contra el Presidente legítimo -se interpuso Zapatero- y una oposición responsable no puede tolerarlo!

-Bien dicho, jefe -apoyó Caldy, algo chusco con las gafas sobre el antifaz-. Eres un monstruo.

- Apartarsus, leche-. Federico Trillo, definitivamente español, empujó a Zapatero, quien por responsabilidad se dejó caer, dado que la Defensa es una política de Estado.

-Me pica un poquito el traje, jefe -susurró Caldera también desde el suelo.

Entre Piqué y Trillo sujetaron a Aznar por las axilas, le incorporaron y le golpearon con mimo la espalda, como si se tratara de un bebé con dificultades para eructar.

Aznar tosió, con la tos expulsó un pedacito de galleta, abrió los ojos y respiró.

-He aquí la cuestión, o la cuéstion, como prefiere decir el maestro Guillermo -dijo Trillo, recogiendo solemnemente el pedacito de galleta del suelo y sujetándola en vilo, como Hamlet con la calavera -. Gracias a la investigación que nos permite el renovado convenio de cooperación con los Iueseí, hemos podido desarrollar este prototipo de Galleta Atraganta-Líderes.

Ana Botella, empachada de estupefacción, se desmayó, pero tuvo que recuperarse en seguida para seguir estupefactándose.

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-¿Y para qué sirve una galleta Atraganta-Líderes? -preguntó Laura.

-Como su propio nombre indica -expuso Piqué-, sirve para atragantar líderes. Ojo. Sólo auténticos líderes.

-Si se la diéramos a esa piltrafa, por ejemplo -Trillo señaló a Zapatero, aún responsablemente en el suelo-, la deglutiría sin problemas.

-De ahí que todos ustedes hayan comido galletas sin problemas -Piqué sonreía cabeceando.

-Ninguno de ustedes se ha atragantado -prosiguió Trillo.

-¡Lo que confirma que nuestro prototipo detecta sólo auténticos líderes! -remachó Piqué.

-Es el mismo tipo de galleta con el que se atragantó George Bush -hinchó el pecho Trillo como si le estuvieran bombeando con hidrógeno-.

-¡Es mi estreno como ministro de Ciencia y Tecnología! -irradiaba felicidad Piqué por su éxito atragantando al Presidente.

-Ya lo ven: a la cabeza del mundo en I+D. ¿Qué? ¿Les apetece alistarse? Ya ven que somos uno de los mejores ejércitos del mundo. Esto también va por las mujeres -se dirigió a Laura-, que ahora hay facilidades para la lactancia: chingar y mamar, todo por lo militar, como reza nuestro nuevo lema.

-Menudo susto, Jose -Ana Botella tomó a Aznar del brazo-. Podrían habernos avisado.

Piqué y Trillo se miraron turbados. Carraspearon.

-De haberles advertido -miraba al suelo el ministro de Defensa-, alguien podría haber fingido atragantamiento para hacerse pasar por auténtico líder.

-¡Jose! -se encrespó Ana Botella-. ¡¿Oyes lo que está diciendo?! Se refiere a mí, por supuesto.

-No, señora -alzaba la barbilla Gallardón-, era una maniobra contra mí, pero una maniobra fallida. Observen mi plato: ¡mis galletas están intactas!

-¡Maldición! -pateó el suelo Trillo.

-O sea -se asombró Ana Botella-, que ni siquiera me tienen en cuenta para intentar descartarme.

-Todo esto -José María Aznar sonreía beatífico- es muy interesante, pero ¿podrían decirme quiénes son ustedes?

El silencio cayó sobre todos nosotros como un manto de niebla espesísima, una niebla de plomo o de algún material así, pesadito, que nos impedía movernos: el Presidente del Gobierno había perdido la memoria.

-El doctor Bacterio no nos dijo nada de estos efectos secundarios -acertó a decir Trillo.

-................................ -observó Zapatero, hablando de nuevo en blanco, su antigua dolencia.

-Vaya, hombre -se lamentó Caldera-. Con lo que nos había costao y ya volvemos a lo mismo.

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-La televisión informaba de un nuevo intento de los socialistas de asaltar el poder por métodos antidemocráticos. 'Esto demuestra', declaraban a coro Javier Arenas, Eduardo Zaplana y Mariano Rajoy, 'la endeblez del liderazgo de José Luis Rodríguez Zapatero'. Los telediarios habían tenido que recurrir al modelo de declaración a coro, por falta de espacio para dar cabida a tantas intervenciones ministeriales.

-¡No lo entiendo, no lo entiendo! -se quejaba Caldera amargamente, acodado en la barra, todavía vestido de Robin-. Sólo se cura cuando se trata de defender a Aznar.

-.......................................................................... -dijo Zapatero, sorbiendo su coca-cola con pajita.

-Esto escapa a mi ciencia -dije, malhumorado. Ya empezaba a fastidiarme estar rodeado de perdedores-, pero si tanto quiere al Presidente y le sigue dando calabazas, pruebe usted a raptarle y atarle.

-¡Sí, hombre, un delito mayor! -apartó Caldera a Zapatero de mí. La parroquia no daba muestras de inmutarse de ver a Robin y Batman tomando coca-cola con un veterinario: a lo mejor pensaban que yo era Peter Parker-. Este tío es un radical, jefe. La última vez que le vi me habló de ganar las elecciones.

-Ana está hecha una furia -me riñó Laura. La encontré cambiando el pañal a Marta, que miraba preocupada su puño cerrado; el amigo invisible parecía enfadado. A Marta le daba igual que el Presidente del Gobierno hubiera perdido la memoria, el líder de la oposición hablara en blanco y Ana Botella estuviera hecha una furia, gobernando en solitario una casa con diamantes de contrabando-. Y no sólo por lo de su marido. Dice que vaya forma has tenido de traicionarles: trabajar para los socialistas.

-Puedes decirle que me he despedido -me derrumbé en la cama-. Ésos no tienen arreglo. Y no me agobies, Laura, que el lunes tengo que ver al Rey.

El lunes, vigésimo segundo capítulo: El Rey.

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