_
_
_
_
Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El poeta de la democracia

La biografía de un poeta puede romper cierta monotonía en nuestras lecturas. La del mayor poeta norteamericano desafía todos los tópicos, respecto de él mismo y de su país, contradictorios ambos hasta lo increíble. Aquí se libera a Whitman de simplificaciones o falsificaciones, aunque no siempre sea para bien. Loving ha querido superar las 15 biografías existentes (la última es de hace ya cuarenta años), escribiendo una definitiva, que tenga en cuenta los manuscritos aparecidos y los nuevos estudios.

Whitman quiso siempre vivir de manera 'literal, no literaria'. La biografía de Loving es digna de ese proyecto poético sin plegarse por ello a las directrices del poeta. Extensa y detallada, capta las paradojas del biografiado en su largo viaje desde el primitivismo hasta la literaturización. La canonización laica de Whitman, en efecto, empieza por él mismo: poesía, notas, diarios, artículos, (auto)reseñas y hasta una especie de autobiografía. Loving documenta todas sus peripecias: maestro, constructor en Brooklyn, impresor, periodista, enfermero, administrativo, conferenciante... Fue despedido de un periódico por ser 'poeta sucio', privado de otras colaboraciones en prensa por los clérigos ortodoxos e incluso expulsado de la administración por los demócratas. Lo vituperaron los críticos más miopes del periódico más poderoso, que atacaban la 'obscenidad' del que había osado cantar 'los oficios y la sexualidad'. El mismo The New York Times, que ha calificado esta biografía de 'tesoro', aseveró en la necrológica de Whitman que no podía llamársele 'gran poeta, a menos que neguemos a la poesía la categoría de arte'.

WALT WHITMAN. EL CANTO A SÍ MISMO

Jerome Loving Traducción de Carles Roche Paidós. Barcelona, 2002 506 páginas. 35 euros

La minuciosidad de Loving nos

permite conocer la gran flexibilidad con que el poeta (in)cumplía sus horarios laborales. Alguno de los poemas de Hojas de hierba se escribió -manía de impresor exigente- sólo para equilibrar una página, cuyo facsímil se adjunta aquí. También están las fotografías de su familia: padres y hermanos, porque este hombre admirable -tan lejos de los modelos presentes- ni se casó ni tuvo hijos. Dado que los padres de nuestros poetas -como escribió otro- nos interesan aún menos que los padres de nuestros amantes, el mayor atractivo está en compararlo gráficamente con sus hermanos, en una suerte de vidas tan paralelas como divergentes. Se trata de un aspecto importante, porque Whitman cuidó mucho sus retratos fotográficos, pictóricos y escultóricos, y era un firme creyente en ciencias hoy olvidadas como la fisionomía y la frenología.

Loving afina hasta sutilezas casi escolásticas. ¿Qué quiere decir Whitman cuando afirma que durmió con determinado amigo? ¿Implicaba o no intimidad sexual? Sus hipótesis y los artículos citados en las notas muestran hasta dónde pueden llegar los estudiosos. A nosotros de nada nos sirve que se invoquen los usos generales del lenguaje o del cuerpo en aquellos años, cuando se trata de alguien que por definición ejercitó ambos -lenguaje y cuerpo- de modo absolutamente particular. ¿No es eso un poeta?

El hecho de que el biografiado y el biógrafo sean norteamericanos tiende algunas grandes líneas que sugieren su integración en la perspectiva larga de la historia. Así, Loving anota que Whitman es ajeno al concepto de homosexual (la palabra surge en 1892 en inglés), a la homofobia como actitud organizada (para la sociedad americana constituye un fenómeno típico del XX), y, por supuesto, a las recientes lecturas gays de su obra. Claro que todo ello es algo más que un azar cronológico: en su obra y en su vida, Whitman, que creía en una humanidad sin fragmentaciones, negó cualquier diferencia con los otros varones de su comunidad política.

Whitman queda definido en su época, pero se le ve desde la nuestra, como es lógico. Al describir la dieta de Whitman alude Loving a su alto contenido en colesterol, con una curiosa preocupación post mortem. Más relevantes parecen los datos sobre estatura, peso y salud del poeta, porque complementan algunos autorretratos poéticos igualmente cuantitativos. Lo mismo vale para su oposición al alcohol, su total abstención del tabaco y su defensa del agua como bebida. Ahí refleja Loving el activismo social y político del poeta, que se unió a quienes querían liberar a la clase obrera de las servidumbres del alcoholismo. Tiene eso además una doble dimensión literaria, aunque Loving apenas la roce: su diferencia con los poetas europeos, mayoritariamente defensores -de entonces para acá- del consumo de todo tipo de drogas. Claro que ahí se fragua otra oposición entre Whitman como poeta clásico (digamos antiguo, con Píndaro a lo lejos) y una poesía europea a la que le cuesta mucho salir del posromanticismo. Por otra parte, un clásico es alguien irrepetible: por eso lo más parecido a Whitman que dará Estados Unidos -generación beat, poetas de protesta en los sesenta- serán al mismo tiempo distintos a él.

El contraste con Europa es una

de las constantes en esta biografía. Al encontrarse con un joven Oscar Wilde, el anciano Whitman encarna ya la tradición más sobria: también ayudan a esa literatura comparada las fotografías. Sin embargo, la contraposición de Whitman con la poesía europea, o más exactamente con la poesía literaria tradicional, se hace visible -otra paradoja- en su compleja relación con los otros grandes poetas norteamericanos del momento, especialmente Emerson, Thoreau y Poe. Loving mantiene en este caso la ponderación general de la biografía, y desvela la antítesis entre el bardo radical y el aristócrata de Nueva Inglaterra. Por cierto, que falta en el libro al menos una mención a la Oda que Lorca dedicara a Whitman.

Por supuesto, se describe dónde y cuándo nació el poeta, y dónde y cuándo murió, con imágenes de todo ello. A mí me ha interesado más saber que en su último libro, muy breve ya, a las puertas de la muerte, 'no predomina el temor, sino el sentido de lo maravilloso'.

'Oh capitán, mi capitán'

WHITMAN MERECE sin ninguna duda el sobrenombre con el que se le conoce en su patria: Poeta de la Democracia. La conjunción de ambas palabras griegas crea un concepto que se cuenta entre las aportaciones mejores de nuestro pasado helénico. No deja de ser una paradoja que en la modernidad ese ideal lo haya cumplido un poeta norteamericano, salvaje 'como un búfalo', según el calificativo de Emerson. Rompiendo con la agotada tradición europea, Whitman fue capaz de conectar con lo mejor de la herencia antigua, por genealogía o por analogía. En estas páginas se ve que luchó denodadamente por ser el poeta de la República americana, fundada en gran medida sobre modelos grecorromanos. Cuando los estudiantes del Dartmouth College lo invitaron para la clausura del curso en 1872, buscaban en él simultáneamente 'el canto a la naturaleza y los bosques de América', 'el poder de Homero y Horacio' y 'la celebración de la progenie igual de la madre democracia'. Whitman vivió intensamente los conflictos de su sociedad: esclavismo, emigración, pena de muerte, liberación de la mujer... Contradictorio -mejor que ambiguo-, quizá consiguió ser poeta de todos porque captó las tensiones de un país que se debatía entre el optimismo democrático y las convenciones puritanas. Apoyó siempre a los demócratas y admiró apasionadamente a Lincoln, hasta el punto de elaborar una leyenda en torno a su trato con el presidente, y de sugerir que lo acompañaba en el momento del magnicidio. Oh capitán, mi capitán fue, mientras Whitman vivió, su poema más famoso. Al mismo tiempo, tuvo brotes de conservadurismo no siempre explicados. Podando deliberadamente algunos de sus textos se le ha acusado de racista y de misógino. Loving los cita íntegramente y aclara que siempre fue, si no un antiesclavista, sí un free-soiler, es decir, un partidario de que los negros lograsen su libertad plena en una nueva nación, porque nunca podrían integrarse en la sociedad americana. Contrario a las monarquías y aristocracias del viejo continente, eso no le impedía defender la anexión de México a Estados Unidos, por temor a que se contagiara de los aires revolucionarios de Francia. El poeta de la República estaba ya en la transición al imperio, como le pasó a los de la época augústea. Tampoco tuvo reparos para felicitar a la reina Victoria -nacida el mismo año que él- por su septuagésimo cumpleaños, con un poema que sabiamente no incluyó en Hojas de hierba. Y que nadie se engañe: esos lujos sólo podía permitírselos un demócrata radical. La naturaleza, los animales, la sexualidad libre, la camaradería con los obreros musculosos y rudos, el periodismo, la libertad en los temas y en la métrica de su poesía: todo eso lo convirtió en traducciones sucesivas de una misma igualdad elemental, de una homogeneidad cósmica que forzosamente ha de contener contrarios. El sinónimo político de todo eso -a la vez sinónimo poético- fue para él la democracia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_