Socorro
Maldita sea la ignorancia a la que nos condenan los medios de comunicación y el poder, porque nos impide actuar contra la injusticia.
¿Por qué sólo nos cuentan de pasada que Bush planea esconder toneladas de residuos radiactivos bajo una montaña de Nevada?
¿Por qué durante las inundaciones son más importantes los daños materiales en Europa que la necesidad de prevenir futuros estragos por el uso irracional de los recursos de la Tierra y que los cientos de muertos en Asia?
¿Por qué el bosque sigue ardiendo, el océano convirtiéndose en un gigantesco vertedero? ¿Por qué llegar antes es más importante que respirar?
¿Por qué sólo comentarios marginales y ocasionales muestran el empobrecimiento que produce la política de préstamos del Fondo Monetario Internacional, presionando para tomar medidas como el cierre de instituciones públicas de enseñanza?
¿Por qué Estados Unidos puede ayudar a ejércitos que violan sistemáticamente los derechos humanos y aparecer como el guardián universal de la libertad y el azote del terrorismo? ¿Por qué, a pesar del caos que supone este nuevo orden, muchas personas creen que el mundo está en buenas manos?
¿Por qué nos resignamos a no tener nada que decir, nada que hacer, para modificar esta realidad, en parte monstruosa, de dolor, hambre y destrucción?
Y si, en el fondo, la mayoría de los seres humanos estamos de acuerdo sobre lo que es intolerable, ¿por qué no gritamos, por qué no salimos ahí fuera y paramos esta máquina generadora de nada antes de que acabe con todo lo que no es ella misma?
Sólo la comunicación auténtica puede sacarnos de esta espiral de silencio y conformismo. Y yo grito un socorro acuciante en nombre de todo aquello en este planeta que no puede esperar más.
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