El disidente y el reino del silencio
El autor lamenta la persecución de la disidencia democrática en los países árabes ante el silencio de Occidente.
El 2 de febrero de 2002, Hamma Hammami, director del periódico prohibido Al Badil (La alternativa) y portavoz del Partido Comunista de los Obreros Tunecinos (PCOT), fue encarcelado en la prisión civil de Túnez. Hace unos días, su mujer, Radhia Nasraui, interrumpió una huelga de hambre que había iniciado hacía más de cinco semanas para pedir su liberación.
El 29 de julio, la Corte Egipcia de Seguridad del Estado condenó al sociólogo Saedin Ibrahim a siete años de cárcel. La corte decidió también cerrar el centro Ibn Jaldun, un organismo independiente de investigación que este profesor de la universidad Americana de El Cairo dirigía desde hacía años.
Dos días más tarde, el 31 de julio, la Alta Corte siria de Seguridad del Estado condenó a Aref Dalila, hasta 1998 decano de la facultad de Economía de Alepo y prestigioso académico, a una pena de 10 años de cárcel así como a la privación de sus derechos civiles.
En estos tres casos, los juicios estuvieron marcados por numerosas irregularidades y los presos están encarcelados en las peores condiciones, mientras que el estado de salud de todos ellos requiere cuidados constantes. Tienen limitadas las visitas y la prensa de sus respectivos países guarda silencio sobre su situación o sólo habla de ellos para difamarlos.
¿Cuál es el crimen de estos tres detenidos y de sus colegas, condenados a la vez que ellos y cuya lista sería demasiado larga para reproducirla aquí?
Desde hace años, nuestros tres amigos abogan de forma pacífica por la reforma de los sistemas políticos de sus países; cada cual a su manera exige la libertad de prensa, unas elecciones limpias y plurales, la igualdad entre hombres y mujeres, pero también entre todos los ciudadanos, sea cual sea su confesión...
Los tres trataron de actuar a cara descubierta, abiertamente, uno creando un centro de investigación, los otros una asociación o un periódico. Su única arma fue la palabra, una palabra rebelde y libre. En otros países, en una democracia, aunque fuera imperfecta, su compromiso cívico hubiese sido bien acogido. Pero bajo estos cielos les hace merecedores del encarcelamiento y la calumnia.
El único crimen de estos tres disidentes es haber indicado los males que corroen sus sociedades y que tienen por nombre el despotismo político, la acumulación de la riqueza y la dilapidación de los recursos de los países, el conservadurismo social, la desigualdad entre sexos... En realidad, su delito es haber establecido, desde hace mucho tiempo, el mismo diagnóstico respecto a sus sociedades que el realizado por los expertos independientes del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). En un informe reciente dedicado a los 22 países miembros de la Liga de Estados Árabes, el primero de este tipo, los expertos del PNUD citaban la principal paradoja que caracteriza a esta región, rica, pero poco desarrollada. En el origen de esta situación se encuentran tres razones: la ausencia de libertades, las discriminaciones que afectan a las mujeres, 'la alta tasa de analfabetismo y las deficiencias del sistema educativo'. Según dicho informe, en términos de derechos civiles y políticos y de independencia de los medios de comunicación, esta región figura en último lugar, 'por detrás de todas las regiones del mundo'.
En realidad, Aref Dalila, Hamma Hammami y Saedin Ibrahim simbolizan a sus sociedades amordazadas, convertidas en una especie de 'reinos del silencio', según la expresión de Riad Turk, el indomable disidente sirio de 72 años de edad, que el 26 de junio fue condenado a dos años y medio de cárcel tras haber pasado más de 17 años en el calabozo en la época de Hafez el Asad. En casi todos los países de la región, 'los actores de la sociedad civil todavía tienen que hacer frente a restricciones que limitan su capacidad para desempeñar su papel de un modo eficaz', señala el PNUD, que considera necesaria la existencia de unos parlamentos 'fundamentados en una elecciones libres, honestas, eficaces y regulares', así como una 'reforma de las instituciones legales y jurídicas'.
Aref Dalila, Hamma Hammami y Saaeddin Ibrahim están hoy muy solos. La Santa Alianza antiterrorista parece dispuesta a cerrar los ojos ante el comportamiento de los gobiernos de la región mientras participen en la lucha que ha decretado prioritaria. En realidad, esta decisión corre el riesgo de resultar corta de miras. Al aceptar la represión de todos aquellos que abogan de forma pacífica por una reforma radical de los regímenes establecidos, se alimenta la desesperanza y el aislamiento de las sociedades, así como la tentación de la violencia ciega.
Desde sus celdas, Dalila, Hammami e Ibrahim dibujan los contornos de un futuro diferente, abierto a los demás y justo para sus pueblos. El que este sueño no sea una dulce e imposible utopía depende también de las opiniones y de los gobiernos del Norte.
Driss El Yazami es secretario general de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH).
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