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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

LA INAGOTABLE MINA DE LOS SEX PISTOLS

El grupo se deshizo tras su primera visita a Estados Unidos. Veinticinco años después, sus propuestas radicales han sido completamente asimiladas por el 'show business' estadounidense y el grupo encabeza un festival en su honor.

Diego A. Manrique

En el mundo del rock, también la historia se repite. Pero si la primera vez fue una tragedia, la segunda suele ser una campaña de saqueo sistemático, una exhaustiva explotación económica de acontecimientos o discos de leyenda. Se está viendo con los Sex Pistols. En vida del cuarteto, sólo se editó un LP; ahora, el mercado cuenta con docenas de CD donde se comercializan maquetas, conciertos y hasta entrevistas que una vez fueron grandes escándalos. Vistas las dimensiones de esa industria, urge recordar que la existencia del grupo original fue un viacrucis. Marcados como la vergüenza nacional, se vieron prácticamente imposibilitados de tocar en el Reino Unido, con ayuntamientos que organizaban reuniones de emergencia para vetarles y grupos cristianos que se manifestaban ante sus conciertos. En 1977, su God save the queen, visceral agresión verbal contra Isabel II que coincidía con su jubileo de plata (25 años de reinado), fue recibido como una declaración de guerra: ni siquiera se mencionaba en las listas de ventas, donde aparecía un espacio en blanco en el lugar que les correspondía. Y el pueblo llano, haciendo honor a su tradición belicosa, se tomó la justicia por su mano: tanto el cantante Johnny Rotten como el batería Paul Cook, al igual que otros asociados con el grupo, fueron atacados en varias ocasiones con palos, navajas y cuchillas de afeitar.

Aún peor que semejante linchamiento fue su gira por Estados Unidos, cuando el maquiávelico representante del grupo, Malcolm McLaren, les envió al sur profundo, con la esperanza de que su encuentro con vaqueros y palurdos violentos generara sangre y publicidad barata. La absurda experiencia fue tal pesadilla que el cuarteto se rompió tras su concierto final, en San Francisco. Sid Vicious, el carismático bajista y kamikaze vocacional, decidió quedarse en Nueva York, donde inició un acelerado viaje a los infiernos que terminaría con su muerte por sobredosis, tras -probablemente- haber matado a su novia, Nancy Spungen. Aquí sí que la tragedia tuvo un final de comedia negra: la heroína que acabó con su vida fue comprada por su propia madre ('si mi pobre Sid salía a la calle, iba a terminar arrestado'), una dama bohemia que luego se paseaba con las cenizas de Sid en una caja de zapatos, hasta una noche que se despistó y terminaron mezcladas con el serrín del suelo de un pub londinense.

Así, el primer asalto del punk rock londinense a Estados Unidos se saldó con un desastre humano y un fracaso comercial: el disco Never mind the bollocks-Here's the Sex Pistols no subió más arriba del número 106 en la lista de ventas de Billboard. Sin embargo...

Sin embargo, los Sex Pistols y todo lo que ellos representaban han terminado triunfando a lo grande en Estados Unidos. El próximo 14 de septiembre, los Pistols encabezan Inland Invasion, un festival multitudinario que se celebra en los alrededores de San Bernardino (California). Se trata de un cartel inteligente en el que se juntan los pioneros británicos -también tocan los Damned y los Buzzcocks- con sus discípulos norteamericanos, entre ellos grupos millonarios como The Offspring y Blink 182. Inland Invasion no es ciertamente un evento subversivo: tiene todas las bendiciones oficiales y una generosa subvención de Levi's.

El éxito tardío del punk rock en Estados Unidos viene a recordar cuán fragiles son las habituales explicaciones socio-políticas de aquella música. Rotten y compañía eran, se supone, la reacción ante el empobrecimiento del Reino Unido en los años setenta, las odiosas barreras clasistas, la sensación de hallarse ante un callejón sin salida en términos vitales, un descontento nacional que desembocaría en la ascensión de Margaret Thatcher. No obstante, el punk rock prendió primero en la próspera California, entre hijos de familias sin urgencias económicas. Resulta evidente que la agresividad general, la rabia interna, la estridencia sonora corresponden a necesidades personales de desahogo y provocación, no necesariamente conectadas con carencias sociales. De hecho, los primeros punkies estadounidenses optaron por manifestar su antagonismo frente a la disco music dominante, una pose que apenas escondía creencias racistas u homófobas.

Pero Estados Unidos es demasiado grande y su industria del entretenimiento está muy compartimentada: la introducción del punk rock fue necesariamente lenta y clandestina. Los pioneros neoyorquinos, encabezados por The Ramones, no llegaron a salir del underground o se autodestruyeron, al estilo del descerebrado Sid Vicious. Pasaron 15 años antes de que las actitudes punkis salieran a la superficie como ingrediente esencial del movimiento grunge. Para entonces, el punk rock había pasado en el Reino Unido a ser otra secta más, sepultada por mil modas posteriores, reducida a los márgenes de la industria discográfica (como ocurrió en casi todos los países). Lo curioso es que los estadounidenses no se contaminaron del cinismo de sus maestros británicos. En realidad, desarrollaron los planteamientos implícitos en el primer punk rock y crearon sus redes de fanzines, locales, discográficas. Eso explica la vitalidad de movimientos como straight edge, con Fugazi y otros grupos refractarios a la industria discográfica y definidos por su militancia antimachista o el vegetarianismo.

Esas muestras de rigor ideológico sólo despiertan la lengua venenosa de Johnny Rotten, ahora convertido en un cascarrabias con una envidiable capacidad para tapar la boca a cualquiera que señale sus contradicciones. Igual que a los puretas, Rotten también detesta a la rama más comercial del punk rock yanqui, tipo Green Day, donde abundan los músicos cuya autoestima se define por los centímetros de piel tatuada y el número de actrices porno en su agenda de contactos.

Intacta su habilidad para llevar la contraria, el diabólico anticristo de 1977 ni siquiera muestra ahora antipatía ante la antaño despreciada Familia Real, que -asegura- 'está haciendo un buen trabajo'. Ni rastro de las provocaciones de la anterior reunión, en 1996, cuando los Pistols se ofrecieron a tocar un concierto cuyos beneficios irían a la princesa Diana, en el caso de que la reina Isabel no llegara a 'un acuerdo financiero satisfactorio' tras su ruptura con el príncipe de Gales.

Los Sex Pistols de 2002 han rechazado terminantemente participar en cualquier concierto que pudiera interpretarse como un apoyo a la causa republicana. A pesar de que un observador suspicaz podría creer que el programa de festejos con que Isabel II conmemoró su medio siglo en el trono estaba diseñado para responder a las ofensas de los Pistols en aquel lejano 1977: a Buckingham acudieron Brian May, Paul McCartney, Elton John, Eric Clapton, Phil Collins y otras estrellas serviles, el tipo de dinosaurios del rock que los primeros punkis querían desahuciar.

El grupo de punk británico Sex Pistols.
El grupo de punk británico Sex Pistols.

El legado de los iconoclastas

Ya desde sus inicios, el punk rock británico fue una madeja de tendencias enfrentadas, con murallas artificiales levantadas por cuestiones de edad y otras muestras de elitismo. Los Pistols eran implacables con grupos que tenían experiencias previas o no respetaban los códigos de indumentaria y comportamiento, como The Stranglers o The Police. Los enemigos más vituperados eran The Clash, que reforzaban sus proyectiles con mensajes políticos, a veces simplones, a veces astutos, pero siempre efectivos. A la larga, ha habido más coherencia en la actitud de The Clash, que se han resistido a los cantos de sirena para reunirse y rentabilizar su fama.

El nihilismo de los Pistols, su grito de guerra de 'no future' (no hay futuro), ha sido mellado por el choque con la realidad. Por lo tanto, resulta muy tentador el desechar su envite como una fantochada. Muchos de sus argumentos eran falacias, como su retrato de la música británica de los primeros setenta como un desierto creativo: cierto que había muchos supergrupos grotescos que apestaban las peores flatulencias del llamado rock progresivo, pero aquellos años también vieron la contundencia del glam rock, la eclosión de David Bowie, la fantasía de Roxy Music, el esplendor de Led Zeppelin.

Lo que faltaba en las tropas punkies era la disciplina para alcanzar esas alturas. Podían haber crecido escuchando a Deep Purple, pero no cualquier guitarrista podía tocar como Ritchie Blackmore.

De todos modos, la estruendosa irrupción del punk rock tuvo efectos beneficiosos. La odisea discográfica de los Sex Pistols, expulsados de EMI y A & M -después de embolsarse sustanciosos adelantos- antes de terminar en Virgin, fue todo un master de cara al público sobre el funcionamiento de la industria de la música y la posibilidad de aprovechar sus debilidades a favor de los propios creadores. Por la brecha se colaron artistas como Elvis Costello e Ian Dury, antes rechazados como invendibles. La era dorada de la new wave fue una consecuencia directa de la inestabilidad creada por la tribu de los imperdibles y las crestas.

La urgencia comunicativa del punk rock está entre su mejor herencia. ¿Quieres expresarte? Adelante, no es indispensable un aprendizaje convencional. El espíritu se resumía en el lema 'do it yourself' (hazlo tú mismo), inspiración para miles de grupos, revistas, emisoras, clubes, sellos discográficos. La aristocracia del punk rock londinense no siguió ese ejemplo, prefiriendo fichar por compañías grandes, aunque eso supusiera una tensa espera (casi dos años, en el caso de Siouxsie and the Banshees), pero sí lo hicieron sus discípulos, los que vivían en provincias, los que inicialmente no concebían aquello como una carrera a largo plazo.

El 'do it yourself' está detrás de muchas de las revoluciones juveniles de los últimos 25 años, entre las que destaca el grunge, sin olvidar las mil propuestas de la electrónica bailable confeccionadas en pisos y garajes. El mismo Johnny Rotten presume ahora de editar discos techno de forma anónima (¿de verdad?) cuando algún audaz plumilla le sugiere que está viviendo del pasado o le recuerda su valoración de la anterior gira de reunión, en 1996: 'Fue como en los viejos tiempos, terminé odiando al grupo con verdadera pasión'.

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