La pistola de Jerusalem
'Por algunos indicios deduzco que la juventud alemana apenas conoce ya a Goethe. Probablemente sus profesores han conseguido hacerlo aborrecible. Si yo estuviese al frente de un colegio o una universidad, prohibiría la lectura de Goethe, y la reservaría como máxima recompensa a los mejores, más maduros y valiosos'. El exabrupto es de Hermann Hesse en ese libro inagotable de sugerencias, de frases contundentes, de puntos de vista inauditos, que es Escritos sobre literatura. La fórmula puede parecer demasiado expeditiva, pero con Goethe se producen tours de force de este tipo: por ejemplo, a menudo apetece impedir la lectura del Werther a los adolescentes.
Porque con el Werther sucede algo parecido a lo que ocurre con El Principito, con Alicia en el país de las maravillas, con Las aventuras de Robinson Crusoe, o incluso con el mismo Gulliver: generalmente, se le relaciona con una lectura juvenil. Las efervescencias del joven Werther, y sus equívocas relaciones con Charlotte Buff y Albert Kestner, se confunden a menudo con una simple historia de amor, sin mayor trascendencia. El Werther pocas veces se lee como el punto detonante del movimiento romántico (del Sturm und Drang que tanto molestaría posteriormente a Goethe), ni se le asocia siquiera con el primer ataque a las luces de la razón (tan sólo hacía veinte años de la publicación del Candide), y cuyas consecuencias aún seguimos sufriendo en muchos aspectos, sino como una casi ingenua -cuando no lacrimógena- historia de jovencitos.
En el agradable pueblo de Wetzlar, no muy lejos de Frankfurt, es posible visitar la casa de Charlotte Buff, donde Lotte recibía cada día a su novio Albert Kestner y a su ferviente admirador Goethe/ Werther. El mobiliario es más o menos el mismo de entonces, y entre aquellas paredes Lotte y Albert tuvieron nueve hijos. El primero de ellos, en honor a Goethe, se llamó Wolfgang. En la planta baja se halla un precioso museo dedicado a la werthermanía, donde se exponen las primeras ediciones y traducciones, y donde se explica cómo el wertherismo se propagó por toda Europa -poniéndose de moda el frac azul y el chaleco amarillo-, y cómo los suicidios de los amantes frustrados cundieron hasta el punto de llegar a preocupar a los gobernantes.
A poca distancia, frente a la maravillosa ribera del Lahn, se encuentra la casa de Jerusalem (Jerusalemhaus). El joven Carl Wilhelm Jerusalem, hijo de un conocido teólogo protestante, se había enamorado locamente de Mme. Herd, la mujer de uno de sus influyentes amigos, y en un momento de debilidad le confesó su pasión. Mme. Herd no sólo rechazó al despechado, sino que inmediatamente se quejó a su marido, el cual furioso lo echó de casa ante la estupefacción de todos los invitados. Al día siguiente, Jerusalem pidió prestadas unas pistolas a Albert Kestner, con el pretexto de ir a iniciar un largo viaje, y tras dejar una nota en su habitación, se suicidó. En casa de Jerusalem se puede visitar aquella habitación, donde se conserva su escritorio, y en uno de los cajones la pistola que aseguran que utilizó. Sin duda aquella pistola es falsa, pero el episodio -aquel estrepitoso y dramático coup de pistolet- fue el que inspiró gran parte de la novela de Goethe. Es estremecedor pensar que en aquel pequeño cuarto de la casa de los Jerusalem, con vistas a los trémulos chopos y alisos del Lahn, cambió el curso de la literatura. Y dio origen a una de las obras más influyentes y conmovedoras de todos los tiempos.
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