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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Otro modelo turístico

Hasta ahora, el discurso sobre el agotamiento del modelo turístico español ha gozado de mala prensa en el sector por una razón: una y otra vez en los últimos años, las cifras de turistas que llegaban a España, siempre crecientes, parecían desmentir los pronósticos de los más pesimistas. Ése ha sido también el argumento principal del Gobierno para hacer frente a las críticas (masificación, servicios deficientes y creciente deterioro de la relación calidad-precio), junto con un discurso sobre la necesidad de un turismo sostenible que ha tenido escasa repercusión en la práctica.

Pero, con el verano en su último tercio, las cifras están haciendo saltar todas las alarmas. La crisis del turismo, con una caída de los ingresos superior al 7% entre enero y mayo de este año, según datos recientes del Banco de España, explica la mayor parte del deterioro del saldo exterior de la economía española en ese periodo. Las estimaciones preliminares sugieren caídas en la ocupación hotelera de entre el 4% y el 25% en julio, según las zonas.

Esta vez parece ir en serio y, sin embargo, el discurso oficial no sólo no ha cambiado, sino que las primeras declaraciones de los responsables, tanto del sector como del Gobierno (entre ellos el secretario general de Turismo, Juan José Güemes), resultan preocupantes. Todos han insistido en que estamos ante un fenómeno pasajero, tras los fuertes incrementos de temporadas pasadas, y que la solución pasa ahora por incrementar los esfuerzos de promoción y de conquista de nuevos mercados, sobre todo en Europa del Este, con alguna referencia más o menos exótica a China como proveedor de un número prácticamente inagotable de turistas.

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Durante años, España ha preferido, en materia turística, incentivar la cantidad frente a la calidad. Ahora, ante los primeros signos (todo lo discutibles que se quiera) de que los altos precios (agravados por la introducción de la moneda única europea), las múltiples deficiencias en servicios e instalaciones y la proliferación de huelgas están alejando a clientes fieles como alemanes y británicos de las playas españolas, las soluciones que se proponen a correvuela huelen a improvisación. Primero, por la dificultad de sustituir a corto plazo a los visitantes tradicionales; y segundo, porque se trataría de una reedición de los errores de las últimas décadas, primando de nuevo la cantidad sobre la calidad. Todo ello agravado por el menor poder adquisitivo de estos nuevos mercados, lo que difícilmente podría sostener a la primera industria del país, responsable del 12% de la economía española y de más del 10% del empleo.

Sería prematuro afirmar que los turistas europeos que este año han decidido quedarse en casa o cambiar España por otros destinos con mejor relación calidad-precio como Grecia, Turquía o Croacia no volverán el año que viene. Más difícil resulta sostener que estamos asistiendo a un cambio irreversible de tendencia y que se trata del principio del fin del exitoso modelo turístico español.

Pero la obligación del Ejecutivo y del sector consiste en asumir el peor escenario y trabajar para corregirlo. No con declaraciones ahora de forzado optimismo y corto horizonte, en medio de una de las peores campañas turísticas que se recuerdan, o con polémicas poco relevantes sobre la trascendencia en la crisis de la ecotasa percibida en Baleares -convalidada, por cierto, esta semana por la Comisión Europea, que la absuelve de representar una doble imposición-, sino con un gran debate nacional y propuestas viables entre todas las administraciones. A partir de septiembre, por ejemplo.

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