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Cuatro corazones heridos y un tocador

Como ya era de esperar, en la sobredosis apabullante de exposiciones sobre Antoni Gaudí se ha colado mucha vulgaridad turística. Pero entre las exposiciones serias, cabe destacar como una de las más innovadoras por su enfoque, la del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, hasta el 8 de septiembre, coproducida con el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, ya que baja al arquitecto del cielo para situarlo en el mundo de los mortales, con sus influencias, relaciones y obsesiones. El Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), para homenajear a Gaudí, ha tenido el acierto de proponer un acercamiento a Josep Maria Jujol, esta vez en su aspecto de diseñador de lo insólito, con algunas piezas que no se habían visto jamás. Esta exposición, que hoy es el último día en que puede visitarse, se complementa de una forma perfecta con la de la Caixa de Catalunya en La Pedrera, hasta el 24 de septiembre, que con parecido enfoque está dedicada a su admirado maestro. Nunca se habían podido ver reunidos tantos muebles de Gaudí, y una ocasión como esta tardará en volverse a dar. La Fundación Francisco Godia expone hasta el 29 de septiembre, entre otras cosas de variada índole, el mejor vitral -de asombroso estilo Pop Art- que Torres García, Iu Pascual y Jaume Llongueras hicieron para las irreverentes reformas de Gaudí y los suyos en la catedral de Mallorca. Pero hasta el momento, el gran perdedor de este año continúa siendo el fiel Berenguer, siempre relegado a un segundo plano medio borroso ¿Quizá se le toma poco en serio porque nunca terminó la carrera y como persona fue demasiado discreto?

El 'Tocador de la señorita Güell' parece más un mueble soñado que diseñado
La obra de Gaudí se vio revitalizada en el momento en que Jujol trabajó con él

De todo lo expuesto, brillan con luz propia cuatro muebles que desgraciadamente no pertenecen a ningún museo y pronto volverán a quedar vedados. Dos se exhiben en La Pedrera y otros dos en el MNAC. El extravagante Tocador de la señorita Güell fue diseñado por Gaudí en 1889 junto con la estrafalaria y abollada chaise-longue para su señora madre; dos piezas que hubieran hecho las delicias de Edgar Allan Poe, dignas de figurar en la casa Usher. Gaudí nunca había sido tan transgresor y tardaría años en volverlo a ser. Estas piezas empalman directamente con la imaginación desbordante del parque Güell, la casa Batlló y La Pedrera. El tocador parece más un mueble soñado que diseñado, y es incuestionable como precedente del surrealismo más desmadrado. El espejo torcido, o recién caído, se deshace mientras la moldura del marco se pliega a los lados, blanda como una cinta de seda, y las patas asimétricas y biomórficas emprenden la acción de caminar aun estando quietas y fijadas. ¿Alguien ha estudiado si el mueble le dejó algunas secuelas psicológicas a su joven dueña? ¿O si por el contrario su constante presencia en la habitación resultó benefactora, liberadora de tabúes y malos rollos? Lo cierto es que la niña debía de estar encantada ya que cuando se casó con el marqués de Castelldosrius encargó la decoración de su casa a Gaudí, que volvió gentilmente a desmelenarse para ella. Por otra parte, tanto el tocador como la chaise estan libres de referencias místicas o católicas, tan caras a Gaudí y su círculo, un hecho que aumenta su impenetrable misterio.

El personal mundo jujoliano parece arrancar, precisamente, de estos muebles tan pasados de los Güell. Por otra parte, la obra de Gaudí, que se iba volviendo historicista y pesada, se vio revitalizada a partir del momento en que el joven Jujol se puso a trabajar con él en la casa Batlló; los hallazgos más desbordantes empiezan entonces. Si el citado tocador se puede considerar como el mueble catalán -y quizá en este caso universal- más destacado del siglo XIX, las sillas corazón herido de Jujol para la tienda Mañac pueden serlo del XX. Casi superan el tocador y la chaise de las Güell. Representan su continuación directa, pero son mucho más despejadas y esenciales. Aquí el misticismo arrebatador sí hace buena mella y parecen inspirados directamente por san Juan de la Cruz. Son tan sobrecogedoras que pueden considerarse como uno de los principales hitos del arte contemporáneo catalán y deberían figurar sin problemas en la colección del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Su profunda melancolía parece una premonición del triste final de la Sagrada Familia.

Muertos Gaudí y Berenguer, Jujol era el único posible continuador del Templo Expiatorio con una cierta coherencia y sinceridad, pues además de ser uno de sus colaboradores directos -tenía allí mesa de trabajo propia- era el más cercano a Gaudí y su concepción de la arquitectura y el arte. No darle la obra fue una gran injusticia, un error irreparable y la pérdida de la única oportunidad digna. Francesc Pujols, admirador de Gaudí y de Jujol, ya lo denunció entonces. Jujol poseía el entusiasmo, la creatividad exaltada, el candor y, como decía Pujols, la gracia necesarios para intentar terminar o, por lo menos, continuar con honradez la obra, llegara hasta donde llegara. Después de él, hubiera valido más dejarla tal cual, como una atractiva, confusa e inquietante ruina. Por lo demás, si se trataba de poder dar bajo cubierto misas, bodas, bautizos y comuniones, para ello, Gaudí ya dejó terminada la enorme cripta.

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Lo peor del Año Gaudí es que parece haber desaparecido cualquier duda, ética o estética, sobre la continuación de la Sagrada Familia. Reportajes televisivos, exposiciones y vídeos con reconstrucciones virtuales se han convertido en propaganda descarada para terminar el templo. Mientras, día a día, la genuina aportación de su autor -y sus colaboradores directos- cada vez queda más arrinconada y ridiculizada, y ese nuevo conjunto fantasmagórico y amenazante de coques de Montserrat en estado de erección permanente puede acabar por convertirse en el definitivo emblema de la Barcelona moderna.

Josep Casamartina i Parassols es historiador de arte.

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